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Web - Page 2

  • Alicia Wieland

     

    En su cumpleaños, el 12 de septiembre

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    -La compañera fotógrafa te va a esperar en Sarachaga y Salgueiro -dijo el compañero responsable - A las 8:00 en punto.

    -¿Cómo hago para reconocerla?

    El responsable me miró como si hubiese dicho una tontería. Con paciencia docente, contestó:

    -No te preocupes. Hay pocas tan grandotas como ella. Y va a estar en un fitito amarillo.

    En efecto. Me resultó sencillo reconocerla. "Subí", me dijo, abriendo la puerta del fitito. La "compañera fotógrafa" era Alicia Wieland. La fecha: ... invierno de 1973.

    Teníamos que hacer un boletín para el sindicato SMATA. Pero nadie debía enterarse. Era una de las tantas "tareas de solidaridad" de nuestro Partido (Revolucionario de los Trabajadores, dirección política del Ejército Revolucionario del Pueblo). Es que el sindicato de SMATA estaba controlado entonces por los "chinos" (un partido maoísta que no estaba de acuerdo con la lucha armada y había decidido ponerse a la cola del peronismo). Aunque René Salamanca (su Secretario General), estaba al tanto. El PRT pasaba entonces por su momento de mayor poderío y operatividad.

    Desde entonces, por más o menos un año nos encontraríamos -prácticamente todos los días. "Ana y Alicia", eran las fotógrafas principales del Equipo de Prensa del PRT. Que abarcaba funciones muy vastas: nuestro ámbito de acción consistía en proveer material informativo para tres medios impresos: el diario El Mundo, de Buenos Aires (corresponsalía Córdoba), la revista Patria Nueva y Posición. Eventualmente colaborábamos con el diario Córdoba, que salía entonces por las tardes.

    Fuera de ello, debíamos ocuparnos de hacer prensa para varios sindicatos, agrupados en el Movimiento Sindical Combativo, que conducía Agustín Tosco. En el lenguaje militante, "hacer prensa" podía tratarse desde cubrir periodísticamente un acto hasta imprimir volantes (o escribir artículos, diagramar revistas, supervisar su impresión, distribuir los paquetes, con nuestros vehículos, por todos los centros operativos sindicales de la ciudad).

    De tal manera, no parábamos. Desde las seis o siete de la mañana, hasta pasadas las once de la noche, sin dormir la siesta, trajinábamos cada día por mil tareas. A veces, una "tarea urgente" nos obligaba a levantarnos de madrugada. Como aquella noche que "El Vasco" (responsable del PRT), nos despertó a las 3 para leer un documento que debía estar impreso a las 7 para su distribución. "Cebá mate", le decía El Vasco a Nelso del Vecchio, que se dormía. "El Zorro", dirigente de "Poder Obrero", sonreía. Y yo renegaba. Por sí esto fuera poco, cerca de las cuatro debí llevar a "El Zorro" en camioneta hasta un alejado barrio en Ferreyra, donde vivía. Y de allí nomás, partir hacia la imprenta de Oncativo, para que los cinco mil volantes estuvieran impresos a las siete de la mañana como para que pudiéramos comenzar a distribuirlos.

    Por si todo esto fuera poco, nos asignaban también tareas de prensa y propaganda del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo). No de todo, pues por entonces este era un movimiento que concitaba a miles de jóvenes en Córdoba, provenientes de partidos revolucionarios, sindicatos, centros vecinales, grupos de artistas, cine, teatro, en los cuales había también -por suerte- compañeros que editaban por sí mismos sus volantes, afiches, revistas o boletines. Pero casi todo confluía finalmente en nuestras dos imprentas y la Redacción central: nuestra revista, Posición, una espaciosa casa del barrio Güemes donde vivíamos, además, Nelso del Vecchio y yo.

