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Blog - Page 24

  • SER

    Otoño es la estación más hermosa en Santiago. Comenzando la década de los 70, la Libertad desde la Moreno bordeaba la antigua estación del Ferrocarril Belgrano y sus árboles, fragantes y frondosos, eran tan antiguos como los mismos rieles. Cerca de las doce y media estábamos terminando nuestra conversación con Guillermo Bravo, bajo una providencial cornisa en la esquina de 12 de Octubre, frente a la comisaría cuarta. Eso porque lloviznaba. Cuando bajando desde las vías, por la vereda, vimos aparecer a Lali Alcorta. Era un joven buenmozo, de modos sencillos y cordiales, pero llamaba mucho la atención porque en un tiempo en que esto era raro, llevaba los cabellos largos, casi hasta la altura de los hombros.
    Así comenzó para mí la historia del Grupo SER.
    754353c5e99eb04378081ce4695f7fcb.jpgAhora pienso que hubiera sido interesante poner cuatro personas a las cinco de la mañana, hora en que llegaba el tren, en las esquinas de la Moreno, Pedro León Gallo, Rivadavia y Francisco de Aguirre. Las que tomando como centro la Estación del Ferrocarril formaban exactamente una cruz. Para después pedirles una descripción del fenómeno y sus sensaciones ante él. Seguramente escucharíamos historias diferentes (que coincidirían en cuestiones generales, pero posiblemente con importantes disidencias).
    Algo así ocurrió con el Grupo SER. Desde su paulatina disolución -que comenzaría por motivos políticos, antes de finalizar el 72-, hasta hoy se discuten muchos detalles, se cuentan y se recuentan datos sobre aquél o este episodio.
    Yo soy una de esas personas que vio llegar el tren. Narraré aquí sólo una de tales experiencias.

    La ropa del Ché

    Juan Navarro dice que yo iba caminando por las vías del ferrocarril, como a las tres de la tarde, bajo la llovizna y él, que iba en sentido contrario por la calle lateral, en bicicleta, me invitó a la zappada.* Y es cierto. Pero también es cierto que Lali Alcorta, ese mismo mediodía en que nos encontrara en la esquina de 12 de Octubre y Libertad conversando con Guillermo Bravo, ya lo había hecho. Así que había ido a mi casa, sobre la Libertad pasando la Aguirre, allí muy cerca, para almorzar junto a mi abuelo y mi abuela, con quienes vivía y enseguida, sin apenas echar una leve siestita, regresé.
    Por ese tiempo yo usaba borceguíes y al caminar por sobre las elevadas vías entre las piedrecillas y bajo la llovizna me felicitaba de encontrar una ocasión para probar su resistencia. También vaqueros viejos y camisa de Grafa. El pelo me había crecido bastante y no me lo peinaba. La barba, incipiente, sombreaba mi mejilla aún con rasgos de adolescente. Por qué iba así. Porque con frecuencia me imaginaba ser el Ché Guevara. Y en vez de caminar por unas antiguas vías de mi bucólico barrio en Santiago, caminar por entre los guijarros en los áridos montes de Bolivia, buscando un senderito para huir de los esbirros del régimen proimperialista.
    Poco antes -apenas dos o tres meses atrás- había sido un "pendejo concheto", con negocio propio y auto en un medio donde aún no había demasiadas personas que contasen con un vehículo propio. Por cierto el auto era de mi padre y el negocio mismo jamás hubiese existido sin su apoyo económico. Pero éstos eran aspectos que no podían percibirse desde el exterior. Para los chicos y chicas que me veían yo era un joven agraciado, elegante al estilo de fines de los '60 (buenas remeras, pantalones de hilo, mocasines de cuero crudo, etcétera) y siempre con bastante dinero en el bolsillo.
    Violentamente comencé a aparecer con la indumentaria "del Ché Guevara". Por si esto fuese poco, cerré el negocio. No era de revolucionarios sacar partido de las necesidades de sus hermanos. El tema era que, pese a estar lleno de intenciones combativas y sociedades fraternas en la imaginación, aún no había encontrado ningún partido en el que ingresar. Y en eso andaba. Por ello mi conversación con Guillermo Bravo, en la esquina donde nos encontró Lali Alcorta: Guillermo, dirigente máximo de la Juventud Socialista, estaba poco a poco persuadiéndome para que me afiliase al Partido Socialista Popular.

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    * Zappada. En aquél tiempo se usaba tal designación para un encuentro entre músicos, libre, en el cual cada quien aportaba sus instrumentos y conocimientos musicales para improvisar en conjunto. La palabra había nacido por los proverbiales encuentros en el departamento de Frank Zappa, músico underground estadounidense, conocido entonces solamente por los iniciados.

     

    Fotos:
    1. Yo a los veintiún años.
    2. Clara Ledesma Medina a los 18 años.

     

     

     

    La zappada

    Al entrar en la casa de Lali -donde se hacía la zappada-, me sorprendí. En el patio, bajo un galpón, se había formado ya un impresionante grupo. A los primeros que discerní fue a Mario Abraham (a quien le decíamos "El Gordo"), Ricardo "el Petizo" Santillán, Lucky Gómez, Tito Galván. Los había visto sobre algún escenario en el pasado, por eso los reconocí enseguida. A Tito lo conocía por haber compartido presentaciones de nuestro conjunto y el suyo en algún club. Había varios muchachos más, y dos o tres chicas, a quienes no conocía.
    Lo impresionante para mí (como para todo músico), eran los instrumentos. Dos baterías, equipos poderosos para guitarras, bajo, voces... Dos muchachos analizaban el sonido de un gigantesco platillo Zildjian, otros miraban, dándolo vueltas, de un lado u otro, un bajo Fender... En un medio modesto (el cual ni siquiera miré demasiado), se había logrado reunir una cantidad de instrumentos valiosos, como para un mega recital.  
    Esta impresión se agigantó cuando salí, para escuchar desde lejos...
    -¡Suena como Deep Purple!... -les dije asombrado a tres o cuatro con quienes me junté en la vereda.
    Era de noche ya. No había parado de lloviznar. Con los cabellos y la ropa humedecida, éramos felices sin embargo. La música envolvía nuestros espíritus y los unificaba. Entonces fue que dije:
    -¿Qué les parece si nos juntamos y damos a esto un carácter más permanente?
    En realidad la conversación fue más larga. En realidad yo ya iba con la intención de buscar algún tipo de organización con aquellos muchachos de barrio. Después que se fuera Lali, por la mañana, Guillermo me había dicho "a ver si se puede trabajar políticamente con estos chicos". Y a mí me había interesado la idea. No para unirlos al Partido Socialista Popular, como sugería Guillermo, sino porque había comprendido el valor político de la organización social y andaba buscando precisamente eso: un grupo con el que trabajar.
    Había frecuentado la Juventud Peronista, y de vez en cuando iba con la Juventud del PSP -a la cual me acercara un amigo, Guido Picco, estudiante avanzado de Ciencias Económicas. Ninguna me satisfacía por completo. Uno de los factores para esto consistía en que ambas organizaciones "juveniles", finalmente eran manipuladas por los viejos, que controlaban el Partido. Yo quería una organización de jóvenes y para los jóvenes, trabajando desinteresadamente por un mundo mejor.   
    También frecuentamos, con mi novia Clary, los grupos estudiantiles. Ella era estudiante de Ingeniería Forestal, la facultad donde estaban los más combativos y politizados. Pero yo no era estudiante. Tampoco me interesaba demasiado su mundo, ni sus organizaciones, las cuales por otro lado tenían pautas propias y a veces, también, respondían a algún partido político igualmente manejado de afuera...
    Así que mis intenciones, al proponer esa noche una reunión organizativa para la siguiente semana, eran políticas, lo confieso. Pero sin ningún objetivo partidario, sino con el único propósito de conformar una agrupación fuerte, de músicos de rock y artistas, que nos permitiera imprimir nuestra huella en la vida social de Santiago. E integrarnos, independientemente, a las luchas revolucionarias en que gran parte de la juventud argentina se empeñaba -a veces, hasta perdiendo la vida- entonces.

     

     

    Reunión en lo de Loro

    La reunión en la casa de Loro (así le decían, amistosamente, a "Lucky" Gómez, de quien se me olvidó su nombre real pues ambos, "Loro" y "Lucky" bastaban), fue muy exitosa. Unos veinte o treinta jóvenes participaron, entre músicos y amigos. Ya esa primera noche, sorpresivamente, se presentaron unos estudiantes de Ingeniería Forestal que se habían enterado del asunto. Después sabría que militaban en el PRT*. También fue Guillermo Bravo.
    De entrada supe que iba a convertirme en una especie de líder en el naciente grupo. Nos ubicaron, con Clara (a quien conocieron y empezaron a amar esa noche), en la cabecera de una larga mesa, al fondo. Desde allí dominábamos todo, incluyendo la entrada a la casa que Loro habitaba con sus padres. Clara tenía una personalidad muy luminosa, por su simpatía, que parecía emanar de sus poros, envolviendo a quien la trataba.
    Propuse organizarnos como un grupo comunitario, para compartir todo lo que teníamos. Instrumentos, dinero, tiempo, conocimientos. ¿El propósito? Hacer buena música y llevarla a los más humildes. "Buena" para nosotros significaba para nosotros diferente de la música comercial, que por entonces inundaba a la humanidad con melodías pegadizas e insustanciales.
    Con Clara habíamos conversado mucho sobre cómo los mejores grupos musicales que visitaran Santiago sólo podían ser vistos y escuchados por sectores de elite. Por ejemplo, Arco Iris, de Gustavo Santaolalla, había actuado las dos veces que viniera en el Lawn Tennis. Como agravante a ser este un club para clases altas, sólo un puñadito de "iniciados" de estas clases gustaban un tipo de música como la que por entonces hacía el grupo de Santaolalla.
    Entonces, nuestro propósito más fuerte era "llevar la música a sus verdaderos dueños", los sectores populares. Porque también veíamos, con Clara, que casi todos los grandes músicos, a lo largo de la historia, no surgían de las clases llamadas "altas", sino precisamente de las clases más humildes. Entonces constituía un verdadero robo el que solamente los adinerados pudiesen gozar, finalmente, de los mejores productos culturales, fraguados durante siglos en el riquísimo cuenco social del pueblo.

    * Partido Revolucionario de los Trabajadores. Dirección política del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), una de las dos organizaciones guerrilleras más fuertes por entonces en la Argentina.      



    Escenario

    Para que se tenga una idea de cómo era Santiago, transcribo aquí textualmente el capítulo introductorio a la novela El Alma en Cada Abrazo, que escribí hacia fines de los 80 sobre estos mismos temas.

