Por suerte los años fueron trayendo el aquietamiento de mi alma, y la capacidad de permanecer alejado de los entusiamos que luego suelen originar las penas.
Debido a un proceso natural, por cierto. Mas también por la comprensión de que, generalmente, solemos llamar "amor" a un sentimiento posesivo. El mismo que lleva a un pintor a plasmar en la tela un paisaje, con la ilusión de inmovilizarlo para siempre.
Actualización: 22 de septiembre
Me enamoré por primera vez a los 14 años. La muchacha se llamaba (¿se llama? no volví desde entonces a verla) María Elena Paz. Su figura se me apareció entre tules una tarde gris, cuando regresaba de piano. Gustaba hacer el relativamente largo camino -unas 35 cuadras- a pie. Constantemente iba pensando. En ese medioensueño de mis ideas levanté casualmente la mirada. De tras de un ventanal, con cortinas blancas, semitransparentes, vi su rostro y su impecable aliño rosado. Llevaba el pelo atado con moños a los costados. Me enamoré. Era el tiempo en que Leo Dan triunfaba en buenos aires con su tema "María Elena", que decía:
María Elena,
tu boquita es flor
y tus ojos...
¡ay qué lindos son!
En esencia la cancioncilla de Leo Dan era estúpida, como todas ellas, mas a un alma estimulada por las ilusiones servía para contribuir a su ordenamiento en un mundo redescubierto donde todo parece orientarse hacia el núcleo surgido repentinamente en el amor.
Fue un amor platónico. Durante meses viví mentalmente todo tipo de situaciones con Maria Elena, desde una serenata con mi guitarra bajo la luna llena (había averiguado que ella ocupaba la pieza cuyo balcón daba a la calle, donde la descubriera) hasta la de numerosos bailes de gala, donde bailábamos cual pájaros, ella en glamorosos vestidos largos yo en oscuros atuendos que acentuaban hasta donde era posible a un hombre hacerlo mi natural elegancia.
Necesitaba enamorarme (creo). Mi vida... ¿sentimental?... se había presentado bajo modos decepcionantes, hasta cruentos en mi breve existencia. La relación entre mi padre y mi madre había sido algo confuso para mi mente en los primeros años. Prácticamente vivían separados -pues él era maestro en una escuela muy distante de la otra donde mi madre enseñaba, y a la vez yo me criaba con un tío soltero, Agustín, y mis abuelos-. Ello hasta cerca de mis cuatro años. Puede decirse que casi comencé a conocer a mi padre y mi madre entonces, al mismo tiempo que a mi hermanito Gustavo, quien ya tenía unos dos años. Desde varios puntos de vista la experiencia fue algo decepcionante. Mi padre y mi madre tenían una relación como de perro y gato, atenuada por la educación y el refinamiento cultural de ambos, que no alcanzaba a ocultar una especie de rencor mutuo, activo y permanente, que se dispensaban.
Eso no iba a durar mucho, pues mi madre se fue de casa menos de un año después. A la edad en que los niños comienzan a interesarse positivamente por el sexo opuesto, nosotros con Gustavo éramos dos mozalbetes que se habían criado en completa ignorancia respecto de las mujeres y todo lo que a ellas se refería. Así que supongo que mi hermano vivía, en esas primeras etapas de intentos sentimentales, generalmente frustrados, haciendo el ridículo frecuentemente, por nuestra candidez e ignorancia al respecto.