    Junto al PRT, en el FAS confluían el partido Poder Obrero, el Frente Peronista Revolucionario, las FAL "América Latina", "Ché Guevara" y "22 de Agosto", la "Columna Sabino Navarro" de Montoneros y los Comandos Populares de Liberación (peronistas). Además, una nube de pequeños grupos de izquierda, como "Espartaco", con vigencia únicamente en los ámbitos de la Universidad.

     

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    La noche del miércoles 27 de febrero de 1974 un grupo de más de cincuenta policías cordobeses ingresó a la Casa de Gobierno provincial y depuso al gobernador peronista Ricardo Obregón Cano y a su vice, el dirigente sindical Atilio López. Los rebeldes se encontraban al mando del Teniente Coronel (RE) Antonio Domingo Navarro.

    Eran las 22.55. En la habitación donde se encontraba reunido un grupo de funcionarios provinciales se vivía un clima de extrema tensión. De pronto, la puerta se abrió bruscamente y tres hombres armados con ametralladoras irrumpieron en la sala, obligando a los allí reunidos a salir al pasillo. Uno de los funcionarios inquirió:

    -¿Quién es el jefe de este operativo?

    -¡Retírese, señor! Oportunamente se le informará-, respondió imperativamente uno de los hombres armados y, acto seguido, obligó al grupo a colocarse en fila para marchar hacia la salida principal de la Casa de Gobierno.

    Junto a los mandatarios, los sediciosos detuvieron a unas setenta personas que se encontraban en la gobernación. Entre ellos estaban los ministros de Bienestar Social y de Gobierno, Antonio Lombardich y Elio Alfredo Bonetto; los diputados Luis Bruno y Blas García; el presidente del Banco de la Provincia de Córdoba, Julio Aliciardi; el Fiscal de Estado, Juan Carlos Bruera; el director de Prensa, Alejo Díaz Tiliar; y el hijo y secretario personal del gobernador, Horacio Obregón Cano.

    Navarro había sido relevado de su cargo de Jefe de Policía provincial ese día por el gobernador, por considerarlo "poco confiable". Al enterarse del relevo, el militar acuarteló a unos siete mil efectivos a sus órdenes en la ciudad, aduciendo una "infiltración marxista" en el gobierno.

    Esa misma tarde, grupos de civiles habían tomado las emisoras LV2 -La Voz del Pueblo- y LV3 -Radio Córdoba- y comenzado a emitir comunicados en apoyo al jefe de la insurrección. Una de las transmisiones sostenía que Navarro representaba "una garantía de orden" y era "el vehículo necesario para el proceso de liberación".

    Al caer la noche, se escucharon tiroteos en distintas partes de la ciudad. Civiles armados e identificados con brazaletes rojos comenzaron a circular por las calles.

    Acusados por Navarro de "proveer armamento a grupos civiles de conocida militancia marxista", el gobernador y su vice fueron llevados, esa misma noche de miércoles, al Comando Radioeléctrico, donde permanecerían cautivos hasta el viernes 1° de marzo a las 17.30.

     

    El jueves 28 a las siete de la mañana andábamos con Alicia en el Centro de Córdoba cubriendo toda la parafernalia desplegada por los insurrectos. Miles de policías, con cascos y uniformes de combate dirigían el fragoroso tránsito de la ciudad, armados como para una guerra. Tanquetas, camiones hidrantes, motociclistas con cascos y escopetas recortadas se acantonaban en las callejas laterales. Recuerdo a Alicia, rubia grandota, de short y ojotas, metiéndose entre los temibles represores para sacarles fotos con su Nikon dotada de varios teleobjetivos.

    -¡Adonde va usted! -le gritaban.

    -¡Periodista! ¡Diario El Mundo!-, contestaba Alicia, exhibiendo un carnet.

    A la distancia pienso: ¡qué locos éramos! Todos -especialmente los canas- sabían que el diario El Mundo, la revista Posición y Patria Nueva, eran solventados por la guerrilla. ¡Y nosotros íbamos a meternos, así con nuestros carnecitos, en la boca del lobo, para obtener las notas!

