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  • Nelso Del Vecchio

    A:
    María Del Vecchio
    Agustín Giraudo
    Ana Cittadini

    Nelso01.jpg
    Dormíamos profundamente; había sido un día muy agitado (uno más). Pero yo escuché un ruido: alguien estaba entrando a la casa. Con calzoncillo, sin nada arriba, me incorporé en la cama. Abajo había una escopeta, la tomé. Luego lo pensé mejor: "si salgo con esto, me van a acribillar..." La dejé a un costado, y enfilé hacia el pasillo. En la otra cama, dormía Nelso Del Vecchio. En la habitación de al lado, sobre un sofá, Rodolfo Mattarollo.
    Enfilé hacia el pasillo. El choque de un objeto metálico en mi cara me detuvo: simultáneamente, alguien gritó:
    "¡Quedate ahí! ¡Prendé la luz! ¡Prendé la luz!"
    La llave estaba a mi costado. Había un tubo fluorescente arriba; luego de parpadear un poco, nos iluminó. Un hombre fornido, rubio, como de cuarenta años, portando una pistola 45 en sus dos manos, que temblaban, gritó:
    -¡Dónde están los otros!
    Tras él había cuatro o cinco más, con escopetas recortadas y metralletas.
    -Durmiendo -contesté.
    -¡Ténganlo aquí!-ordenó.
    Habían entrado forzando la persiana que daba a la vereda.
    -¿Quienes son ustedes? -me atreví a preguntar.
    Un morocho maduro estudió mi cara como considerando si valía la pena contestar.
    -Policía -murmuró luego.
    Era un allanamiento. Por suerte. Hoy puede parecer extraño que diga esto. Pero en aquella época -septiembre de 1973- que te vaya a buscar la policía y no las Tres A, para los militantes revolucionarios constituía aún el mal menor.

    Una multitud inmensa abarrotaba el estadio de Villa Luján. Las gradas repletas vitoreaban consignas: "¡Se van, se van, y nunca volverán!", refiriéndose a los militares. El peronismo había ganado las elecciones, por mayoría absoluta, dos meses atrás. "El Tío" Cámpora presidía la república; muchos Montoneros ocupaban puestos clave en la Administración Pública nacional y las legislaturas. Se habían obtenido, además, gobernaciones, intendencias.
    Pero nosotros no éramos peronistas. Aún más: queríamos quitarle, al peronismo, su protagonismo social que considerábamos como un engaño a las masas. Estábamos en Tucumán por: "la necesidad de constituir una auténtica expresión de los trabajadores y el pueblo, de unir las luchas de todos los sectores sociales, los obreros, los campesinos pobres y pequeños comerciantes... verdaderamente interesados en llevar adelante una lucha por la democracia, en el camino de la liberación nacional y social, que acabe con el injusto sistema de dominación burgués-imperialista...
    "y de constituir una sociedad más justa, sin explotadores y opresores, sin explotados y oprimidos, en la necesidad de unir todas las fuerzas del conjunto del pueblo ya sean socialistas, comunistas, peronistas, progresistas y revolucionarias, radicales y cristianos de izquierda, y demás sectores, que estén interesados en hacer la revolución contra la gran burguesía, la oligarquía y el imperialismo e instaurar un gobierno obrero y popular socialista" (Documento del FAS, febrero de 1973).
    Pregunté, a los jóvenes que llevaban brazaletes con una estrella roja, dónde estaba el sector de la Prensa. Me lo indicaron.
    En el centro del estadio, frente al escenario, un pequeño grupo de personas ocupaba la ancha tarima. Aquel espacio estaba separado de las graderías por una baja pared oval, sobre la que se levantaba una extensa valla alambrada.  "Soy de la revista Posición", les dije a quienes custodian el ancho portón. Me abrieron.
    Fotógrafos, jóvenes y muchachas, algunos con aspecto de extranjeros, caminaban por el reducido sector. Junto a brigadas de militantes revolucionarios. Una cámara de filmación cinematográfica había sido instalada frente al escenario.
    Pregunté a uno, al azar, si sabía cuáles eran los periodistas de la revista Posición.
    -Los que están allí-, lacónicamente me contestó.
    Tres hombres y una mujer. Uno, canoso, como de cincuenta años. El otro, muy joven; la chica también, rubia. El restante -tal vez treintaicinco años-, tenía algo, como unas herramientas metálicas, a su costado. Miré con atención y percibí las muletas.
    Era Nelso del Vecchio.    

    Por una enfermedad de la infancia, sus piernas habían dejado de crecer. Entonces necesitaba esas herramientas de metal para desplazarse. Además de ellas -esto lo supe cuando fui a vivir con él, y ocupamos la misma habitación-, debía colocarse unos zapatos especiales, que ajustaba alrededor de sus piernas con otros mecanismos metálicos, reforzados.
    Por lo demás, era un hombre agraciado. Su rostro poseía ese aire distinguido que vemos en algunos retratos nobiliarios, del Renacimiento italiano. Frente amplia, con entradas, cabello castaño suave, que llevaba corto y peinaba hacia atrás.
    Su personalidad era extraordinariamente cordial. Jamás profería alguna frase que pudiera ofender a sus interlocutores. Al convivir con él, comprobé que no era sólo una actitud pública. Constituía su verdadera personalidad. Un hombre calmo, refinadísimo en sus modales, medido.

    Algunos meses atrás -hacia fines de 1972- yo había recibido una misteriosa carta. Su contenido era gratificante: se me ofrecía trabajo como corresponsal de Posición, revista de Córdoba. ¿Cómo habían obtenido mi dirección? Rápidamente decidí que debían de habérsela enviado los compañeros de Nuevo Hombre, quincenario de Buenos Aires para el que por entonces escribía. En realidad no había sido así; pero eso es ya otra historia.
    Era una revista de izquierda, con tapa a color, de sesenta y cuatro páginas. Tiraba cinco mil ejemplares. Su propósito era cubrir la región centro-norte del país.
    Mi primer artículo que se publicó allí, lo recuerdo, se llamaba "Santiago del Estero: la madre violada"... Era una historia de los obrajes y sus hacheros.
    Por entonces, con veintidós años de edad, estaba cortando, no sin dolores, mi cordón umbilical político. Toda mi familia era peronista, y desde 1946... me había criado bajo aquella mística. La revista Posición no me había marcado condiciones para los contenidos de mis notas. Así que comencé a escribir lo que quise y como quise. Mi tío, candidato a diputado por el justicialismo -en la vertiente que conducía Carlos Juárez-, me había convencido de su voluntad industrializadora. En aquella ardiente defensa, había llegado a traerme copias de las futuras leyes, donde se abrían proyectos para instalar fábricas de todo tipo en Santiago. Dado que de los textos marxistas yo interpretaba que para sustentar al socialismo era preciso, primero, que se desarrollara suficientemente el capitalismo industrial... terminé escribiendo un artículo a favor del "proyecto industrial" de Carlos Juárez. Y en contra del otro sector justicialista, que minoritariamente, en Santiago, se recostaba sobre los simpatizantes de Montoneros.
    Esto llevó a equívocos, que con el tiempo pueden resultar jocosos. Unos meses después, cierta mañana me encontré en el centro de Córdoba con "Acho" Vidal. Este comprovinciano se detuvo para felicitarme, por la nota que había escrito en Posición...
    Me dijo -ante mi curiosidad- que estudiaba Ciencias de la Comunicación e integraba un agrupación justicialista de allí.
    Cuando a mediados de 1974, un teniente coronel apoyado por la policía derrocó al gobierno "por comunista", me sorprendió ver, al día siguiente, que un comando había tomado, con armas de guerra, la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Lo había hecho para "librarla" de la "manipulación comunista" (el Partido Comunista controlaba el Centro de Estudiantes). La Voz del Interior publicaba una foto de la conferencia de prensa, que convocaron los atacantes... los conducía... "Acho" Vidal...
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    Nelso Del Vecchio era quien decidía todo en Posición. El Dr. Ernesto Pettigiani (ese hombre canoso, alto, que se sentaba a su lado, en el congreso del FAS), figuraba como director. Pero el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), había dejado el control político, económico y operativo en manos de Nelso. Por eso cuando me presenté, ya que hasta entonces sólo nos habíamos comunicado por carta, fue Nelso quien me contestó que, al día siguiente, luego de finalizado el Congreso, querían ir a mi casa, para conversar. Iban a proponerme que fuese a vivir en Córdoba, para integrarme en el equipo de Redacción. La conversación sería para coordinar los detalles.

    Tomábamos mate con mi abuelo cuando llegaron. El invierno estaba transcurriendo muy frío, pero esa mañana había sol. Lo cual en Santiago siempre mejora extraordinariamente todo. Los invité a pasar y Nelso, Quico, Alicia y Pettigiani se ubicaron alrededor de mi abuelo, que presidía desde el interior la mesa rectangular.
    Nelso, por su limitación estructural, ocupó la cabecera contraria. Como una premonición de lo que enseguida iba a suceder.
    Tomamos mate dulce, acompañado por facturas, chipaco y tortilla. Una silenciosa mucama nos asistía, desde un lugar discreto, procurando que el agua nunca se enfriara.
    Entusiasmados por la repercusión del encuentro de Tucumán, que había sido verdaderamente multitudinario y donde había actuado Agustín Tosco, como su principal referencia, los hombres introdujeron algunos comentarios políticos.
    Hablaron del crecimiento de las organizaciones revolucionarias armadas, de la difusión de las ideas socialistas entre las masas.
    Mi abuelo los escuchaba en silencio. De repente preguntó:
    -¿Ustedes de qué partido son?...
    Con paciencia, Nelso inició una medulosa explicación acerca de las fuerzas políticas, sindicatos combativos, agrupaciones campesinas, que constituían el FAS, Frente Antiimperialista por el Socialismo.
    Después de escucharlo un rato, mi abuelo Brígido redondeó:
    -En síntesis, ustedes están en contra de Perón...
    -Bueno, en realidad... Perón expresa una alternativa burguesa más, el bonapartismo, que busca la conciliación de clases y ha sido superada ya por el proletariado, que aspira hoy en día a una verdadera revolución socialista...-contestó cautelosamente Nelso.
    Por un segundo, en los verdes ojos de mi abuelo percibí un brillo peligroso. Sin embargo, optó por la sorna. Lanzando una carcajada, dijo:
    -Vea su ocurrencia, amigo... ilusionarse con la idea de que cualquier grupito insignificante pueda ser capaz de derrotarlo a Perón...
    Incómodo, me preparé para una contienda de imprevisibles derivaciones.
    Nelso, sin embargo, no perdió en lo más mínimo su tranquilidad. Y con voz calma, respondió:
    -Don Brígido, respetamos y tenemos mucho cariño por el pueblo peronista... sólo tratamos de buscar un camino propio, para la juventud... ¿es que no tenemos derecho a pensar, también?...
    Mi abuelo observó por un momento la faz calma de Nelso y luego de algunos segundos dijo:
    -Bueno amigo... ojalá tengan suerte... pero yo les aviso no más que, ganarle a Perón... no creo que les sea posible.

    Los militantes del PRT no debíamos conocer demasiado acerca de nuestros compañeros. Por "cuestiones de seguridad". Así que sobre Nelso Del Vecchio puedo recordar no demasiados detalles identificatorios. Su historia fue dibujándose en mi consciencia de un modo accidental, por una u otra alusión, a través de diálogos con otras personas. Que me permitieron reconstruir, aproximadamente, lo que sigue.
    Nelso y el doctor Pettigiani, quien ejercía como director en el Hospital Psiquiátrico de Oliva, eran amigos y habían comenzado a publicar un periódico en Oncativo, ciudad vecina donde residían. Esto debió haber sido más o menos hacia 1971 o 72. La imprenta en la que lo confeccionaban, pertenecía a un hombre de origen español, de apellido Díaz. Excelente impresor, trabajaba con la asistencia de un hijo, quien por entonces debía haber tenido unos veinte años. Recuerdo vagamente que allí solía trabajar también una joven, no sé si hermana o esposa de este muchacho Díaz. La imprenta contaba con una gran linotipo e impresora -herramientas antiguas pero muy eficaces. Además, guillotina profesional, otros accesorios como largas mesas de madera sólida, decenas de cajas con tipografía de bronce o aluminio, e instalaciones adecuadas, en una casa antigua del centro de Oncativo.
    En tales empeños toman contacto con alguien del PRT, que les propone hacer una revista de izquierda. Ofreciéndoles además financiamiento, para convertir al pequeño periódico de pueblo en publicación de tirada regional.
    En el "paquete" introducen también la adquisición de la imprenta. Los Díaz, al parecer, no lograban una renta suficiente. Entonces, al proponérseles vender su imprenta y continuar trabajando en esta como asalariados, aceptan enseguida.
    Además de la revista Posición y otros impresos políticos para el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo), esta empresa tomaba también trabajos comerciales. Por ejemplo, la revista Santiago Educacional, que había creado y dirigía mi padre. Estaba solventada con fondos del gobierno provincial. Se tiraban tres mil ejemplares, de 32 páginas, interior en blanco y negro,  tapa a color. Los cuales luego se distribuían entre los docentes de la provincia de Santiago del Estero.

    Córdoba entre mediados de 1973 y fines de 1974 era un abigarrado infierno. Aunque por tramos muy estimulante -para quienes habíamos tomado como eje de nuestras vidas la acción revolucionaria.
    Combates a tiros casi todos los días, entre grupos revolucionarios y fuerzas policiales, que se desarrollaban en diferentes lugares de la gran ciudad. Grandes movilizaciones - cualquier convocatoria socializante juntaba cuatro o cinco mil personas, que bloqueaban por completo la Vélez Sarfield (una de las avenidas más anchas de Córdoba).
    El movimiento universitario era una ola constante; anegaban cotidianamente las calles con actos, volanteadas, carteles de todo tipo, pintadas, imaginativas o rústicas, cortes de calles, teatro callejero, títeres,  hasta cine, en barrios y plazas públicas.
    La efervescencia sindical combativa, otro tanto. Organizaciones obreras protagonizaban paros, tomas de fábricas, volanteadas en los colectivos, además de seminarios culturales, encuentros sociales, actividades públicas en común con los estudiantes o centros vecinales.
    Miles de chicas y chicos universitarios, morenos, rubios, hispanos o asiáticos, que habían venido en algunos casos de otras provincias argentinas, le daban color especial a estas calles. El comedor universitario, inmenso espacio donde se desayunaba, almorzaba o cenaba pero también se efectuaban asambleas, prácticamente de un modo permanente, constituía asimismo un damero de bellas y bellos jóvenes, en su mayor parte muy politizados.
    Salir al parque, monumental y profusamente arbolado, luego de haber estado en el comedor universitario, significaba internarse en otro ámbito calidoscópico. Jóvenes que leían libros y los comentaban en grupos, sentados en rueda sobre el césped, acciones propagandísticas de asociaciones universitarias, pequeños puestos vendiendo libros y revistas, generalmente relacionados con el socialismo.
    Los marxistas Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza, René Salamanca en el poderosísimo SMATA y el peronista Atilio López en la vice gobernación y la CGT, ofrecían un paraguas político formidable, para toda esta gigantesca ebullición política, que emergía, cotidianamente, en la segunda ciudad más grande de la Argentina.
    El bando contrario desarrollaba una actividad gigantesca, también. Aunque generalmente entre las sombras. No eran populares; casi en ningún momento se atrevían a efectuar actividades abiertas o a pleno sol. Pues solían recibir un inmediato repudio social. El "Comando Libertadores de América" (delegación de la AAA), integrado por ex policías y militares, asesinos comunes y peronistas de ultraderecha, tenía por entonces en Córdoba un centro operativo, tal vez mayor, incluso, del que rodeaba al gobierno de Perón en Buenos Aires. 

    La revista Posición, que editábamos, debía representar a un amplio espectro del "antiimperialismo y el socialismo". Para ello, se había organizado un Consejo de Redacción integrado por representantes de cada una de las fuerzas políticas que formaban el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo). Periódicamente nos reuníamos, pues, con "El Negro" Reyna, periodista del diario Córdoba y representante de los CPL (Comandos Populares de Liberación, peronistas), Bischoff, periodista de La Voz del Interior y representante de las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación, marxistas) fracción "Ché Guevara", el Negro Jorge de la "Columna Sabino Navarro" regional Córdoba, Montoneros; un gordo librero, cuyo nombre no recuerdo, de la fracción de las FAL que se hacía llamar "América Latina",  César Argañarás (diario El Mundo), "Bigote" Colautti o "El Vasco", por el PRT, El Zorro, de OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) ,  Abel Bohoslavsky (PRT) y Graciela Palacio, representando al Frente Peronista Revolucionario. Este consejo asesor era coordinado por Nelso y Pettigiani. (1)
    En los hechos solía terminarse haciendo lo que el PRT decidía. No abiertamente, pues durante las reuniones, sus representantes "oficiales" mantenían una actitud amplia (en lo posible para sus concepciones, por lo general de ultraizquierda). Más tarde, en reunión del Buró Político partidario (donde nosotros no participábamos), se decidía, realmente, lo que se iba a publicar. Y qué cosas jamás llegarían a las páginas impresas de la revista Posición. Se lo comunicaban a Nelso, quien era el responsable político de la revista y él nos indicaba, luego, los trabajos correspondientes para la próxima edición.

    Nelso, pese a su limitación motriz, manejaba con gran eficacia su auto u otros vehículos. Nuestros criterios eran comunitarios. Así, un automóvil, una camioneta, grabadores, cámaras fotográficas u otras herramientas, no eran "propiedad de fulana o mengano". Se ponía todo a disposición de la causa revolucionaria. Y lo usaba -o más bien-, manejaba-, quien fuese designado momentáneamente para ello.
    Se trabajaba con mucha intensidad. Sin horarios. Aunque, para intentar una apariencia de "legalidad", manteníamos abierta al público la Redacción de la revista sólo en los términos comerciales.
    Llegué, ya con la decisión de quedarme en Córdoba, mediando el invierno de 1973, como a las seis. Para esa misma mañana, Nelso tenía programado un trabajo para mí. A las diez, debía buscarme un sindicalista metalúrgico. Que me llevaría a entrevistar al secretario General del SMATA, René Salamanca. Era el más poderoso dirigente sindical de entonces y pertenecía a un partido de izquierda "china" (creo que Vanguardia Comunista).
    Vinieron a buscarme, fuimos al SMATA y todo salió como estaba planeado.

    Nelso tenía una personalidad de cura. Su serenidad alentaba a tomarlo como consejero. Si a eso agregamos que vivíamos juntos, por las noches debíamos conversar un poco, casi obligadamente. Él solía mantenerse más bien reservado, aunque con actitud cordial. Fumaba mucho; ya en la cama, incluso, de acuerdo a la extensión de nuestros diálogos, llegaba en algunos casos a encender tres o cuatro cigarrillos. En eso se distinguía de todos nosotros. Para los revolucionarios de entonces, era casi un código el fumar Particulares fuertes, sin filtro. Pronto algunos de nosotros adoptaríamos los Parisiennes, por entonces nuevos. Nelso fumaba rubios; si mal no recuerdo, Colorados con filtro.
    Con nosotros vivieron durante un tiempo, dos chicos, también de Oncativo, que formaban una pareja. Él se llamaba (le decíamos) Quico, era hijo del doctor Pettigiani; ella, Alicia (he olvidado su apellido, sólo recuerdo que era de origen gringo). Pero hacia fines de año se fueron a vivir en otra parte. Los fines de semana, viajaban todos a Oncativo. Entonces me quedaba solo, a veces con algunos vehículos en la vereda -de los cuales me dejaban las llaves-.

    Solíamos andar juntos, con Nelso, casi por todas partes. Creo haberme convertido, de alguna manera, en su "mano derecha". Mi llegada al staff de Posición había sido una decisión del PRT, por un afán de profesionalizar técnicamente su producto. En sus autocríticas, el Buró Político había reconocido que se estaba componiendo una revista poco eficaz. Artículos mal redactados, diagramación deplorable, muchos errores de impresión. Entonces decidieron integrar a personas que consideraban "periodistas profesionales".
    Pero "profesional" yo... ¿a los veintidós años?... Es cierto que ya había publicado artículos semanales, en el diario El Liberal. Y dos números de una revista cultural, SER. Al momento de la convocatoria, trabajaba como dibujante en una imprenta de offset. Pero ni en mi fuero íntimo me consideraba, aún, alguien suficientemente avezado en el campo del periodismo gráfico. ¿Qué los había llevado, entonces, a convocarme?
    Mi integración al Staff cordobés había venido por caminos poco convencionales. Francisco René Santucho, por entonces en la clandestinidad, y uno de los miembros del Comité Central del PRT, había sido amigo de mi padre. Y me había observado desde la infancia. Sólo después de haber trabajado por algunos meses en Córdoba llegué a enterarme -por caminos que en otro momento narraré- de su "recomendación".
    En verdad integrábamos un abanico de publicaciones mayor. Sólo que nuestros vínculos permanecían disimulados ante el público. Controlábamos las ediciones de las revistas Posición y Patria Nueva. Esta última, a color y tamaño tabloide, se hacía en otra imprenta, de la ciudad de Córdoba. También la corresponsalía del diario El Mundo, de Buenos Aires. Y de vez en cuando introducíamos artículos en el diario Córdoba, vespertino que por entonces ocupaba el segundo lugar en el mercado local, junto con la Voz del Interior. Además de eso, hacíamos libros, varias revistas de sindicatos poderosos, como Perkins o Luz y Fuerza, e innumerables folletos, afiches, o desplegables para asociaciones vecinales, grupos artísticos, centros universitarios... Nuestro equipo completo estaba compuesto por unas catorce o quince personas, entre los cuales había fotógrafos, redactores y diseñadores. También un par de abogados.
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    Pronto una situación fortuita ampliaría mi responsabilidad editorial. El Gordo T., arquitecto, y responsable de la diagramación, cometió un formidable error. Por su desacierto en el armado de los originales, un número de Posición salió con páginas que, en vez de ser consecutivas, se disgregaban. Es decir, en vez de pasar de la página 56, a la 57, por ejemplo, llevaban impresa en su reverso la página 7, por ejemplo; o de la 9 pasaba a la 43. Así con varios artículos. Con la agravante de que, al ser esta disposición involuntaria, no había ningún indicativo de dónde podía encontrarse el resto del artículo que se interrumpía abruptamente, pasando a otro tema, con frecuencia sin relación. Esto desconcertaba, pues en una revista voluminosa, con muchos textos y a veces letra pequeña, no era fácil encontrar una continuidad a las notas. Que sin duda impulsaban a los lectores a dejar de lado su lectura, directamente. La pérdida de aquella edición sulfuró a la cúpula del partido. Fue así que al día siguiente, mientras desayunábamos, Nelso me preguntó:
    -¿Te animás a diagramar la revista?
    Lo miré y dije:
    -¿Y el Gordo? ¿No va a trabajar más?
    -Hemos decidido enviarlo a otro frente, me contestó. El de los arquitectos y profesionales. Y ofrecerte a vos la diagramación.
    Eso por cierto, no aumentaba en un centavo mi salario. Significaba sólo un aumento de mi trabajo. Pero me gustaba dibujar -ellos lo sabían-, y había estado trabajando, antes de venir, como diagramador de originales en la imprenta más moderna de Santiago.
    Entonces, siendo prácticamente el principal redactor de la revista, y ahora el diagramador, puede decirse que casi todo el aspecto formal quedaba concentrado en dos personas: Nelso y yo. 
    Nelso proyectaba una editorial sobre las luchas sindicales de los trabajadores de la alimentación, por decir algo. Solía decírmelo enseguida: yo la escribía (generalmente a mano).
    Luego se la pasábamos a la mecanógrafa, esta chica Palacio que mencioné, del Frente Peronista Revolucionario. Ella la tipeaba en una máquina eléctrica, prolijamente sobre hojas de oficio. Que luego debíamos llevar al tipógrafo de la imprenta, el señor Díaz.
    Cuando todo el material estaba listo, nos avisaban. Entonces yo viajaba a Oncativo en una camioneta -a veces con Nelso, a veces solo-, llevando resmas de papel, tarros de tinta u otros insumos, para aprovechar el viaje. También me llevaba el último número de la revista Crisis, o Militancia, para leer mientras el señor Díaz fraguaba la tipografía en plomo de los originales.
    Luego había que sacar pruebas y revisar escrupulosamente todo el material. Para, finalmente, armarlo en bloques de 16 páginas, que la máquina imprimía juntas en cada tirada.

    El 11 de septiembre de 1973 se abatió sobre Chile el golpe criminal de los militares conducidos por Pinochet. Inmediatamente recibimos un análisis de situación, enviado por compañeros del MIR. En este se denunciaba  -con documentación probatoria-, el papel auspiciante de la CIA en el armado de la masacre, a través, principalmente, de la ITT (International Telephone & Telegraph).
    Salvador Allende, que había cambiado el rostro de América del Sur, con su política socialista, había sido derrocado y asesinado.
    Al día siguiente ya recibimos algunos compañeros de Chile, que venían buscando apoyo para enfrentar la carnicería. Más tarde, comenzaron a llegar otros, que trabajosamente habían logrado cruzar la cordillera.
    Córdoba se convertiría en núcleo de agitación popular en contra de la dictadura genocida de Pinochet. Que auguraba un futuro negro para todos los países con gobiernos populares.
    El viernes 14 de septiembre se efectuó un acto que concitaría unas diez mil personas, llenando por completo la avenida Vélez Sarsfield, entre la Avenida Colón y La Cañada. El FAS, Posición, Patria Nueva y el diario El Mundo estuvieron entre sus organizadores.
    Habló Agustín Tosco, quien fervorosamente llamó a consolidar la unidad de los partidos y movimientos políticos con los trabajadores y estudiantes. "Para evitar, en las calles, el avance del imperialismo que utilizaba tácticas criminales, a través de ejércitos como el de Chile, y obligar a un retroceso en las aspiraciones legítimas de los pueblos". Otros grandes oradores ocuparon la tribuna; aquella noche, estuvieron el dirigente nacional de la UOM, Alberto Piccinini, y René Salamanca, secretario general del SMATA Córdoba.

    El PRT había delineado certeramente el ámbito de radiación y carácter de sus publicaciones legales. Las noticias cotidianas, pues, se difundían a través del diario El Mundo. Su redacción estaba en un piso aledaño a la redacción del principal diario cordobés, La Voz del Interior. César Argañarás, su responsable político, solía reunirse todas las mañanas, muy temprano, con Nelso y el responsable de Patria Nueva, arquitecto Laje.
    Patria Nueva era una revista quincenal. Impresa a color y en tamaño de diario, presentaba artículos breves, amenos. Con un lenguaje sencillo, pues se intentaba llegar al público de masas. Especialmente a los obreros de las fábricas, en cuyas puertas se lo solía vender, a un precio bastante bajo. Ana y Alicia, sus dos fotógrafas, se encargaban de proveerles imágenes de todos los temas importantes de la quincena. Que después se publicaban en tamaños muy grandes -para el uso de la época. Su diagramación, daba especial importancia a estas fotografías.
    Posición era una revista de análisis. Solía editar información económica, documentos históricos, estudios de la situación política de la región. Daba preferencia a la narración de situaciones ejemplares, como El Sanfranciscaso. En este, toda una población de una ciudad fabril -San Francisco- había salido a movilizarse para apoyar las reivindicaciones de sus obreros. Logrando un éxito de resonancia provincial.
    Posición eludía un abordaje directo de los postulados del PRT o su ala combatiente, el ERP. Para ello, el partido contaba con otras dos revistas poderosísimas: El Combatiente y Estrella Roja. Que se hacían en imprentas nacionales (nosotros no conocíamos su ubicación, sí, que una estaba en Córdoba). Estas publicaciones, durante la "Primavera de Cámpora" llegaron a ser legales y venderse en los kioscos. Pero muy pronto debieron volver a la clandestinidad.

    Con Nelso, solíamos andar siempre juntos. Lo complementaba. Yo le compraba cigarrillos. Le acercaba el micrófono, cuando debía hablar ante mucha gente. Él me sostenía con su personalidad fraternal y su prestigio. A veces también con dinero, que yo siempre gastaba de más. En algunas reuniones me pedía que hablara, también. Teníamos gran afinidad.
    Era alguien muy conocido y respetado en los ambientes juveniles de la política revolucionaria. Íbamos al local del Frente Antiimperialista por el Socialismo, en la calle Maipú, y siempre teníamos un corrillo de chicas y chicos universitarios a nuestro alrededor. En aquel local desfilaban por centenares, durante todo el día. Grupos barriales, agrupaciones estudiantiles, conjuntos de teatro, artistas de todo tipo.
    La Primavera Democrática permitía un intercambio extraordinario, también, con otros países. Especialmente de Latinoamérica. Los jóvenes habíamos revalorizado nuestras identidades. Y nos interesaba más interactuar con peruanos, bolivianos, chilenos, que con europeos, como fuera habitual entre las franjas aculturadas del mediopelo argentino. Jóvenes de estos países, entonces, enriquecían esa gran asamblea cultural permanente, que era el FAS.
    Cada cual con sus estilos, a veces originales, cada cual con su obra de arte o su boletín. En el gran local había también una pequeña impresora, donde se hacían todo tipo de volantes y revistitas. Pero en eso no participábamos nosotros. Éramos, por cierto "la gran" revista de la izquierda, en Córdoba. Y debido a eso el prestigio de Nelso, que figuraba en letras impresas como su Secretario de Redacción. Sólo figuraban él y Pettigiani (porque la ley exigía editores responsables). Los demás, hacíamos nuestro trabajo de un modo anónimo.

    Por causa de esta familiaridad entre Nelso y yo nos iba a ocurrir un incidente desagradable, con el PRT. Habíamos ido al congreso del FAS en la capital de El Chaco. Durante dos días habíamos viajado, participado del multitudinario encuentro, regresado y aún sin haber ido a nuestra casa, siquiera a quitarnos el polvo de los caminos, en el local cordobés del FAS, Nelso me preguntó:
    -¿Podés hacer una síntesis rápida del congreso, para un volante?
    Le dije que sí; regresé y la escribí, a mano, con letra lo más clara que pude, para que fuese rápidamente entendible al tipógrafo.
    Actuamos con gran eficiencia. Sin descansar en absoluto, Nelso viajó a Oncativo, entregó el texto a la imprenta y a las cinco de la mañana ya estaba de regreso con los volantes, nuevamente en el local del FAS.
    Varios grupos de chicos y chicas, convocados por Nelso, salieron a volantear.
    Hasta allí todo bien. No recuerdo los detalles menores de ese día. Lo que sí recuerdo, es que aquella misma tarde, estando en el FAS, llegó El Vasco, uno de los responsables del PRT. Como cada vez que entraba un "peso pesado" la atmósfera se ponía algo tensa.
    Con extrema seriedad y sin saludar se dirigió a Nelso.
    -Quién hizo esto-, dijo mostrando uno de nuestros volantes, impresos en papel amarillo, que tenía en la mano.
    -Nosotros, ¿por?...
    -Quién lo escribió... -machacó El Vasco.
    -Bueno... él lo escribió... -titubeó Nelso-, pero es sólo una síntesis del Congreso...
    -Saquen eso, inmediatamente, de circulación- ordenó con frialdad El Vasco.
    -Pero... hemos hecho quince mil volantes...-protestó tibiamente, Nelso.
    -Los sacan inmediatamente de circulación. Pásenles la guillotina y tírenlos a la basura -ordenó con voz impersonal el dirigente del PRT. Luego se retiró.
    Fue una situación tan incómoda. Tan indignante. No habíamos descansado un segundo para contribuir con lo que considerábamos un bien para la revolución, para el pueblo y para nuestro partido... y este cabecilla de aparato venía a decirnos que... tirásemos todo lo hecho a la basura.
    La causa -me lo narró después Nelso, quien fue convocado a una reunión y sancionado-, era el no haber esperado a que, desde una reunión del Comité Central del Partido, nos "bajaran" (así se decía) un texto discutido por ellos, para recién publicarlo. *
    Ese y otros incidentes parecidos irían provocando en mí una actitud rebelde, que no iba a ser tolerada por la cúpula del PRT. Y que muy pronto me iba a traer consecuencias.

    La revista Posición fue invitada a participar, como organizadora, en un Congreso Internacional de Periodismo que se concretaría a mediados de septiembre de 1973. Organizada por la Facultad de Ciencias de la Comunicación, la acción ejecutiva era llevada adelante por el Centro de Estudiantes. Este a su vez convocó a los medios locales y organizaciones periodísticas profesionales. Se conformó un Consejo Organizador, que tendría a su cargo la supervisión de las actividades, su diseño, difusión, etcétera.  Cada organización debía designar un representante.
    Fuimos a la primera reunión con Nelso y él me propuso, para representar en el grupo a nuestra revista. Así, pasé a reunirme luego con los miembros del consejo, a veces en una señorial casa de las afueras de Córdoba, donde residía el dirigente del PC que conducía entonces al Centro de Estudiantes de Comunicación Social.
    Disponíamos de un gran número de locales y presupuesto suficiente para garantizar un buen congreso. Y así fue. Vinieron periodistas de diferentes partes del mundo, incluso, lo que para nosotros fue un orgullo, de Vietnam, que aún estaba en guerra con Estados Unidos.
    Se realizaron conferencias en el anfiteatro del Sindicato de Luz y Fuerza, proyecciones de películas en cines locales, almuerzos, cenas de camaradería, espectáculos artísticos. Entre muchos otros, actuaron Los Olimareños.
    Fue la última noche, luego del multitudinario cierre de este Congreso, que nos allanaron la casa. Habíamos regresado, luego de un  debate en el local de Luz y Fuerza (con gente hasta en los pasillos), gratificados por el éxito, como a las dos de la madrugada. Mattarollo, que por entonces dirigía la revista porteña Nuevo Hombre, se acostó de inmediato. Con Nelso nos tomamos un té de boldo, para bajar la opípara cena de poco antes, e hicimos lo propio. No deben haber pasado más de dos horas de esto, cuando sucedió lo que conté en el primer capítulo de esta narración.

    Nos detuvieron el domingo por la madrugada. Para esa noche, estaba prevista una reunión del Comité Central del PRT en el local de la revista Posición. Por comodidad, los miembros del partido habían decidido juntarse allí. Era un local muy conocido por los militantes, así que quienes venían de las otras provincias llegarían a él con facilidad. Esto no era correcto: se mezclaban así los frentes Legal y Clandestino, cometiendo un "liberalismo" machaconamente censurado en los papeles por el Partido. Pero las cúpulas solían permitirse, frecuentemente, "liberalismos" que no toleraban a los de "más abajo"; me había dado cuenta de esto en el poco tiempo que llevaba allí. Posición era un centro neurálgico de la propaganda revolucionaria. Y a la vez, un lugar público. Tanto pasaban por allí "estrellas" de los sectores populares, como Agustín Tosco, René Salamanca, el "Negro" Flores (de Sitrac-Sitram) o el "Negro" Villa (Perkins), como distinguidos abogados, legisladores, revolucionarios cubanos, chilenos, y de todas las provincias argentinas. Resultaba, pues, un lugar atractivo; y aunque las autoridades del PRT (partido en guerra revolucionaria, cuyos combatientes no debían arriesgarse a contactos públicos) tenían prohibida su llegada a nuestro local... cada tanto se daban una vueltita -a veces a deshora- por nuestra Redacción.
    Aquella reunión dominguera, pues, pudo haberse convertido en una catástrofe. Toda la dirección nacional pudo haber caído, esa noche, en manos de la policía. Pero el "Negro Mauro", alto dirigente del PRT y el primero en llegar, lo hizo caminando. Desde la esquina nomás vio a un policía uniformado, que custodiaba la puerta. No se amilanó, siguió andando y con audacia le pidió fuego. Mientras encendía su cigarrillo, sin demasiado interés le preguntó:
    -¿Qué pasó en esta casa? ¿Les han robado?
    -No -contestó el policía, un hombre común-. Parece que estaba habitada por guerrilleros.
    El Negro Mauro caminó hasta la esquina despacito, como había venido y al dar la vuelta dizque empezó a correr como un condenado. Por suerte, logró comunicarse rápidamente con casi todos los compañeros y evitar que fuesen a la casa allanada. