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  • A hard day´s night

    Escuché por primera vez a los Beatles en la radio de mi tío Mariano. Eran principios del año 1964. Sintonizaba Radio Chilena, lo recuerdo, cuando me magnetizó un tema desde sus primeros acordes. A hard day´s night...
    Ese día por la tarde yo tenía que ir a casa de un joven que me había propuesto hacer un reemplazo en su conjunto. Se hacía llamar "Ruben Perkins". Su contrabajista se había enfermado y ellos debían actuar en el Parque de Grandes Espectáculos.
    Caminé esa tarde las 12 cuadras más o menos que separaban mi casa de la suya con esa música en la cabeza: A hard day´s night...
    Rubén Perkins conocía también a Los Beatles. Pero no le gustaban. "Esa música nunca va a tener éxito aquí", dijo. Qué música deberíamos tocar nosotros: la de Los Teenagers, Los Pick Up... conjuntos porteños que cantaban en castellano. Y por cierto, la de Leo Dan. Imitándolo, Rubén ensayaba con temas propios, pues -aunque no me lo dijo ni yo lo sabía- tenía el propósito ya de grabar un LP en Buenos Aires.
    medium_beatles4.2.jpgMi primer actuación en un escenario tan importante iba a ser un poco traumática. Sucedió así:
    Como yo era un chico de 14 años, los otros se veían en la obligación de "cargarme". El primero Rubén Perkins. "Vos tienes que bailar con mucha fuerza al tocar", me había asegurado. Desde el primer tema, que era un rock´n roll, me puse a moverme como un parkinsoniano. Abajo, los Demonios del Ritmo -que también eran tipos grandes- comenzaron a hacer palmas. Se reían mucho, pero al principio creía que era por estar divertidos.
    Cuando se empezaron a juntar más y más changos para acompañar mis contorsiones con palmas, y se reían a carcajadas, algo no me gustó. Entonces me di vuelta para mirar a mis costados, y vi que ninguno de los miembros del grupo bailaba. Y todos -incluyendo una chica, novia de Ruben Perkins, que cantaba-, me miraban, riéndose de mí.
    Entonces comprendí la cargada, y dejé de moverme.
    -¡Eh, movete, lo estás haciendo bien!-, me espetó Rubén Perkins, que tenía el labio inferior avanzado y con una especie de plataforma decreciente, como los tucanes.
    -No-contesté yo-, ya no.
    Como todos desde muy niño había padecido bromas crueles y una que otra paliza de muchachos mayores, casi siempre en patotas. A diferencia de todos, quizá, yo no olvidaba fácilmente. Y como si la vida tuviese algún secreto mecanismo de compensación, tarde o temprano terminaba encontrándome con el desgraciado en alguna situación donde me era posible ya ejercer una superioridad otorgada por los años. Pero quizá más tarde podremos hablar de estas cosas; ahora habíamos empezado para hacerlo de los Beatles.

     

    Los Grinberg

     

    Hugo Mansilla fue la primer "alma gemela" que encontré en este, uno de mis más íntimos entusiasmos. No fue mucho después; creo que, más o menos, hacia fines de 1965... Por aquél tiempo mi padre era director de Técnicas Audiovisuales en la Provincia, y su secretaria general se llamaba Emalina López de Mansilla.
    Como suele ocurrir en la provincia de Santiago del Estero, de tradición "hidalga", el jefe de una oficina administrativa es considerado casi como un Señor Feudal propietario de todos sus elementos, incluyendo edificios públicos que los contienen. Se comprende entonces que para mí la oficina "de mi padre" fuera una especie de continuación de la casa familiar. Iba allí todas las tardes, y lo singular (visto desde una perspectiva que no sea la santiagueña) es que era tratado como una (semi) autoridad por carácter transitivo. Con más razón si se consideraba que mi padre había fundado esa institución, con lo cual había adquirido un carácter conductor que se consideraba ya prácticamente vitalicio.
    La señora Emalina era una dama impecable en su indumentaria -de carácter severo aunque gusto refinado-, sumamente educada en su expresión oral. Lloviznaba y me había puesto a hojear unos libros con grandes fotografías, aburrido, cuando nuestra conversación se introdujo quién sabe por qué vericuetos en mi "profesión": la música.
    -Tengo un hijo que es músico, también... -dijo ella.
    -¿Ah sí?-, me interesé rápido.
    -Acaba de regresar de Córdoba... lo mandamos a estudiar en la Escuela de Mecánica de la Aeronáutica, pero no le gustó...
    -¿Qué toca?
    -Dice que el bajo...- contestó ella.
    -¡Mire usted! ¡Precisamente nos está haciendo falta un bajo en el conjunto!- exclamé.
    -Si quieres, vete a verlo... seguro que debe estar ahí, porque se pasa escuchando música todo el día...
    La casa de los Mansilla era un edificio imponente para el Santiago de ese tiempo, con dos plantas y ocupando una extensión que parecía prolongarse hacia la cuadra paralela por detrás. Me atendió un chico rubio, más bien pequeño de estatura pero un tanto fornido, que me invitó a pasar.
    Entrar por primera vez a la casa de Hugo Mansilla fue para mí como hacerlo en una película extranjera. Pocas veces ingresaba en esos ambientes tan limpios, ordenados, amplios, amoblados con gusto como eran aquellas habitaciones. Mas lo que me fascinó haciéndome ignorar cualquier otra consideración fue que en un living anchísimo, junto a un "combinado" impresionante, había esparcidos sobre la alfombra tres o cuatro LP de los Beatles... ¡prácticamente todos los que habían salido!...
    Desde entonces hasta hoy la vida unió nuestros destinos. Y aunque por largos años ni siquiera nos vimos, y cada uno eligió caminos e incluso ideas muy diferentes, esta amistad sobrevivió a todo cambio.
    Por entonces yo tocaba en un conjunto de muchachos humildes, de La Banda, que me habían ido a buscar a principios del 64 por el solo factor de que yo tenía guitarra eléctrica...
    Se llamaban Los Grinberg. Cuando pregunté al baterista y líder del conjunto por qué lo habían bautizado así, me contestó con sencillez. "Porque así se llamaba el judío que nos alquilaba los equipos". Tocábamos temas de un grupo muy famoso entonces, "Los Pick Up", que tenía a Horacio Ascheri como vocalista: una hermosa voz con letras bastante profundas para lo que por entonces se escuchaba. Tuvimos la suerte de que enseguida aparecieron "Los Iracundos" con muy buenos temas y casi al mismo tiempo "Los Gatos Salvajes". Este era un grupo rosarino con mucha imaginación: su cantante, Litto Nebbia, trascendería con vuelo propio más tarde, pero todo el grupo salía de lo común. Nosotros tocábamos "La respuesta" (primer simple de ese conjunto), apenas salió.
    Al momento de conocer a Hugo yo llevaba ya más de un año de actuaciones exitosas. Nuestro grupo era disciplinado, manteniendo un régimen de tres o cuatro ensayos por semana, nos actualizábamos constantemente y teníamos bastantes buenos equipos. La edad promedio, 17 años, permitía que casi todo lo que ganábamos pudiéramos reinvertirlo en el grupo. Así fue que en poco tiempo me armé de una hermosa guitarra Jakim -imitación Fender, pues en 1965 para tener una fender había que importarla de Inglaterra- y mi primer equipo propio, además de la guitarra nacarada que a los trece años me había regalado mi padre.
    Hacia fines del invierno ocurrió algo trágico: nuestro segundo guitarrista, Julito, un joven rubiecito, agraciado, murió en un accidente de tránsito. Por un breve lapso lo reemplazó un muchacho a quien le decían "cancer" (por lo feo, aunque en realidad no era para tanto); pero cáncer era demasiado buen guitarrista como para soportar mucho tiempo el dejarme el primer lugar a mí que -debo reconocer- técnicamente era inferior. Así que después de unas pocasmedium_gatosalvajes.jpg actuaciones se fue.
    Encima Pinocho, nuestro bajista, tenía que dejarnos en diciembre pues iba a comenzar sus estudios de medicina y para ello había que trasladarse a la provincia de Córdoba. Así que Hugo vino a aparecer como anillo al dedo. Con dos inconvenientes: el primero, que no tenía instrumento (algo de fácil solución, como se verá) y el que resultaría más problemático era que nunca había estado arriba de un escenario.
    El padre de Hugo le facilitó los recursos para que este adquiriera un hermoso bajo Jakim y un equipo a crédito, así que a los tres días de habernos conocido Hugo ya estaba ensayando con Los Grinberg, en La Banda.
    Así llegamos a la noche del sábado en que debíamos actuar en el Parque de Grandes Espectáculos, un lugar imponente, donde se reunían unas 1.000 personas cada semana para bailar con las mejores orquestas. Para los músicos santiagueños ser contratado por la empresa Diéguez -que regenteaba el coliseo- era un signo de haber alcanzado un lugar destacado en la preferencia popular.
    Nos tocó actuar primeros -otro signo, el de que no éramos tan importantes como Los Demonios con Johnny Dellara, quienes actuarían en el horario central. Apenas subimos a armar los instrumentos Beby -el baterista- nos cuchicheó, "ché gatos, miren, ahí están los Demonios, qué hijos de puta, se han puesto justo abajo del escenario para sacarnos el cuero: tenemos que tocar bien".
    Cacho Monges, el cantor, decidió empezar con "El golpe", un tema que nos permitía lucirnos por sus arreglos ingeniosos: empezaba con una exclamación: "El golpe", anunciaba Cacho Monges e inmediatamente el bajo iniciaba un punteo rítmico y contagiante.
    -¡El Golpe"-, exclamó Cacho Monges... y no pasó nada.
    Todos nos dimos vuelta a mirar a Hugo Mansilla: estaba duro, como si hubiese visto un fantasma... ¡no atinaba a hacer nada! En esa fracción de segundo comprendí lo que debía hacer y como por reflejo bajé el botón de graves y empecé a bordonear el canto que debía haber efectuado el bajo.    
    Los Demonios, que nos miraban de abajo... ¡no se dieron cuenta del cambio!... Hugo, paralizado por el terror, no había comenzado a tocar hasta que se largó toda la orquesta, pero finalmente se integró a la perfección.
    Después de las cargadas, que le llovieron, le bajamos la caña a Cacho, pues no debió haber elegido un tema donde quedaba tan expuesto un joven que por primera vez subía a un escenario... ¡y tan importante!
    Con los Grinberg vivimos momentos felices e interesantes, que en otro apartado contaré. Hasta que comenzando el 66 yo me fui a Tucumán y Hugo continuó pero solamente hasta el invierno de ese mismo año.
    Hacia fines del 66 regresé a Santiago, y Hugo, que estaba formando un grupo para abordar temas de los Beatles, me habló. Sucedía que Pancho Vinotti, un joven que iba a iniciar sus estudios para oficial en el Liceo Militar, debía irse justamente cuando el conjunto estaba listo para comenzar a actuar... entonces yo debía llenar ese espacio.
    Pancho tocó en la presentación del grupo, que fue en Trevi, para la Navidad de 1966 e inmediatamente yo lo reemplacé. Además de Pancho Vinotti en el grupo tocaba Mario Busnelli, batería, Carlos Sánchez Gramajo (h) segunda guitarra y Hugo Mansilla (el bajo). Si bien decíamos que en el grupo "no había líderes" Hugo se había constituido en su conductor natural pues era el más disciplinado y empeñoso, además de conocer algo de electrónica, lo cual lo dotaba de un aura de protector de los equipos.  

     

    Los Mods

     

    Una pequeña referencia: por entonces todos éramos en cierta manera conservadores, de ninguna manera queríamos asumir actitudes de ruptura con la sociedad ni mucho menos ofensivas. Por ello fue que entre otros más audaces, preferimos elegir un nombre, "Los Mods", que aludía al sector más prolijo de los nuevos pelilargos ingleses, aquel que aún cuidaba el aspecto exterior a diferencia de los Hippies, cuyos exponentes solían escandalizar a los mayores por su desaliño y aparente suciedad.
    Por aquél entonces -comienzos de 1967- había en Santiago dos grandes empresas que rivalizaban en el área de los espectáculos bailables: la de Ramón Diéguez (h) y la del emergente Lito Prieto. Ambas apuntaban a los sectores altos y medios de la sociedad, por lo cual frecuentemente apelaban a recursos extraordinarios y hasta al espionaje para ventajar al competidor con sus programaciones.
    Lito Prieto había traído números tan importantes entonces como Los Iracundos o Leo Dan, además de un sinfín de ventrílocuos, magos y otros músicos de carteleras nacionales.
    Diéguez no necesitaba acciones demasiado esforzadas pues poseía un capital cultural de más de veinte años de grandes números en el Parque de Grandes Espectáculos, propiedad de su padre. Pero el anciano Diéguez estaba traspasando las responsabilidades por completo a su hijo, "Johnny", quien para garantizar buen desempeño al frente de la empresa había adquirido el título de Doctor en Ciencias Económicas en la Universidad de La Plata.