    Cerca de las nueve decidí regresar a la Redacción para escribir algo.

    -¡Cuidate, nena! -le dije, al despedirme.

    -¡Cuidate vos, "changuito"! -bromeó ella -¡a mí no me va a pasar nada!

    Pero le pasó. Ese día la metieron presa, y los abogados del FAS debieron trajinar toda la tarde para poder liberarla.

     

    No era broma: el peligro de aquellos represores está apenas patentizado por el horrendo suceso que transcribiré a continuación (Página12 -4 de febrero de 2007):

     

    El Partido Comunista acaba de entrar en la causa de la AAA con un caso siniestro y bien documentado: la destrucción de su local en Córdoba el 10 de octubre de 1974, con detenciones y un asesinato.

    El acta notarial lleva la firma de dirigentes políticos y funcionarios policiales. Relata las condiciones en que la policía cordobesa entrega el local allanado al Partido Comunista de la ciudad de Córdoba el 10 de octubre de 1974, donde la brutal irrupción a los balazos de policías y civiles continuó con torturas, golpes, simulacros de fusilamientos y la muerte de una militante comunista que se desangró por la hemorragia que le provocó "la introducción del cañón de un arma en la vagina". La patota rompió todo, baleó y saqueó las cajas fuertes y dejó sus marcas en las paredes de la casona de Obispo Trejo 354: varias leyendas con amenazas de muerte y la firma de las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina). Ese documento acaba de ser incorporado a la causa en la que el juez Norberto Oyarbide pidió la detención y extradición de la ex presidente Isabel Perón, por el supuesto delito de haber cobijado bajo el amparo del Estado a la banda paramilitar que asesinó a más de 1000 personas antes del golpe de Estado de 1976.

    "Si son comunistas como (Horacio) Guaraní más bien váyanse del país porque los vamos a matar uno por uno. Si cae un policía van a caer tres de ustedes bolches hijos de puta. Las Tres A" (sic), decía la leyenda más extensa que dejaron policías y civiles en una de las paredes del local comunista de la ciudad de Córdoba en octubre del ’74. Las otras, también realizadas con aerosol negro, eran más ofensivas que políticas: "bolches hijos de putas. Tres A"; "zurdos putos", y "zurdos hijos de putas". En el acta también figura el "pomo de aerosol" lleno de "huellas digitales" de quienes hicieron las pintadas en el operativo del que participaba la policía cordobesa. Los comunistas acusaron del crimen de Tita Clelia Hidalgo, una joven de 30 años oriunda de Río Tercero, y las torturas que sufrieron otros 46 militantes que estaban en el local, al interventor federal de la provincia, el brigadier Oscar Lacabanne, y su jefe de policía, Héctor García Rey. "Aquí está la punta del ovillo para descubrir quiénes son las Tres A", denunciaron entonces los dirigentes del PC en Córdoba y Buenos Aires.

    El acta notarial, el informe médico realizado por los doctores Osvaldo Khan y Emilio Ruderman sobre los golpes y torturas que recibieron los militantes, documentos fotográficos y el relato de quienes sufrieron los vejámenes y tormentos fueron entregados hace unos días al juez Oyarbide por una delegación del PC. Los comunistas también entregaron otros documentos y una extensa lista de militantes asesinados por las Tres A, y otra con testigos y sobrevivientes de los atentados de la banda paramilitar. Pero le pidieron al juez federal que los incorpore como querellantes en la causa, a la que ya se habían presentado junto a otras organizaciones políticas y de derechos humanos.

    El asalto al local comunista en Córdoba fue una de las huellas claras que dejaron las Tres A de sus vínculos con todo el aparato estatal. Poco después de las siete de la tarde del 10 de octubre de 1974, policías y comandos civiles ingresan en la casona de Obispo Trejo disparando ráfagas de armas de guerra -"Itaka, metralletas, pistolas 45"- después de volar la cerradura de la puerta de entrada. El único recaudo que tomaron los comandos cordobeses es que no les vieran las caras. "Nos tiraron a todos boca al piso, mientras disparaban sobre nuestras cabezas y caminaban por encima nuestro repartiendo culatazos y patadas" al grito de "bolches hijos de puta, los vamos a matar a todos", relataron varios de los que vivieron el tormento. Luego fueron separando a distintas personas para torturarlas y exigir que aparezcan "las armas". Así comenzaron los simulacros de fusilamiento a los pequeños grupos que sacaban al patio mientras gatillaban las armas y los disparos repiqueteaban cerca de sus cuerpos. A otras salas del local se llevaban a las mujeres, desde donde "se escuchaban gritos desgarradores".

    Tras dos horas de tormentos en los que nunca cesaron los disparos dentro del local, los hicieron formar "con las manos en la nuca" y la "obligación" de mantener los ojos cerrados para pasar por una doble fila de asaltantes que descargaron "patadas, latigazos, culatazos y trompadas" a su paso.

    "A ver, uno con credencial de la Federal que salga a la calle" y "sáquenlos, los primeros al móvil 184", ordenó uno de los asaltantes según el relato del dirigente comunista Jorge Caselles. Afuera los subieron a un camión y "nos fueron apilando como fardos uno arriba de otro, lo que hacía que los que quedaran abajo casi ni pudieran respirar", dijo entonces Enrique de Dios. "A estos los vamos a rociar con nafta y los vamos a quemar a todos", volvió a escuchar Caselles antes de que el jefe le ordenara a un subordinado "no tires gases a la esquina (de Trejo y Quirós) porque el viento lo trae para acá".

    En la retirada, los comandos volvieron a disparar ráfagas de tiros y proferir amenazas para ahuyentar a los curiosos. La recorrida duró poco. Enseguida llegaron a la División Informaciones de la policía provincial. Allí los volvieron a tirar de cara al piso, formar la fila con las manos en la nuca y los ojos cerrados. Adentro, les vendaron los ojos con jirones de trapos de los carteles que habían traído del asalto, aunque antes algunos lograron ver el patio del lugar con decenas de personas (ver aparte) en las mismas condiciones: con los ojos vendados y manos en la nuca esparcidos por el piso o contra las paredes, varios de ellos esposados. Así estuvieron más de 40 horas, antes de recuperar la libertad, tras otros interrogatorios, amenazas y acusaciones de "asociación ilícita" y "tenencia de munición de guerra".

    Pocos días después Clelia Hidalgo murió en el Hospital de Clínicas cordobés. Un policía advirtió la intensa hemorragia -que le produjo que "le introdujeran el cañón de un arma en la vagina"- mientras la interrogaba. Ordenaron su traslado "en calidad de detenida" a la sala policial del policlínico del barrio San Rafael. Tras reiteradas denuncias, y por su delicado estado de salud, fue nuevamente trasladada al Clínicas, pero Clelia no soportó las lesiones que sufrió en el asalto.

    El 15 de octubre la policía entregó el local del PC ante un escribano, por exigencia de los comunistas. Allí consta la forma ruinosa en que quedó la casona, los disparos en las paredes, las vainas servidas y las leyendas de las Tres A que dejó el operativo. El acta lleva la rúbrica de tres agentes de la seccional primera de la policía cordobesa: el suboficial ayudante José Amadeo, el sargento Ismael Salta (chapa 162) y el agente de consigna José Moldia (chapa 111).

    Isabel Perón había decretado la intervención federal de la provincia tras el golpe institucional que pasó a la historia como "el Navarrazo". El ex jefe de la policía de Córdoba, el teniente coronel Antonio Navarro, tomó la ciudad a punta de pistola con comandos policiales y civiles que arrestaron al gobernador Ricardo Obregón Cano y a su vice Atilio López (luego amenazado y acribillado por las Tres A). Lacabanne, un brigadier que siempre decía actuar en nombre de Isabel, volvió a colgar en el cuartel de la policía cordobesa la fotografía del ex jefe Navarro, que entonces estaba prófugo de la Justicia.

     

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    De las cuatro situaciones con Alicia que más recuerdo, dos son festivas. Esto seguramente por la simpatía chispeante y el carácter eternamente bien dispuesto que tenía.

    La primera transcurre durante todo un día domingo en el río Cosquín. A la altura de Río Ceballos, habíamos arribado en dos vehículos con varios compañeros del PRT y el Frente Peronista Revolucionario.

    Recuerdo que en un momento de nuestro recreo, luego del asado, jugando en el agua me acerqué a ella desde atrás, y empujando fuertemente con mis dos manos la hundí. Durante un rato logré mantenerla abajo, pero su formidable fortaleza pronto le permitió librarse de mi presión.

    Por dos veces, ella me devolvería la broma. Era tan fuerte, que al hundirme resultaba desesperante tratar de quitar de mi cabeza aquella potencia de sus manos, que me mantenía bajo del agua. Cuando lo hizo por segunda vez, luego de emerger casi ahogado aduje, pues, que "me estaba congelando", y salí del río, pisando cuidadosamente sobre las piedras que, como un puentecito, conducían a la orilla.

    -¡Ahhhh! ¡huyes, cobarde...! -me cargaba Alicia, dándose cuenta de los verdaderos motivos de mi salida.

     

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    La segunda fue una fiesta nocturna. Una chica rubiecita, de apellido Gómez, santiagueña, paseaba por Córdoba entonces y me parece haberla encontrado por casualidad. Ella es socióloga ahora, y enseña en la UNSE, según creo. Era -es- muy bonita y algo ingenua. Recuerdo sus ojos muy abiertos al vernos, esa noche, exhibiendo escopetas recortadas, pistolas, y fotografiándonos con esas armas contra un fondo de afiches revolucionarios.

    La casa -amplia, de estilo antiguo- era de un dirigente sindical de trabajadores de la Ford. Ya bastante tomado, "La Cigüeña" (lo llamaban así porque era un flaco alto), no tuvo mejor idea que llevarnos a una habitación donde comenzó a extraer, de cajones y armarios, todo tipo de armas.

    -¡Te saco una foto!-, le anunció Alicia, trayendo la súper cámara que eternamente llevaba como si fuese una parte más de su cuerpo.

    La Cigüeña se puso entonces una boina, ladeada sobre el lado izquierdo de su cara, y se atusó los gigantescos bigotes. Se cruzó una canana con balas de escopeta sobre el pecho y enarboló una recortada. Así ataviado posó frente a un gigantesco retrato del Ché, que tenía pegado arriba del espaldar de su cama.

    Todos nos sacamos fotos como esa. Juntos o separados. Ya a la madrugada, Alicia se quedó dormida, en el suelo, a lado de unas macetas... Entonces a mí se me ocurrió ponerle granadas al lado, un fusil entre sus brazos, y fotografiarla...

    De allí, directamente, Alicia había ido a trabajar. Durante el día anterior, antes de la fiesta, había cubierto actividades sindicales y de los barrios. Cometió el error de entregar el rollo, tal como lo llevaba, a otros compañeros para que lo revelasen...

    ¡Cuando los compañeros vieron aquellas fotos, casi cayeron de espaldas!... "¡Qué liberalada!", nos dirían los compañeros después, en tono reprobatorio. Por aquellas fotografías -que por supuesto suprimieron- nos sancionaron, a ella y a mí, dejándonos sin salida el siguiente fin de semana.

     

    El 14 de septiembre de 1973, en un gigantesco acto convocado sobre la avenida Vélez Sársfield para repudiar el golpe militar en Chile, conocí a quien sería la compañera de toda mi vida y madre de mis hijas. Gloria estaba detrás de mí, como a veinte metros de distancia, entre los estudiantes universitarios. La segunda vez que me di vuelta y encontré sus ojos, que brillaban, me acerqué con la excusa de pedirle un cigarrillo al "Pato", un gringuito estudiante de medicina, que conocía y las acompañaba junto a su hermana.

    Desde entonces, con Gloria, no nos separaríamos más. La cárcel lo hizo, corporalmente, en 1976, pero nuestras almas siguieron unidas, hasta nuestro reencuentro definitivo, en 1982. Por mi esposa es que sé algo más de Alicia, que compartiría esta etapa de su existencia con ella en algunas de las mazmorras del Proceso.

    Sé que fue detenida en Córdoba, luego trasladada a Devoto. Durante su detención sufrió varias amenazas de muerte, entre las cuales se contó su traslado de regreso a la Penitenciaría de Córdoba, donde reinaba el tenebroso Menéndez.

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    Luego de su libertad estuvo un tiempo en Europa, hasta que las condiciones políticas argentinas le permitieron regresar. Desde entonces, continuó trabajando con organizaciones sociales y asociaciones de Derechos Humanos.

    También me enteré, por compañeras de mi esposa, de su fallecimiento, el año pasado. Como un corolario de mi modesta recordación, en el día de su cumpleaños, reproduciré, abajo, el último e-mail que, a sus amigas y amigos, envió "Alisota" -como la llamábamos cariñosamente quienes la conocimos:

     

    Original Message -----

    From: Alicia Wieland

    To: Amigos

    Sent: 23 de julio de 2008

    Subject: Alisota / Amigos

     

    Mis queridos amigos, amigas, reenvío esto que me llegó... hasta su introducción representa todo lo que hubiese dicho y diría para tal día, los quiero mucho y les deseo lo Mejor, Alicia...

     

    Hola amigos: les envío estas líneas de Vinicius, que hace muchos años la publicó en los clasificados de un diario de Brasil.

    Por supuesto que no es una búsqueda: es la mejor descripción de la amistad que encontré.

    Para Ustedes, con el deseo de que sigamos así: siendo amigos...

     

    Se busca un amigo

     

    No necesita ser hombre o mujer, basta que sea humano.

    Basta que tenga sentimientos, que tenga corazón. Necesita hablar y saber callar, y sobre todo oír.

     

    Tiene que disfrutar de la poesía, de la madrugada,

    del sol, de la luna, del canto de los vientos

    y de la canción de la brisa.

     

    Debe tener un gran amor, o de lo contrario

    sentir la ausencia de ese amor.

    Debe respetar el dolor

    que todas las personas llevan consigo.

     

    Debe guardar secretos sin sacrificarse;

    pudo haber sido engañado

    (todos los amigos son engañados).

     

    No es necesario que sea puro, ni del todo impuro,

    pero no debe ser vulgar.

    Debe tener un ideal y miedo a perderlo.

     

    Debe sentir pena de la persona triste y comprender el inmenso vacío de los solitarios.

     

    Debe ser Don Quijote sin despreciar a Sancho.

     

    Que sepa conversar de cosas simples, del rocío,

    de las grandes lluvias,

    de los recuerdos de la infancia.

    Se busca un amigo para no enloquecer,

    para escuchar la noche o

    lo que se vio bello o triste durante el día.

     

    Los anhelos y las realizaciones, los sueños y la realidad.

     

    Se necesita un amigo para llorar, para asomarse al pasado en busca de memorias queridas.

     

    Un amigo que nos abrace sonriendo o llorando,

    pero que nos abrace.

     

    Vinicius de Moraes

     

    Gracias a Marta Quiroga (quien envió un pps con las fotografías al Grupo "Caramelo Mágico": caramelomagico@gruposyahoo.com.ar).