    Fotos:
    1. Capilla de las Montoneras. Clara vivía a menos de una cuadra de allí, en el Pasaje Figueroa.
    2. El primer Recital de SER.

    c530deacc9a80c33ec788236d7cd90fb.jpgDurante el periodo referido aquí (1970-1972), la ciudad de Santiago del Estero está habitada por unas 50.000 familias (algo más de 150.000 personas). De ellas, el 10 por ciento vive en el centro de la ciudad y está conformada por las clases de mayores ingresos. Estas controlan el poder político y social.
    El resto habita en diferentes barrios, cada vez más pobres cuanto más lejos del centro han logrado ubicarse. Sólo algunos espacios relativamente alejados, como una franja del Sur de la ciudad, sobre la Avenida Belgrano, o un poco menos, El Zanjón –a unos 15 kilómetros– han sido elegidos por miembros de las clases pudientes para edificar viviendas residenciales o fincas de fin de semana.
    En los barrios, el 10 por ciento de su población es muy pobre, el 50 por ciento subsiste mayoritariamente por ingresos provenientes de empleos subalternos en la administración pública y el 30 por ciento restante son empleados de comercio.
    Del 10 por ciento dominante, más de la mitad ocupan puestos jerárquicos de la Administración Pública. El resto son comerciantes. Los profesionales universitarios –mayormente médicos, abogados, escribanos y contadores–, superponen su actividad privada con algún cargo en la Administración Pública.
    En lo cultural la población ciudadana vive todavía una especie de autismo aldeano, que comienza a ser fisurado, lentamente, por la televisión. Prevalece, sin embargo, una mentalidad medieval, “actualizada” a través de pátinas sucesivas de conservadorismo liberal decimonónico. Un catolicismo en todo semejante al de la España franquista reina, de un modo agobiante y absoluto. En los barrios, predomina completamente el peronismo y su imaginario nacionalista. El folklore y el tango son patrimonio casi exclusivo de los barrios, mientras en el centro se escucha Jazz, Bossa Nova y clásicos, entre los mayores, mientras que los jóvenes bailan con The Beatles, y rock estadounidense o europeo. Los jóvenes de los barrios bailan con Los Iracundos, Palito Ortega, Leonardo Favio, Los Ángeles Negros y grupos locales de cumbia.
    El tipo racial predominante oscila entre lo latino y aborigen, constituyendo alrededor de un 95 % de la población. Las características predominantes en hombres y mujeres es un tipo de tez trigueña, cabellos castaños oscuros, ojos marrones, estatura media  –promedio en hombres, 1,70, en mujeres 1,60 – de cuerpos esbeltos. Un 2 por ciento se compone de árabes y el 3 por ciento restante se divide entre centroeuropeos, aborígenes más puros, y otras etnias apenas representadas. Por cierto este esquema no alcanza para comprender las numerosas variedades étnicas que habitan la ciudad de Santiago, donde pueden hallarse desde rubios y rubias de cabellos muy claros, con ojos azules, en un extremo del abanico, hasta personas con tez muy oscura y ojos negros. El color es también un indicador social, puesto que los más blancos suelen formar parte de la clase que habita el centro, mientras en los barrios es normal el tono oscuro de la piel. Pero no resulta extraña la presencia de rubios entre las clases más humildes y personas de piel oscura entre los más ricos.
    Las clases pudientes se reúnen en dos confiterías céntricas: la Ideal y Siroco,  y dos clubes: el Jockey Club y el Lawn Tennis Club. El Club Sirio Libanés, donde también se reúnen bastantes familias del centro, sólo convoca a fiestas abiertas excepcionalmente. Sus instalaciones, bastante lujosas, son frecuentadas normalmente por descendientes de árabes. Apenas un par de años antes entraron en la aceptación social los “boliches” donde, imitando los de otras ciudades más grandes, se baila a media luz. Los que existen en 1971 son cuatro: Help,  La Jaula,  Safari, Vinicius.
    Las clases populares, en cambio, se divierten en clubes de fútbol o básquet, que organizan bailes cada fin de semana en sus instalaciones. Los más importantes de entonces llegan a siete: Red Star BBC, Huaico Hondo BBC, Comercio BBC, Gimnasia y Esgrima BBC, Villa Constantina BBC, Central Córdoba y Mitre. Sin la regularidad de estos, muchas bibliotecas populares o clubes más pequeños organizan también bailes, generalmente contratando conjuntos locales.
    Mientras que de los espacios festivos céntricos el único capaz de albergar una concurrencia masiva es el Lawn Tennis, los clubes de barrio han sido pensados para mucha gente: algunos de ellos tienen capacidad para más de mil personas.
    Espacios sociales de diversión vigentes durante muchos años, como el Club Bancario o el Parque de Grandes Espectáculos han caído recientemente en desuso. El Río Dulce Grill, gigantesca pista de baile con un monumental escenario, construida casi encima del río por un empresario hotelero, fue pionera en el intento de generar un espacio abierto para los barrios en las cercanías del centro. Tuvo una vigencia relativa entre 1965 y 1970, más o menos. 
    Existe una férrea delimitación clasista de los espacios públicos: el centro –salvo la zona del Mercado Armonía–, constituye el dominio exclusivo de las clases pudientes, que se manejan allí a sus anchas. Raramente los miembros de familias barriales se aventuran en el centro de la ciudad, salvo para algún trámite administrativo o alguna compra especial. Recíprocamente, resulta muy extraño ver a alguien de las clases altas visitando los barrios. Hay jóvenes del centro –especialmente las mujeres– que jamás han pisado las calles absolutamente de ningún barrio de la ciudad. Muchos de ellos conocen Buenos Aires y Mar del Plata. Algunos viajan allí habitualmente o en sus vacaciones.
    Los jóvenes del centro que estudian carreras universitarias lo hacen en Córdoba o Tucumán. En Santiago se ha abierto sólo una universidad católica, a fines de los 60, pero ofrece muy pocas carreras. La Facultad de Ingeniería Forestal, de creación reciente, es una especie de delegación del Estado nacional, y su estudiantado, que pronto se convertiría en un importante factor de cambio ideológico, proviene en un gran porcentaje de otras provincias argentinas. Pocos jóvenes de los barrios estudian carreras universitarias. De entre ellos, quienes pueden costearse los aranceles se inscriben en la Universidad Católica. También Ingeniería Forestal capta, a inicios de los 70, algunos estudiantes de estos sectores.
    La arquitectura del centro de Santiago está dominada por las Iglesias, todas de estilos más o menos góticos. La Catedral es la de mayor tamaño y está al frente de la plaza principal, donde también se levanta el Cabildo, ocupado entonces por la Policía Provincial. Otras grandes capillas son La Merced, San Francisco y Las Franciscanas, Belén, Santo Domingo, y San Roque –esta última la única más o menos alejada de la plaza céntrica, ya que las demás se han levantado todas en un recuadro de no más de 10 cuadras de lado.
    Perduran en el centro muchos edificios de los siglos XVIII y XIX, algunos construidos con adobe, de techos altos, anchas galerías y patios espaciosos. En los barrios prevalece, sobre un relativo caos estético, la casa cuadrada, chata, de ladrillos, también con galerías, jardines y a veces muchísimo espacio ocupado por los patios, donde es frecuente hallar árboles gigantescos. Muchas de ellas colindan con pequeñas zonas montuosas. Mientras en el centro todas las calles son pavimentadas –existen todavía algunas pocas con adoquines– en los barrios son de tierra, y sólo pavimentadas algunas avenidas, siempre las que conducen al centro.

    b10e27ffd2fc1796a5b69f10f77204b9.jpgFoto, de izquierda a derecha: Tito Galván, Juan Navarro, Lucky Gómez

     

    No hay muchos automóviles en el Santiago de entonces, y casi todos son propiedad de alguna familia céntrica. En los barrios sólo se ven muy pocas camionetas, usadas para repartos, algunos camiones –frecuentemente de propiedad del Estado o empresas, que los dejan en manos de sus choferes–, y algunas motocicletas, aunque tampoco de un modo abundante. El vehículo popular por excelencia es la bicicleta. Todavía algunas familias de barrio poseen pequeños carruajes con sus caballos.

    La Sáenz Peña era en ese entonces un bulevar. Frente a la casa de Loro había pues un espacio arbolado, con bancos y canteros de ladrillo henchidos de flores, que dividía la ancha avenida en dos manos. Todo esto nos han quitado los idiotas que han gobernado la provincia de Santiago en los últimos 40 años. Ahora allí queda sólo una anchísima franja de cemento, con olor a podrido, pues han tapado la acequia de la Colón y una ancha cloaca que corría por debajo del bulevar. Casi no quedan árboles, miles de vehículos de todo tipo rugen constantemente y en días de calor este sector se convierte en un verdadero infierno. Igual tarea han efectuado los gobernantes idiotas -civiles o militares- con la acequia de la Belgrano.
    En el tiempo en que se formaba el Grupo SER todavía existían estas hermosas avenidas pletóricas de jardines y árboles. En la misma esquina donde se juntaban la Belgrano y la Sáenz Peña había un gran kiosco, construido sobre un puente en la acequia, donde los jóvenes íbamos a comer lomitos o desayunar luego de las fiestas al amanecer.

     

     

    Preparando el Recital

    65d6f446ca4410fe2cc34d0d4315a9e6.jpgEn la casa de Loro, la primera noche, se decidió organizar un Recital de Música Contemporánea. Esto se haría por primera vez en Santiago. Fieles a nuestra propuesta de hacerlo en un lugar adonde tuvieran acceso los sectores más humildes de la sociedad, se decidió también solicitar en préstamo el local de la biblioteca Francisco de Aguirre, en Villa Constantina. Muy cerca de allí había nacido prácticamente, SER, pues en la casa de Lali Alcorta, a una cuadra y media, se había hecho la primera zappada.
    De entrada se destacaron nítidamente los músicos profesionales: Tito Galván, Lucky Gómez, "German" Ledesma, Mario Abraham. Acostumbrados a la disciplina de los ensayos y las actuaciones a horario, comprendieron el valor de la organización enseguida. Ellos serían también quienes iban a aportar casi todos los instrumentos.
    Había otro grupo -los de músicos más bien vocacionales pero sin práctica en escenarios-, que tampoco habían podido adquirir instrumentos. La mayor parte de ellos eran a quienes llamaban "los hippies", pues llevaban el pelo muy largo y en general adherían a las doctrinas pacifistas de esa corriente norteamericana.  
    Se decidió también hacer una revista, para difundir nuestras ideas. Por de pronto, se harían volantes. Designados para hacer los trámites y conseguir la biblioteca para el Recital: Clary y Julio. Designados para para hacer la revista: Clary y Julio. Designados para redactar, diseñar, diagramar e imprimir los volantes: Clary y Julio. Como se ve, una gran responsabilidad había recaído sobre la parejita.6beda4cd92a1873c4ed3fc05c21a62cc.jpg
    En parte por esto es que Julio decidió no tocar en ningún grupo. Pese a que tenía dos guitarras eléctricas (que en este tráfago perdería), las puso a disposición del grupo, mas él mismo no tocaría. Atravesaba ese período imbuido por una especie de fervor místico revolucionario. Su modelo era entonces -y lo sigue siendo hoy- la primitiva comunidad cristiana, por ello cuando hubo que proponer un símbolo que representara a SER, él enseguida dibujó un pez. El ICHTUS, con el que los primeros cristianos se identificaban entre sí, en las catacumbas, durante la época de la cruel persecución romana.
    Pero a decir verdad, se trató sólo de una sabia división de tareas, pues cada quien se ocuparía de lo que manejaba mejor. Así, los músicos deberían organizarse en grupos, por afinidades, y ensayar a presión para llegar con los suficientes temas para el Recital, que deseaban hacer en invierno, en julio a más tardar. Era una tarea para la que debían poner gran empeño, pues los profesionales tocaban en grupos donde se hacía desde cumbia a ese rock pasatista como el de Los Iracundos. Y lo que se iba a ensayar era Almendra, Manal, La Cofradía de la Flor Solar, Alma y Vida, Vox Dei, Aquelarre... como máxima concesión Pedro y Pablo, el dúo de Cantilo, que se proponían tomar de modelo Cacho Galván y Severo.
    En realidad, se trataba de algo más difícil aún, pues los mencionados grupos argentinos se tomaban sólo como referencia (como también Jimi Hendrix o Crosby, Stills, Nash & Young). El desafío era hacer nuestros propios temas, con letras propias dirigidas a los más humildes en Santiago del Estero.
    Y fue lo que se presentaría más tarde en el Recital.

     

     

    Repudio al golpe militar

    Los sucesos anteriores transcurrieron entre el 28 y el 29 de junio de 1972. Las organizaciones estudiantiles habían convocado una manifestación para repudiar el sexto aniversario del golpe militar presidido por el general Juan Carlos Onganía. Se iban a proclamar, además, varias consignas:por la libertad para elegir Centros de Estudiantes, por la Universidad Nacional, contra los altísimos aranceles de la Universidad Católica. (Por entonces la única provincial, y que acaparaba las carreras más rentables: Ciencias Económicas, Abogacía e Ingeniería y otras.) 
    La Universidad Católica, controlada por un pequeño grupo de la Democracia Cristiana, imponía sus intereses a la sociedad, impidiendo que se estableciera aquí una delegación de la Universidad Nacional. Esto era fácil para el grupo de poder, pues gobernaba la provincia Carlos Jensen, un abogado representante de la Democracia Cristiana.
    Una pequeña grieta parecía abierta con la reciente instalación de la Facultad de Ingeniería Forestal, no como parte de la Universidad Católica sino como embrión de la futura UNSE. Pero aún esta era controlada por "Maquinita" Ledesma, un democristiano "de la primera hora". Tal vez algo ecléctico, pues le había salido un hijo peronista-montonero y otro del ERP. El segundo pronto moriría durante un enfrentamiento armado contra el Ejército Antinacional en Tucumán.
    El mismo Juan Carlos Onganía, fundador de la dictadura militar, era cursillista, es decir, un cofrade nacional de la camarilla que gobernaba Santiago. Por si todo esto fuera poco, otros miembros de la Democracia Cristiana eran propietarios de El Liberal -único y secular diario de la provincia-, Canal 7 (el único medio televisivo) y LV11 (la única radio). El anillo de poder estaba entonces cerrado, de un modo férreo y hermético. Santiago era un feudo militar democristiano.
    Pese a todo, se había ido conformando un fuerte movimiento estudiantil, cuyos principales animadores eran estudiantes de Ingeniería Forestal, muchos de ellos de otras provincias argentinas. Pero también "La Católica" había parido notables líderes estudiantiles, como Coli Bader, dirigente estudiantil de la Facultad de Ciencias Sociales.
    Niño mimado de los mismos democristianos al principio, que lo hicieron destacado periodista en Canal 7 aún sin cumplir los 21 años, Coli rompió con valentía esos vínculos, optando por la militancia contra el poder. Hijo de alemanes, era rubio, alto, elocuente y buen mozo, cosa que seguramente influyó mucho en los propietarios de la TV santiagueña, a la hora de intentar cooptarlo.

    Esa tarde tibia de mediados de otoño unos 700 estudiantes habían tomado prácticamente la plaza Libertad, principal en Santiago. Era una cantidad inusitada, teniendo en cuenta que la totalidad de alumnos universitarios tal vez no alcanzace entonces el número de 3.000. Pero debieron dispersarse. La policía había embestido con bastones de goma y lanzando gases lacrimógenos.    
    Pero el altísimo grado de organización existente entre los estudiantes santiagueños había previsto esa posibilidad. Entonces se habían formado comandos, que coordinaba una mesa de todas los agrupaciones estudiantiles, fijando postas de recambio para reconcentrarse una y otra vez, continuando con los actos.
    Así, jóvenes, parejitas o pequeños grupos que simulaban ser inocentes paseantes, iban rápidamente en autos y motocicletas, o a pie, al encuentro de los grupos que se dispersaban, avisándoles de los nuevos lugares para el encuentro.
    De la plaza Libertad se pasó al Pasaje Diego de Rojas, ancho espacio que ofrecía múltiples vías de escape, y ante un nuevo avance policial, la placita San Martín. Esta, frente a la Casa de Gobierno, era un lugar clave porque además, a su costado se levantaba el Convento de Belén. Esta casa religiosa era, además de Colegio Secundario para las clases altas, sede nocturna de la Facultad de Ciencias Económicas. Y se consideraba un conflicto emblemático el que llevaba adelante el semiclandestino Centro de Estudiantes de Económicas con la dirección democristiana de la Universidad. Así que uno de los propósitos de máxima, formulados por los activistas, era tomar la Facultad de Ciencias Económicas, un hecho sin precedentes en Santiago.66371dbf6c3144212e59b7b9898e39f9.jpg

    Efectivamente, ante un nuevo embate policial, cubiertos de gases lacrimógenos y resistiendo tras barricadas que habían montado hasta cortar la calle Jujuy entre Belgrano y Juárez Celman, los estudiantes lograron convencer a las monjas para que abriesen las gigantescas puertas de roble en el costado del Convento. Una marea humana atravesó entonces ese portal, que se volvió a cerrar albergando dentro una asamblea estudiantil fervorosa y triunfal. 
    Coli Bader, que actuaba como coordinador de los oradores, cedió entonces la palabra a Julio, quien habló en nombre de SER para adherirse a la toma de la facultad, la conmemoración del Cordobazo y el repudio a la dictadura militar. Pero no sólo eso, sino propuso buscar el apoyo obrero y popular, afirmando que era la única manera de dar continuidad a este primer éxito.
    Por asamblea fue facultado, junto a "Kike", un militante del PRT, para ir a la sede del Partido Socialista Popular, donde se reunían sus delegados del interior. Otros estudiantes fueron designados para hablar con los delegados de la CGT, también esa noche en asamblea.
    Eludiendo los controles policiales, los dos equipos cumplieron eficazmente con su misión. Pero ambos fracasaron: las ancianas burocracias del Partido Socialista Popular y de la CGT, escandalizadas por lo que hacían los jóvenes, rechazaron en absoluto siquiera emitir una sencilla nota de adhesión para difundir por los medios.
    Esa noche, Julio y Clary no sólo se quedaron a tomar la facultad de Ciencias Económicas, sino que provistos con aerosol se ocuparon de llenar las paredes interiores del Convento con pintadas de SER y su pez cristiano (al cual nadie interpretó como tal). El Liberal publicaría al día siguiente: "una nueva agrupación subversiva ha aparecido en Santiago: se denomina SER, y las fuerzas de seguridad no conocen muy claramente su origen". 
    Por solicitud del rector de la Universidad Católica y el gobernador Jensen, ambos "cristianos", fuerzas militares rodearon completamente la manzana donde se levantaba el Convento de Nuestra Señora de Belén. Desde sus altos techos, a la madrugada, Julio y Clara vieron las sombras de los soldados, ocupando toda la plaza San Martín, echados tras los morteros y ametralladoras pesadas con los que apuntaban al Convento.
    Finalmente, cerca de las seis de la mañana, se pactó el fin de la toma, con la condición de que no se maltrataría a los jóvenes ni se los encarcelaría. Jensen y Cerro, acompañados por el jefe de la guarnición militar, un coronel, prometieron que sólo se los llevaría a la Jefatura Policial "para identificarlos" y luego se los liberaría. Y así se hizo. En grupos de a 10 fueron trasladados en camiones militares o celulares a la jefatura de policía, a la cual los hicieron ingresar por atrás (calle Pellegrini). Allí, en larguísimas filas, tuvieron que esperar a que los policías les entintaran los dedos y consignaran sus datos en una ficha con sus datos. Julio se desocupó cerca del mediodía y lo primero que hizo fue llamar a la casa de Clara, pues los militares habían separado hombres de mujeres. Clara estaba bien.
    Pero él tuvo un incidente muy duro con su padre, quien advertido, había quitado los afiches con las figuras de Marx y el Ché Guevara de su habitación. Y la tormenta que Clara vivió con sus padres, asimismo, fue indecible. Ambas familias eran de derecha (la de Clara, liberal, la de Julio, nacionalista).
    Pero esto no fue lo peor, ya que estaban acostumbrados y agobiados por estas situaciones, que se repetían casi cotidianamente para ambos jóvenes novios.
    Por la tarde, con un diario El Liberal arrugado en las manos, Lali Alcorta recibió con reclamos a Julio cuando fue a visitarlo: "un grupo de miembros de SER estamos muy desconformes con esto", le dijo Lali a Julio. "Nadie autorizó a que se utilice nuestro nombre en acciones subversivas".
    El grupo que estaba desconforme eran unos ocho o diez:  a quienes internamente se denominaba "los hippies". Uno de los miembros de ese grupo sería quien vendería más tarde la guitarra eléctrica que Julio generosamente le había prestado. Pero mentiría que "unos hippies porteños se la habían robado". Otro de ellos, no pudiendo soportar tanta deslealtad, le contaría un tiempo después a Julio la verdad. El mismo que vendiera la mejor guitarra de Julio es quien después se esforzaría por conseguir que la historia de SER se contara "a su modo".

     

     

    El recital

    La Foto del volante de SER anunciando el Recital, que contiene la Declaración del Principios al dorso, nos fue enviada por Daniel Gerez. 

    deec406159a232c12dbdef7b0e336cd9.jpgEse 2 de julio amaneció lluvioso y muy frío. De cualquier modo, todos fueron a la biblioteca Francisco de Aguirre en Villa Constantina, a las 8 de la mañana. Sólo para decidir que postergarían el recital para el próximo domingo. El contratiempo no hizo más que estimularlos: en una campaña que fortalecía la anterior, empapelaron los rincones y las paredes de la ciudad con un afichito en tamaño papel oficio. Tras del rostro perfilado de Jimi Hendrix, el volante manifestaba los fundamentos del Grupo SER: comunidad de bienes, solidaridad, preferencia por los más humildes, Paz, Amor, Libertad. Abajo, habían dibujado el pez.
    Dibujado sobre un stencil, el volante había sido impreso subrepticiamente en un mimeógrafo del banco COSCREA, donde trabajaba un hermano de Tito Galván.
    Ninguno de los escasos medios locales había publicado la más mínima referencia al recital. Pero aquel domingo 9 de julio de 1972, de hermoso sol, la biblioteca Francisco de Aguirre se llenó completamente de jóvenes que fueron de todos lados a escuchar los conjuntos presentados por el Grupo SER.
    Durante todo aquel día, los grupos desfilaron sobre el escenario, haciendo los temas que con tanto esfuerzo habían compuesto y ensayado una y otra vez sacrificando horas de sus noches varias veces por semana, durante aquellos dos meses transcurridos.
    Coli Bader hacía de presentador, y entre conjunto y conjunto, leía proclamas revolucionarias. Ana María Amado, una periodista que luego de pasar por la TV local había recalado en el Canal 13 de Buenos Aires, estaba en Santiago y había venido especialmente a ver el recital.
    Más tarde, Lito Garay, uno de los miembros más silenciosos de SER, escribiría una crónica que publicaría la revista Pelo, por entonces la principal de Argentina especializada en rock.
    Julio había pedido a un amigo un grabador SONY de potencia extraordinaria, para registrar toda la música.
    Jorge Castro, quien era ingeniero electrónica y se había perfeccionado en EE.UU., había traído este grabador desde allí.
    El Negro Gramajo sacó muchas fotos: creemos que la de Clary y la del grupo sobre el escenario (únicas que tenemos) fueron tomadas por él.
    Julio y Clara habían trajinado desde las 6 de la mañana, el primero en la Estanciera de su tío Mariano, la segunda en el Mehari de su padre, trayendo los equipos y a algunos miembros de los conjuntos que vivían lejos.
    A las 10 de la mañana, cuando empezó el Recital, bajo un sol esplendoroso, la potencia de los equipos atrajo cada vez a más gente, hasta completar la capacidad de la cancha. Pronto los curiosos, que ya no podían entrar, comenzaron a montarse sobre las pareder linderas, para ver desde allí el espectáculo.
    Todos los grupos actuaron de un modo formidable. Fue un maravilloso ejemplo de cómo, cuando se toca por "amor al arte", el ser humano se vuelve incansable. La música escuchada aquél día fue algo que jamás se había podido gustar de un modo tan completo en Santiago. Desde la Cofradía de la Flor Solar, pasando por Jimi Hendrix, Joan Báez, Aquelarre, los aportes más novedosos de la música de rock se hicieron presentes allí. Se destacaron dos chicas, que cantaban muy bien: Graciela Bravo y Elvira, cuyo apellido no recuerdo, pero por entonces era la novia de Eduardo Cortez. 
    SER junto una relativamente importante cantidad de dinero con las entradas, que se vendían a un costo bajísimo, y la venta de gaseosas y choripanes durante todo el día. Estas ganancias serían aplicadas íntegramente a pagar la cantidad fijada por la Comisión de la biblioteca, en concepto de gastos de electricidad, y con el resto se compraría papel y stenciles para imprimir el número 1 de la revista.
    Hasta que se fue el sol y avanzó la noche sobre la ciudad, los grupos siguieron actuando sobre el escenario. Algunos improvisando, otros que no estaban programados y pidieron subir.
    Habían ido ese día estudiantes universitarios, jóvenes del centro de Santiago y de diferentes barrios. Cansados, felices, con el corazón y la mente llenos de música, se dispersaron al fin, en pequeños grupos, cerca de las once de la noche.



    El revoltijo de SER 

    Enrique Gavioli era un chico del centro que había integrado los grupos de fans de Los Zombies y conocía a Julio desde entonces. Rubio y de ojos claros, bien parecido, tocaba con seguridad la guitarra eléctrica y cantaba. Él bautizó a su grupo "Claridad", en homenaje a Clara, de quien todos decían que era "el alma de SER".
    Sin embargo, las acciones del 29 de mayo y otras posteriores, menos espectaculares pero también políticas, inquietaban al grupo de hippies. SER había sido detectado por los grupos estudiantiles y partidos de izquierda como presa potencial, y muchos jóvenes de esa procedencia participaban de sus reuniones con el propósito de captar militantes.
    Julio tenía la idea de no adherir como organización a ninguna otra, y con tal propósito determinó la realización de grupos de estudio, cuya función sería estudiar en conjunto, reuniéndose dos o tres veces por semana. Para ello contaban ahora con una casa, que un primo de Lucky, residente en Buenos Aires, había cedido en préstamo. 
    Pero ocurría que como eran ya demasiados -unos cincuenta, más o menos-, él no podía participar en todas las reuniones. Clara, que participaba de uno de los grupos en que se habían dividido, le contó cierta vez que Eduardo Hisse, al parecer dirigente estudiantil del PRT, había ido a una reunión a proponerles que se adhiriesen a ese partido, brazo político de la guerrilla del ERP.
    Hecho una furia, Julio buscó a Hisse, y lo halló frente a su casa, sobre la avenida Irigoyen, cuando este se aprestaba a salir. Es que Hisse no sólo había roto así la intimidad del grupo, sino cuando Clara le dijo que cualquier decisión que tomaran debía ser con el conocimiento de Julio, el militante guerrillero contestó: "tu novio es un pequeño burgués individualista... para él no es esta invitación".
    La discusión con el otro fue durísima y Julio la terminó diciéndole: "veremos quién de los dos va a hacer más por la revolución, vos o yo".2495f201039ab9e5b743d4decb7b7942.jpg
    Por otra parte, un grupo del Poder Joven, de Silo, se había adherido también a SER y participaban de sus reuniones. Integrado por Eduardo Martinez, Pancho Aragonés, Tomás Favre y otros cuyos nombres no recuerdo, entre ellos una porteña de la cual se decía que era informante de la cana, no sabíamos bien si intentaban captar gente en nuestro grupo o sólo buscaban cobijo en él, por afinidad general.
    Un médico, del cual lo único que recuerdo es que llevaba como apellido Tarchini, iba de vez en cuando en representación del Partido Revolucionario Trotskista Posadista. Con su esposa, también médica, ellos contaron que este minúsculo partido, conducido desde Francia por un ex futbolista, exigía a sus militantes donar todo el producto de sus salarios. Luego el comité central determinaba cuánto de esos salarios volvería a cada uno de quienes lo ganaban, analizando "sus necesidades reales". Este singular partido sostenía que las tareas principales del militante eran tratar de tomar contacto con los extraterrestres y hacer un frente con ellos. Pues -según Posada-, como ellos estaban mucho más evolucionados que nosotros, pues con seguridad ya eran socialistas.
    En una de estas reuniones de estudio, cuando Julio decía que no debíamos confundir el concepto de Revolución, pues a veces los militares la habían utilizado para designar sus golpes, Mario Mignani, se despachó con que también en la TV nos confundían cuando a veces usaban esa palabra en frases como "revolución en el lavado"... una propaganda de Jabón Ala.

     

     

    La revista de SER

    Un domingo desde las 8 de la mañana nos encerramos con Tito Galván en el subsuelo del Banco Coscrea para imprimir la revista. Salimos de allí con la cara, las manos y la ropa embadurnados con esa tinta aceitosa, cuando ya sobre la ciudad el cielo se había puesto oscuro. Creo que los dos éramos felices. El hermano de Tito trabajaba en el Banco, y arriesgando su empleo había puesto a disposición de nosotros la llave del local. Por supuesto lo único que usamos fue el mimeógrafo. Lo demás, papel, tinta, broches, dos sanguches de milanesa (que, si no me equivoco  había preparado la madre de Tito) y una gaseosa para el almuerzo, lo habíamos traído nosotros. Tuvimos que lavar el mimeógrafo con nafta, dejando todo impecable, por respeto y para que nadie se diera cuenta de que habíamos estado.
    Al salir, llevábamos como podíamos, bajo los brazos, cada uno cuatro paquetes, que contenían en total 500 revistas, de 28 páginas cada una. Así, caminando con los paquetes, llegamos hasta la casa de Loro, en la Sáenz Peña y Colón, donde las guardamos.
    1e503bfe921e7f23fefc7ba37737cef8.jpgTodo, desde los textos, los dibujos que ilustraban los artículos, el tipeado y grabación de los sténciles, era obra nuestra. Nos habíamos dividido por equipos, dos o tres, los que se animaban a escribir o tipear algo. Así, Chupo (Ramón Orlando Ledesma), con Tito, habían emprendido la historia de Sandino, el antiimperialista nicaragüense, Lucky y Clary la historia del Rock Nacional, creo... y poco más, pues no había demasiados que quisieran, o pudieran, escribir.
    Al día siguiente volvimos a organizarnos por equipos para recorrer las escuelas secundarias. Loro, Enrique Gavioli y Tito fueron a la Escuela Normal, me parece; con Chupo y Clary elegimos las escuelas Centenario y Patricias Argentinas (turno tarde). Luego de pedir autorización a las directoras, recorríamos aula por aula estas escuelas, ofreciendo la revista. Primero explicábamos qué era SER (o qué queríamos que fuese). Mientras yo hablaba, Clary iba dejando, banco por banco, un ejemplar de la revista para que la hojearan. Luego, decíamos que solicitábamos 1 peso a los interesados, no en concepto de "venta", sino sólo para recuperar gastos y poder sacar el número siguiente.    
    Tuvimos un éxito moderado en ello. Logramos reunir algún dinero. Pero la sombra de la censura, el miedo y la represión se abatía sobre nosotros nuevamente:
    -Una señora de mi barrio me ha dicho que esta revista parece hecha por resentidos sociales... -dijo Chupo durante una reunión.
    El Negro Gramajo, que casualmente estaba allí, reflexionó:
    -Habría que contestarle a la señora que en esta sociedad perversa, el que no se sienta resentido seguro que es un enfermo...
    Pedimos dos o tres presupuestos para imprimir el segundo número (por respeto al hermano de Tito, a quien no queríamos volver a arriesgar y porque sin duda lograríamos una edición con más nitidez). El más barato era el de Amoroso. Allí fuimos, pero cuando debíamos retirar la publicación ya lista, no nos alcanzaba el dinero ni para los dos tercios de lo que nos cobraban. El encargado nos solicitó esto: que al menos pagásemos los dos tercios y firmásemos un documento por el resto.
    La revista había quedado hermosa. Perfecta, prolija, llevaba, recuerdo, un dibujo de Quino en la tapa, que durante horas había copiado cuidadosamente, con pluma y tinta china para que hicieran el clissé.
    Mi abuela materna, que vivía en Brasil, me había hecho un regalo ese fin de año al venir. Un crucifijo de oro y piedras, con cadena también de oro. "Este crucifijo me dejó tu abuelo, al morir...", había dicho. "...ha permanecido por más de 150 años en manos de los Revainera... te lo doy a vos, porque sos el que más se parece a él". Era tan pesado, con una cadena tan gruesa, además, que nunca lo usé. Lo tenía guardado por allí, en mi pieza.
    En la calle Pellegrini había un localcito donde recibían joyas y otros objetos en empeño. Fuimos con Clara una tarde y lo dejamos, a cambio de más o menos la cantidad que nos faltaba. El tipo nos dio mucho menos de lo que esperaba. Sentí repugnancia e indignación, por la manera en que aquel mercader se aprovechaba de la gente en apuros que concurría allí, ofreciendo precios ridículos a cambio de objetos valisímos como este, que por necesidad uno debía dejar en sus manos.
    Hasta el día de hoy siento un poco de angustia y dudas respecto de si actué bien o no. Más para convencerme a mí mismo, pues me sentía violando una herencia sagrada, dije a Clara al salir:
    -Un verdadero cristiano, como intentamos ser nosotros, no puede tener semejantes joyas... hay tanta gente que no come, tantos niños que no pueden educarse... debemos hacer algo para cambiar todo esto... la revista que estamos haciendo, vale más que cualquier joya...
    La imprenta quedaba apenas a dos cuadras de allí, así que retiramos los paquetes con los 500 ejemplares, los cargamos en el Citröen de Clary y los llevamos otra vez a la casa de Loro.

    Grupo Claridad
    f1af62217a55e9c6eb4211be35d9443b.jpg
    Foto: Contra Cultura http://www.metroflog.com/notienesentido (el nombre del grupo era un homenaje, en vida, a Clara Beatriz Ledesma Medina).

     

     

    El final de SER

    Clara y yo habíamos tenido varias reuniones con jóvenes de Huaico Hondo y la comisión directiva de su club. Acordamos organizar un recital de SER, semejante al de la biblioteca Francisco de Aguirre, para septiembre.  Estábamos llegando a agosto ya y el plazo era muy breve. Es cierto que el anterior recital se había preparado también en un lapso corto. Pero cada vez surgían más diferencias y divisiones en SER, en proporción directa con el crecimiento numérico de sus miembros o simpatizantes.
    Yo me esforzaba por hacer las mil actividades que me había propuesto; frecuentaba, además de SER, los centros de estudiantes universitarios, la Juventud Peronista, el FIP, en fin, cualquier organización política o social que nos permitiera ampliar nuestra inserción en la efervescencia popular de entonces. Con ese propósito viajamos con mi novia, también, en un colectivo del PSP, a una Asamblea Nacional de la Federación Universitaria Argentina, en Rosario. Clary y yo queríamos un SER independiente, pero politizado. No nos iba a ser posible conseguirlo.
    Por una parte, se había ido formando un grupo interno opuesto a toda politización.
    Por otra parte, el PRT (dirección del ERP), había captado, sin mi conocimiento, a varios de nuestros mejores cuadros. Poco a poco me había ido dando cuenta, y más tarde uno de ellos me lo dijo claramente.
    El 22 de agosto de 1972 mataron a los guerrilleros que no habían podido huir en Trelew. Una de las asesinadas, Ana María Villarreal de Santucho, había sido una dulce maestra de Arte en mi tránsito a la adolescencia desde la niñez. ¿Cómo podían haber matado tan bárbaramente a aquel ángel? Recuerdo que esa mañana lloré mirando sus fotografías, con el diario en las manos. Entonces me dije que había llegado para mí la hora de combatir. Pero no sabía cómo ni donde hacerlo. Los del ERP, habían hablado con mis compañeros de SER para integrarlos, pero no conmigo. Me consideraban "un individualista pequeño burgués".
    Como si todo esto fuera poco, nuestra relación con mi familia y la familia de Clary atravesaba su peor momento. 
    Fue entonces que decidí llamar a una asamblea de SER y proponer una medida audaz: dotar al nombre, SER, de una denominación explicativa: "Santiago del Estero Revolucionario". Quería reconstruir la mística, proponiendo nuevos objetivos. Pero fracasé.
    Sólo ocho miembros no estuvieron de acuerdo pero la discusión fue intensa y ellos se retiraron para siempre. El resto, sin embargo, no tenía demasiado entusiasmo con llevar adelante un programa de acción. Infiltrados por el PRT, los compañeros captados se guiaban ahora por pautas que les bajaba su organización. Quienes habíamos quedado éramos una mayoría, pero una gran parte pertenecían a partidos u organizaciones externas: PC, PSP, JP, FIP, Poder Joven... SER, prácticamente, se estaba disolviendo...
    Entonces postergamos el recital de Huaico Hondo hasta una fecha indefinida.
    Las angustias provocadas por todos estos acontecimientos nos llevaron a una ruptura con Clary en octubre. Por entonces, mis nervios estaban tan sobrecargados que una noche, durante una reunión multitudinaria de la Juventud Peronista en Huaico Hondo, entre la música para mí insoportable y la gente que se divertía, sentí que me iba a desvanecer. Entonces empecé a caminar hacia cualquier lado, buscando aire.b2d33cdd51bd136bea1bdd9c2db7250a.jpg Recuerdo que me metí, con mis alpargatas y mi pantalón de Grafa, entre unos matorrales pues a cada rato debía detenerme debido a las espinas que entraban bajo mi planta o me arañaban la piel. Eran como las 2 de la madrugada, y lo peor es que me perdí, además de que a cada tanto debía aferrarme a algún árbol para no caerme. Estaba atacado, además, por unas náuseas insoportables.
    Al día siguiente, apenas me levanté -cerca del mediodía-, tomé el poquito dinero que tenía y me fuí a Tucumán. Allí, con la recomendación de mi hermano, que entonces era seminarista, me aceptaron para hacer un retiro espiritual en el Monasterio de El Siambón.
    Cuando regresé había recuperado el control de mí mismo pero nada sería igual.
    El peor infierno que atravesé en mi existencia se avecinaba, a galope tendido. Mas eso ya no forma parte de la presente historia.

    Esto, es lo más esencial que yo puedo contar de SER. Conozco otras historias, pues el grupo que se abrió logró reconstruirlo, con propósitos exclusivamente musicales, y organizó otros recitales. Pero evito narrarlos, pues temo caer en errores o imprecisiones.

     

     

    El alma en cada abrazo

    (fragmentos de la novela de Julio Carreras donde se narra este período de la historia del rock santiagueño)

     

    25

     

    Sui Generis-Aprendizaje

     

    Una mañana fría y lluviosa, Juan Cruz volvía de la oficina de su padre, donde se había encerrado a leer. Era cerca del mediodía. En una esquina, bajo de un árbol, encontró parado a Alejandro Valor. Alejandro era esa clase de individuos que no pueden abandonar el formalismo. Se le iluminó la cara cuando vio a Juan Cruz, pero en el acto se dominó y esperó que éste llegara, para estrecharle la mano y esbozar una sonrisa.

    Estaban allí conversando, mojándose un poco por la llovizna que filtraba a través de la fronda, cuando de una calle lateral apareció Manoli. Se veía a la ancha avenida, que caía hacia el sur, perderse con sus casitas humildes en el cielo gris, la vía y hacia el oeste la avenida Libertad, con sus autos. Manoli lo saludó con gran efusividad a Juan Cruz, pese a que apenas se conocían. Tenía el pelo largo, hasta los hombros, cayéndole en ondas espesas.

    –¡Qué suerte que te encuentro, Juan Cruz! ¡Qué suerte! –sólo la mirada de Alejandro Valor denotaba su opinión al mirar a Manoli mientras decía esto, pues su talante permanecía impasible.

    –¡Qué gran alegría! –continuó exclamando Manoli.

    –Aquí te voy a presentar a un compañero del Partido Socialista Popular – “compañero” dijo Juan Cruz, pues por entonces se había entusiasmado un tanto con ese partido, y frecuentaba las reuniones de su juventud.

    –¡Hoy tenemos una zapada genial! –se entusiasmaba Manoli, sin dar la menor importancia a la presentación– ¡Ya están todos, casi todos los changos en casa! ¡Eh Juan Cruz, qué bueno sería que vos vayas! ¡Sería hermoso! ¡Vos sos un símbolo viviente de la música contemporánea! ¡hemos armado un equipazo! ¿podrías venir?

    Juan Cruz dijo que iría después del almuerzo. Luego Manoli le explicó el camino que debía seguir para llegar a su casa, allí muy cerca nomás.

    –Me voy, loco, los changos me han mandado a que compre mortadela y pan –dijo Manoli–, y se despidió haciendo con los dos dedos la “V” de los hippies.

    –¿Son un grupo numeroso? –inquirió Alejandro Valor, apenas se fue. –Creo que sí, pero no sé muy bien, porque no los conozco mucho –dijo Juan Cruz.

    –Y por lo visto son de extracción humilde.

    –Sí, los que yo conozco son de este barrio.

    –Villa Constantina. Un barrio de clase trabajadora. Tienes que profundizar esta relación. Juan Cruz –afirmó persuasivo Alejandro Valor, quien veía la posibilidad de expandir allí las bases de su partido. –Ellos te tienen mucho respeto... éste muchacho dijo que eras un símbolo para su generación…

    –Es un exceso de afecto –contestó Juan Cruz, quien había sentido un sobresalto incómodo cuando el otro dijera eso. Sin saber por qué, sintió como si lo estuvieran matando en vida, convirtiéndolo en una especie de icono semoviente. Sin embargo, reiteradamente en el futuro iba a recibir esta calificación, de uno u otro grupo, por una u otra causa, sin poder evitarlo y sin dejar jamás de sentir esta especie de congoja íntima cuando alguien le dijera: “sos un símbolo”.

     

    Después de almorzar tres o cuatro empanadas y un plato de sopa bajo la mirada de su abuela, Juan Cruz puso su guitarra eléctrica bajo el brazo y salió rumbo a la zappada. Antes había hablado un rato por teléfono con Laurita. Ella lo llamaba sistemáticamente a las dos de la tarde, para evitar que Juan Cruz pasara un mal rato si llamaba a su casa y por casualidad lo atendía alguien que a él no le agradara. El boulevard entristecido se hundía como un puente a la distancia, entre la neblina. En la encrucijada con la ruta que lleva a Córdoba, empezaban los barrios pobres. Allí bajó Juan Cruz, por una antigua escalera de piedra que debían de haber construido los ingleses pues pertenecía a la estructura del ferrocarril. A lo lejos percibió los fantasmas del edificio donde tomara por primera vez un tren, con sus abuelos y el tío Jaime, para ir al campo. Ese barrio de casitas humildes, trabajosamente mejoradas a lo largo de los años, era también el barrio de una fracción importante de su infancia: aquella de los corsos, los descubrimientos de la ciudad a los cuatro años, el primer año de escuela primaria;  pero también de la época de mayor pobreza de sus padres y la de sus más horribles peleas,  durante los dos o tres años previos a la separación. Trató de espantar aquellos pensamientos recuperando en su imaginación el rostro plácido de Laura. Hasta el presente, a los veintidós años, no podía pensar en la separación de su padre y su madre sin que esto le produjera un hondo dolor, una sensación insoportable. Le tenía miedo a esa sensación. Era su punto más débil.

    Enseguida llegó a la casa de Manoli Peñalba, que estaba muy cerca de la biblioteca popular Francisco de Aguirre. Era apenas un rancho, con paredes de adobe y techo de paja asentada con barro. Tenía una verjita de quincho, y como suele ser frecuente en esas viviendas, un patio de tierra con mil cosas viejas esparcidas aquí y allá en desorden. De lejos se oía ya el ruido de los instrumentos. Golpeó las manos;  al verlo,  las chicas y los muchachos celebraron su llegada, lo invitaron a entrar. Manoli, que estaba eufórico, lo presentó formalmente, aunque todos lo conocían. Juan Cruz se sintió incómodo por el afectado respeto con que lo trataban . Bromeó un poco, para aflojar el ambiente. Manoli lo invitó a tomar una guitarra eléctrica y sumarse al grupo. Pero Juan Cruz les pidió que tocaran un rato, ellos. Después de unas palabras sobre los acordes básicos y el ritmo, los muchachos atacaron una improvisación sobre un tema de Jimi Hendrix. En el acto Juan Cruz reconoció la calidad de esos músicos. Mientras tocaban, iba observando los instrumentos y sus ejecutantes. Una batería completa, nacarada en blanco, con su redoblante, dos platillos Zildjian, tam-tam chico y tam-tam grande, charleston de primera y dos bombos: en uno decía: “Los Cleavers” y en otro “Los Brillantes”, con letras de colores. Eran conjuntos “comerciales” de Santiago. Tito, el baterista de Los Cleavers golpeaba con gran precisión. Loro punteaba en una guitarra pequeña; Juan cruz se dio cuenta, por la suavidad con que apretaban las cuerdas los dedos de la mano izquierda, de que debía de ser blandísima. “Fender”, se dijo. El bajo, que tocaba el gordo Abraham, era Fender también. Daniel y Elvira cantaban por un par de micrófonos Lea; cuatro columnas poderosas difundían su tarareo de primera voz y tercera alta, que entraba y salía de acuerdo a la inspiración colectiva. El sonido de los instrumentos era de extraordinaria calidad. Cuando terminaron la improvisación, que duró cerca de media hora, Juan Cruz pidió algunos temas, que ellos no se atrevían a tocar. Finalmente, lo complacieron con “Hoy todo el hielo de la ciudad”, de Almendra.

    En aquel sórdido lugar se creaba un tiempo de fantasía; los espíritus se elevaban hasta alturas sublimes con la música como vehículo, y de repente, todo se volvía hermoso; las pobres paredes, los humildes muebles, se modificaban, y el estar allí no hubiese sido abandonado por ninguno de ellos, aún si alguien hubiese ofrecido una excursión por el palacio de Buckingham o el Museo del Louvre. “El privilegio de sentir el arte”, pensó Juan Cruz. “En este momento hay en el mundo pocos que sean tan privilegiados como nosotros. Apenas un puñado. No sólo comprender sino hacer el arte. Crear. No hay goce mayor que ésto”.

    Le golpeó en la conciencia la revelación de lo mucho que se podía hacer compartiendo los instrumentos. Cada uno de los músicos que allí estaba, para ganarse la vida tocaba cumbias o temas de Los Iracundos en grupos comerciales. Había bastado el simple expediente de que pusieran sus instrumentos –con amplificador, si lo tenían– a disposición del conjunto, para que se formara un equipo poderoso, y estuvieran tocando sobre temas de John Mayal, Crosby, Stills, Nash and Young o Stevie Wonder, con un sonido que no tenía nada que envidiarle a los mejores de la Argentina (hacía poco había venido de Buenos Aires Vox Dei y sus equipos eran inferiores a lo que ellos conseguían ensamblar ahora) Juan Cruz salió un momento a reflexionar sobre esto mientras otros músicos seguían tocando. Tres de ellos lo siguieron.

    –¿Y? ¿Qué te parece? –preguntó Tito.

    –¡Es extraordinario! –dijo Juan Cruz, sinceramente. La mirada de Tito, un moreno bajito, poseía una bondad profunda y ahora estaba anhelante–. Estoy muy impresionado. ¿Ustedes se dan cuenta de lo que se puede hacer juntando los equipos y los talentos? ¿Es la primera vez que lo hacen?

    –Sí –dijo Tito.

    “Dios me ha enviado”, pensó Juan Cruz. Y luego, en voz alta: –El sonido es incluso superior al de Vox Dei o el de Almendra. ¿Ustedes se dan cuenta? –Tito asentía; el aire estaba preñado de signos trascendentes, era un momento de extraordinario vuelo espiritual, las conciencias estaban abiertas, los corazones dispuestos para la bondad. –Así, con este simple hecho, ustedes han implantado el socialismo. Ahora tenemos que organizarlo, para que esta circunstancia, contingente, se convierta en algo que tenga continuidad. ¿Ustedes se animan a hacer algo que permanezca?

    “Podemos hacer de esto algo permanente… un movimiento de rock nacional, organizado, por primera vez en Santiago…

    –¡Excelente idea! –yo me prendo para continuar en un grupo organizado, respondió Tito.

    –Sí, pero no digas que nosotros lo hemos hecho, Juan Cruz pues si no estuvieras vos tal vez no nos hubiéramos animado a darle a esto un sentido –afirmó Manoli.

    –Bueno... hablemos de nosotros, entonces –contestó Juan Cruz. Pero, ¿se animan a que nos organicemos?

    –Yo sí... –dijo, también, Lucky– ¿Pero cómo tendríamos que hacer? –En primer lugar, ver con que fuerzas contamos –habló Juan Cruz. Era un organizador nato –Es decir, cuántos somos y de qué instrumentos podremos usar con seguridad. Luego, si somos varios, formar dos o tres conjuntos (o el que tenga pasta de solista, que se largue), ensayar... y después, organizar un recital... ¡el primer recital de rock de Santiago del Estero!

    Los tres muchachos lo escuchaban con los ojos muy abiertos. Aquel era para ellos un momento extraordinario.

    –Para eso, tenemos que hacer una reunión, sin instrumentos... necesitamos una casa; o puede ser aquí nomás...

    –¡Yo pongo la casa! –dijo Lucky.

    –Bueno, vamos a decirles a los otros –propuso Manoli– ¡a mí me parece copado, loco, muy copado!

    Los ocho músicos presentes estuvieron de acuerdo con la idea y convinieron juntarse en la casa de Lucky dos días después, a las siete de la tarde. Con quince minutos de tolerancia.

     

    La reunión del martes fue un éxito mayor de lo que Juan Cruz esperaba. Cerca de treinta músicos, entre los que había cinco o seis mujeres, desbordaron la capacidad del comedorcito de la casa donde Lucky vivía con su papá y su mamá,  algunos tuvieron que escuchar apiñándose en las puertas. Laura impresionó a todos con su luminosa simpatía y Juan Cruz se convirtió aquella noche en el líder natural del grupo. No se desperdició el tiempo. Con gran participación de la mayoría se acordaron las bases sobre las que se iban a organizar. Se fijó como  primer objetivo preparar un gran recital, que se realizaría aproximadamente luego de un mes.  En los días anteriores a la reunión, Clara y Juan Cruz habían elegido un nombre, para proponerlo en la asamblea. SER. ¿Por qué les agradaba? No lo sabían. Por euforia tal vez. Lo cierto es que ni ella ni su novio lo dotaban de ningún significado alegórico, ni era una sigla, como se diría después, especialmente cuando los Servicios de Inteligencia volvieran sus ojos hacia ellos. Simplemente les agradaba su sonoridad, su plenitud de sentidos trascendentes. El nombre fue aceptado por unanimidad. Lo mismo que la propuesta de que, en las publicaciones del flamante grupo, debajo de ese nombre se imprimiera la consigna “Paz, Amor, Libertad”.

     

    Clara Ledesma Medina

    Clara Beatriz Ledesma Medina

     

    Juan Cruz escribía con letra grande y rápida cuando llegó Laura.

    –Estoy inspirado –le dijo, cuando ella se sentó.

    –¿Qué escribes? –preguntó Laura.

    –Espera. Ya estoy terminando. Termino y te lo leo.

    Las ideas acudían a una velocidad mucho mayor de la que podía infundir a su mano; esto lo ponía en estado de gran tensión corporal. Laura observó en silencio a su novio. Bajo la luz de una lámpara de dibujante, Juan Cruz escribía apoyando el papel en una mesita, que había instalado aprovechando un espacio que dejaba su biblioteca junto a la pared. La pequeña habitación, destinada a la sirvienta, había sido ocupada hacia unos meses por él, que había instalado allí un angosto catre, dos mesas, su amplificador stereo con los dos baffles que en ese lugar parecían inmensos, pero que servían también para apoyar cosas, y una biblioteca, en la cual no entraban ya más discos y libros. Atravesaba de largo la habitación un par de cordones de plástico, gruesos, sobre rulemanes colgados del techo; por intermedio de ellos, Juan Cruz ponía en funcionamiento el grabador “Phillips” y prendía o apagaba la luz central desde su cama. Por todas las superficies había esparcidas revistas: “Primera Plana”, “Panorama”, “Cristianismo y Revolución”, “Nuevo Hombre”. Y libros: “El estado y la revolución, V.I. Lenin”, “Guerra de guerrillas, estrategia y táctica, Mao Tse Tung”, “Revolución y contrarrevolución en Argentina, J.A. Ramos”, “El poder Negro, testimonios de Angela Davis, Stockely, Carmichael, Malcom X y otros”. Hacía poco Juan Cruz había comprado los tres tomos de “El Capital”, en la edición de lujo del Fondo de Cultura Económica, y también “Agosto de 1914”, de Alexander Sojhenitzin. Gastaba un dineral en libros, y ella lo comprendía. Su padre tenía tal vez la biblioteca más grande de la provincia; ella se había criado desde su infancia en medio de anaqueles repletos y el respeto por la literatura.

    Apilados por todas partes, también, discos. Jimi Hendrix, Janis Joplin, Almendra, Ten Years After, Deep Purple, Jehtro Tull, Arco Iris... En la pared, un afiche de Janis Joplin, publicado por la revista “Pelo”, una foto del Che Guevara, otra de Marx, otra de Trotsky. Presidiendo todo, una bellísima foto del Cristo Crucificado de la Catedral, tomada de abajo y ampliada a gran tamaño.

    –¡Terminé! –dijo Juan Cruz ¿Te lo leo?

    –Sí mi amor.

    “El país atraviesa por una circunstancia histórica preñada de posibilidades”.

    La palabra “preñada” produjo un sobresalto en Laura. El no se dio cuenta y siguió:

    “Todas las fuerzas sociales se encolumnan en dos campos, nítidamente definidos, violentamente enfrentados”.

    Y así seguía, en este tono un poco declamatorio, diciendo que para asumir la responsabilidad histórica del momento, un grupo de jóvenes músicos, artistas, estudiantes “y obreros”, habían tomado la decisión de crear “Ser”. El grupo no tenía filiación partidista, pero se declaraba en contra del imperialismo y la burguesía, a favor del socialismo (“que no debe confundirse con comunismo”, aclaraba, sin explicar la diferencia). Aprovechaba para invitar al Recital, que se realizaría el 2 de julio a las dos de la tarde, y convocar a los músicos que quisieran sumarse, en el lapso intermedio. Finalmente, decía:

    “Estamos ante una opción revolucionaria. Nuestra Argentina, cargada de futuro, o pare una nueva sociedad, que prohijará un hombre nuevo, o aborta otra vez, sumiéndonos a todos sus habitantes en la tal vez peor frustración de nuestra historia. La elección es clara, y es entre la vida o la muerte “.

    Un estremecimiento sacudió el alma de Laurita. ¿Había pensado él alguna analogía o le había salido del subconsciente? Aquello se parecía a una proyección de su situación personal sobre la política. Pero pronto se dijo no, no debo mezclar las cuestiones personales con la militancia. Es una muestra más de mi individualismo.

    –¿Te gusta? –preguntó él.

    –Hermoso –contestó ella, y era verdad. Juan Cruz había mezclado el rock con la liberación del Tercer Mundo, elementos del hippismo con la revolución socialista, y una dosis general de doctrina cristiana, pero lo había hecho tan bien que convencía.

    –El volante va a llevar, sobreimpreso, el rostro de Jimi Hendrix en contorno. Y abajo, con letras grandes:

     

    grupo ser santiago estero

    SER

    Paz, amor, libertad

     

    “¿Qué te parece?”

    –¡Bello! –, exclamó Laura.

    Un hermano de Tito trabajaba en un banco. Que poseía un mimeógrafo. Sólo debían proveerle el stencil grabado y les imprimirían una resma completa de papel obra tamaño oficio. Juan Cruz y Laura compraron el stencil y, con una birome seca, el joven dibujó cuidadosamente los detalles que habían proyectado.

    La asamblea aprobó sin modificaciones el texto y sus aditamentos plásticos y a los tres días toda la ciudad estaba empapelada con aquellos afiches, que anunciaban la aparición del nuevo grupo.

     

    TERCERA PARTE

     

    Volantes contra la oscuridad. Trelew. Hora de los Pueblos. La audacia y el desconcierto. Se resquebraja la pasión. Prevalecen las tinieblas.

     

    Ricardo Soule Julio Carreras

    Foto: (de izquierda a derecha: Ricardo Soulé (Vox Dei) Julio Carreras (propietario del negocio), y un sonidista de Vox Dei. En el interior: Enrique Gavioli.

     

     

    2

     

    Alma y vida: Del gemido de un gorrión

     

    Estaban sentados allí, alrededor del salón pelado. Chicas y muchachos, algunos con pelos largos, barbas, camisas de combate, botines, sacos tejidos y un aspecto en general desaliñado. Humo de cigarrillos, luz amarillenta. En algún momento Juan Cruz había sentido que a los sucesos les faltaban detalles, como ensayos imperfectos de la vida. Entonces se esforzaba por comprender; trataba de que su percepción se volviera más aguda, pero también se dio cuenta de que se precisaba profundizar para adentro. Para adentro de uno mismo, claro.

    Después de la toma de la facultad habían aparecido algunas disidencias en SER, respecto al liderazgo de Juan Cruz. Partían desde el sector de “los hippies”, y cuestionaban lo que ellos veían como el peligro de su politización del grupo. Los diarios habían publicado la nómina de las “organizaciones políticas y subversivas” participantes en esa rebelión estudiantil, y en ella aparecía incluida SER. Es que Laura y Juan Cruz habían pintado con aerosol en todas las paredes el nombre del grupo y su signo:

     

    grupo ser santiago estero

    El IXUS que usaban los primeros cristianos para identificarse en tiempos de la persecución romana (también una ocurrencia de Juan Cruz). “Al parecer una nueva organización revolucionaria”, decía al informarlo la crónica de “El Siglo”. La misma tarde del día siguiente a la toma, Manolo, Jorge y Daniel –tres de “los hippies”– esperaban a Juan Cruz (en la casa de Loro, pues se habían atrevido a buscarlo), para reprocharle con el diario en la mano el haber estampado el nombre del grupo en la facultad.

    –La gente va a pensar que somos guerrilleros –se quejaba Jorge– Ya hay algunos en el barrio que dicen que somos comunistas...

    –Nuestro grupo no puede estar ausente de lo que sucede en el país –contestó Juan Cruz.

    –Pero tendrías que haber consultado a la asamblea de los miembros, antes de hacer eso, Juan Cruz –protestó tibiamente Manolo.

    –Bien. Consultemos a la asamblea acerca de si aprueba o no lo que hicimos con Laura…

    Dos días después cuarenta y nueve miembros de SER sobre cincuenta y dos aprobaron la conducta de Juan Cruz y lo ratificaron como líder del movimiento. Incluso los hippies, al ver la abrumadora mayoría de manos levantadas, lo hicieron también con las suyas. Pero allí se derramó la primera semilla de una división, que más tarde, iría a tornarse irreversible.

    En los meses de abril, mayo y lo que iba de junio de 1972, los miembros de SER habían asombrado a los otros sectores juveniles por la intensa actividad que promovían. Y en el centro de ella estaban, omnipresentes, Juan Cruz y Laura. Laura burlaba la vigilancia de sus padres, a quienes ya casi había derrotado, y se quedaba haciendo tareas hasta la madrugada. Trabajando a escondidas por la siesta, en el edificio de un banco cuya clave de ingreso consiguiera el hermano de Tito, que estaba empleado allí, imprimieron 500 ejemplares del primer número de una revista: SER. Laura y Juan Cruz, los mismos que habían tipeado los sténciles y dibujado ilustraciones sobre ellos,  pues nadie se había animado ni sabía hacerlo, se afanaron con Tito, desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche de un domingo gélido, manejando el mimeógrafo eléctrico, ordenando las hojas y abrochándolas. Manchados en tinta, sudorosos y satisfechos, salieron al fin, cada uno con su paquete de revistas bajo el brazo. Ni se les ocurrió pensar que habían estado durante horas en medio de inmensas cantidades de dinero. La humilde revista, con artículos sobre el rock, el imperialismo, la vida de Sandino, con dibujos confusos hechos a punzón sobre los sténciles, eran ese momento, para ellos, lo más importante del mundo.

    Pero la revista SER también les atrajo críticas.

    “Dicen que los artículos parecen escritos por resentidos sociales. Una chica del barrio me lo ha dicho”, comentó una noche Cuno. Y luego le preguntó a Juan Cruz: “¿Qué es un resentido social?” Acordándose de una frase del Bebe Bardamu, Juan Cruz contestó:

    –En esta sociedad injusta y represiva, ser resentido social es un honor. Quiere decir que sos un hombre o una mujer sensible.

    Nuevamente esto preocupó a los hippies.

    Con una disciplina admirable, se reunían dos veces por semana, reuniones que a veces concitaban la presencia de cien o ciento cincuenta jóvenes, y fuera de los ensayos, en la práctica se veían casi todos los días. Por todas partes de la ciudad se hallaban en las paredes pintadas del grupo –con consignas como éstas: “Paz, Amor, Libertad. SER”, o “Recital de Rock contra el imperialismo”, que habían sido pergeñadas para mantener la unidad de todos los sectores–; equipos de tres o cuatro habían vendido la revista, aula por aula, en escuelas secundarias o facultades, hasta agotarla, les habían hecho dos o tres reportajes por radio y uno en la televisión. Algunos grupos políticos los miraban con recelo, otros intentaban infiltrarse, el FIP y el PC tenían hacia ellos una actitud un tanto despectiva, pero ninguno podía ignorarlos ya.

     

    3

     

    Arco Iris: Sudamérica

     

    La noche antes al recital los conjuntos ensayaron hasta las dos de la mañana. Pese a ello, se levantaron temprano. A las seis y media Juan Cruz fue a buscar la estanciera de su tío Manuel, con la que trasladaría músicos y equipos. Laura, con el auto de su padre, había buscado a un grupo de chicas y muchachos para limpiar y acomodar las sillas en el gran patio de la biblioteca, frente al escenario. A las siete de la mañana, cuando fue a buscar a Pedro Santini al barrio Belgrano, su padre recibió agresivamente a Juan Cruz.

    –¡Qué pasa ahora! –dijo sin saludar– ¡Otra vez vienen a joder! ¡Ya le he prohibido a mi hijo que se junte con hippies, comunistas y vagos!

    Una vez Pedro les había dicho a sus compañeros del FIP que vengan a pintar consignas, por la noche, en el paredón que daba al fondo de su casa. Su padre los había escuchado: tomando una escopeta los ahuyentó a tiros. Era un individuo de unos cuarenta años, irascible, pelado.

    –Mire amigo –dijo Juan Cruz con su voz gruesa y dura– a mí no me venga con estupideces –en el bolsillo del gabán acariciaba una sevillana de dos filos que siempre llevaba con él–. Si quiere algo conmigo salga y veamos.

    El tipo se quedó mirándolo, desconcertado, tras la puerta a medio abrir.

    –Tengo apuro –dijo Juan Cruz– vengo a hacerle a su hijo el favor de llevarlo al recital donde quiere actuar. Si lo va a llamar, hágalo, de lo contrario, digamé, así me voy.

    –No, no –dijo el pelado– espere un momentito joven, ya lo llamo.

    “El ser humano es un animal vil”, pensó Juan Cruz. “Sólo actúa bien bajo la codicia o el temor”.  Las nubes violáceas cubrían el horizonte, tras las casitas, amenazando tormenta. “Ojalá que no”, pensó Juan Cruz, Pedro Santini, salió disculpándose, con su flauta traversa y un amplificador portátil.

    Con arbitrariedad, Juan Cruz había fijado para las nueve de la mañana la apertura de la boletería. Varios dudaban de que hubiese público, pues era un domingo y los jóvenes salían, la noche anterior, generalmente hasta la madrugada.

    –Nosotros no nos dirigimos a los que van a sacudirse como idiotas y a alcoholizarse en los boliches– había contestado Juan Cruz. –Sino a los jóvenes sanos y conscientes, que buscan con lucidez los caminos para construir un mundo mejor.

    Increíblemente, a las ocho y media de ese domingo 2 de julio, ya se había formado una cola para entrar, frente a la puerta de la Biblioteca Francisco de Aguirre, en Villa Constantina. El promedio de edad de quienes la hacían no superaba los veinticinco años. Ana María Amado, una periodista que vivía en Buenos Aires, llegó para observar cómo pintaba la reunión y preguntar a qué hora podrían filmar. Juan Cruz la admiró mientras contestaba. Era una muchacha de unos veintitrés años, inteligente, hermosa.

     

    A las once en punto comenzaría el recital. Todo andaba muy bien. La afluencia de público era incesante. Ana María estaba sorprendida y eufórica. Adentro sonaban a través del poderoso sistema de amplificación los temas de Hendrix, Jefferson Airplane, Enrique Villegas, el Trío Juárez + 2. Casi todos, aún chicos que no conocía, saludaban a Juan Cruz al pasar, con un apretón en el brazo, una sonrisa o una palmada. Cuno y María Elvira se ocupaban de cobrar entradas. Las hermosas tetas de Gricel temblaban cada vez que cortaba los papelitos, en la puerta de acceso al gran patio. Laura trajinaba de aquí a allá, preparando el orden de los conjuntos, trasladando gente en su auto, controlando que funcionaran todos los equipos o consiguiendo repuestos en caso de que hubiese posibilidad de falla. A las diez fueron con Juan Cruz a buscar un poderoso grabador AKAI, que les había prestado Jorge Castro, un joven ingeniero electrónico recién regresado de Norteamérica. Juan Cruz manejaba el auto del padre de Laura, siempre que ella lo sacaba. Esto enfurecía a la familia. Pero de algún modo se las ingeniaban para obtenerlo, cuando lo necesitaban.

    A las once menos cuarto el aspecto del lugar era imponente. Todas las sillas se habían ocupado; se apiñaban jóvenes parados, subidos a las mesas de cemento que había en la zona del bar, sentados en el suelo, rodeando el escenario. El sol había salido y acariciaba suave, como oyendo los ruegos de sus hijos de SER. Se levantaban humaredas de los quioscos de choripanes, afuera y adentro. En las veredas se amontonaban los curiosos y los que aún trataban de entrar. Finalmente, al cerrarse la boletería, empezaron a aparecer cabezas y cuerpos de los que escalaban los muros y se instalaban allí. Alguien vino a preguntarle a Juan Cruz si quería que llamen a la policía, para controlar el desborde, pero él dijo:

    –¡No! No quiero nada con la policía. Este es un festival de la libertad.

    –Pero si permitimos que la gente vea sin pagar entrada, perjudicamos a los que sí han pagado... –le dijeron.

    –¿Por qué? contestó él. La entrada se cobró para juntar unos pesitos para SER y no para impedirle a alguien que vea el recital. Los que no pueden, que no paguen. Los que no han conseguido entradas que vean desde los techos y las tapias. ¿Qué más queremos? ¡Es un éxito! ¡Nos halaga!

    A las once en punto Juan Cruz hizo una seña y comenzó el recital. El conjunto, que estaba alerta arriba del escenario empezó a tocar sin previo aviso. A los pocos acordes, luego de la primera perplejidad por la transición de música de cinta a rock en vivo, se levantó una ovación del público. El Gordo Abraham pulsaba un bajo poderoso. Enrique Gavioli punteaba una guitarra dulce, Manolo atacaba con asombro y como en el cielo la batería, pues era la primera vez que tocaba en público y Jorge acompañaba con el órgano cantando con voz quedita algo que se parecía a un tema de Arco Iris. El conjunto estaba perfectamente ensamblado y sonaba maravillosamente. “Buen comienzo”, pensó Juan Cruz.

    Luego de tocar cinco temas –rigurosa medida que habían fijado para dar lugar a todos– el conjunto Claridad abandonó el escenario entre aplausos sostenidos. Subió el grupo Exégesis. Mientras afinaban, Coli Waechter, tomando el micrófono leía adhesiones de juventudes políticas y grupos revolucionarios. Coli era un agraciado muchacho, locutor de televisión y dirigente del principal grupo revolucionario de la Universidad Católica. Podría haber sido el niño mimado de la burguesía local, no sólo por su inteligencia sino por ser rubio como un sol, lindo y de ojos azules. El modelo perfecto para cerebros dependientes –pensó Juan Cruz. Sin embargo había elegido ser revolucionario, jugarse con los más pobres, los negros, los comunistas, los marginados. Extraña y hermosa decisión, se dijo Juan Cruz, mientras lo miraba actuar con simpatía radiante sobre el escenario; incluso recordó que una vez había vuelto contento cuando fue a cubrir como periodista un congreso sindical en Córdoba: descubrió que entre los obreros industriales había muchos rubios, como él; entonces con una ingenuidad que conmovió a Juan Cruz le había dicho: “ahora me siento menos acomplejado por ser rubio, veo que no sólo los explotadores lo son, sino que hay muchos obreros rubios también y todos los hombres somos iguales, nos separa sólo la condición de explotadores y explotados, estoy contento, Juan Cruz, hay muchos como yo entre los explotados, eso aquí en Santiago casi no se nota”. En aquel momento se le presentó también el recuerdo de aquella tarde gris en que, solos en su habitación, de estudiantes, Coli le hiciera una grave confesión:

    –He tomado una decisión importantísima para mi vida –le había dicho –Me voy a incorporar a la lucha armada.

    Gricel cantaba acompañada por su banda –nunca ese nombre sería más apropiado: Exégesis estaba compuesto por ocho músicos– Gricel cantaba y se meneaba y Juan Cruz no sabía si los entusiasmos y las palmas eran arrancados por la música o por las prodigiosas tetas sin corpiño que se movían bajo la camisa negra un poco transparente o aquellas caderas alucinantes que se prolongaban hacia abajo en un par de piernas de diosa que no ocultaba en absoluto la estrecha minifalda de cuero. “Música pesada”, pensó Juan Cruz. A él no le agradaba mucho. Música sin demasiado contenido. Virtuosismos de guitarra eléctrica, batería y saxo. Y sexo. Eso sí. Mucho sexo apenas disfrazado bajo aquellos fraseos mordientes y el ritmo exaltado, violento. “Música extranjera”, pensó Juan Cruz. “Nosotros aquí estamos en otra cosa”. ¿Pero en qué? si veía bien él vibraba con los temas de Led Zeppelin o The Doors, también. “Pero hay otra cosa”, pensó. “No sé qué es aún, pero estamos en eso, estamos buscando...” Tal vez el camino estuviera en eso que él estaba descubriendo, últimamente, de a poco: César Isella, Mercedes Sosa, Los Quilapayún. Música nuestra. Retornar a las fuentes. A los veintidós años. De nuevo el folclore que mamé en la infancia. Y la patria, el pueblo, la lucha. Palabras de mi infancia, palabras de mi infancia, palabras de mi padre y mis abuelos. Palabras eternas mientras seamos colonia. Eso nos diferencia de los europeos y los yanquis. Nosotros tenemos por qué luchar. Ellos no. Sólo sexo, masturbación psicológica o escapismo alucinógeno. Aquí hay una realidad dura, rica, intensa. Aquí luchas por la vida y el pan de cada día. Es una aventura cotidiana, el vivir en América Latina.

    Por fin habían terminado los cinco temas de Exégesis y el público pedía otra. Gricel lo miraba, sudorosa y anhelante. Le encantaba mostrarse. Como todas las mujeres lindas. “Les gusta ofrecerse y no darse, se embriagaban con el poder que les da su culito, sus tetas, con ellos manejan a toda una multitud de giles”. Juan Cruz meneó la cabeza. No habría bis. Gricel hizo una mueca decepcionada, el público silbó un poco; antes de que terminaran de evacuar el escenario ya estaba instalado frente a los micrófonos el dúo compuesto por Cacho y Severo. “Ahora la música va a abandonar la zona genital –pensó Juan Cruz–. Cosa buena”. Coli Waechter los presentó y en efecto Cacho y Severo abordaron un tema dulce, perfecto en su armonía, que fue como un descanso luego del áspero rock anterior. Juan Cruz sintió la tranquilidad de la multitud, personalmente sintió como una alegría. Como otras veces, tuvo ganas de llorar. La paz le inducía ganas de llorar. Tan conflictivo era el mundo, tan voraces, competitivas, crueles las relaciones entre los humanos, que las raras situaciones cuando se producía el milagro de una armonía colectiva, sin desconfianza ni violencias, el fenómeno conmovía tanto a Juan Cruz que no podía evitar las lágrimas. Le había sucedido con Woodstock y con la película del festival de Monterrey. Le sucedía ahora. Sintió el cabello larguísimo de Laura rozarle el cuello. Sin darse vuelta había sabido que era ella, la había sentido aproximarse por atrás. Se dio vuelta y se levantó. La besó en la boca, honda, largamente, y mientras la besaba el rostro se le fue mojando en lágrimas: y ella no le preguntó por qué lloraba.

    Los conjuntos tocaron hasta bien entrada la noche y todo se desarrolló en calma. El festival fue un éxito impresionante de la nueva agrupación. Poco después la revista Pelo publicaría un artículo –pequeño, claro, pues se trataba de una revista de Buenos Aires– narrando el acontecimiento. Quedó dinero para pagar la nafta de los colectivos y los autos, para comprar la enciclopedia que debían donar a la biblioteca, para arreglar los equipos averiados. Y un cierto excedente que Juan Cruz pensó destinar a la edición del segundo número de la revista SER, esta vez en una imprenta de verdad. Rendidos y felices, Juan Cruz y Laura se fueron a dormir juntos en el suelo de la vieja casita de SER. Amanecieron abrazados, tal como se habían acostado, sin quitarse las ropas, sobre una vieja frazada.

    –Laura –dijo Juan Cruz– ¿Duermes?

    No, ella no dormía.

    –¿Cómo quisiera morirme ahora –dijo él–, que nos muramos los dos.

    –¿Por qué? –preguntó ella.

    –Porque soy feliz.

     

     

     

    Nota: si quieres ver un documental reciente, sobre el Grupo SER, puedes hacerlo aquí:
    Grupo SER

    Si quieres leer la novela, puedes descargarla desde aquí: Academia.edu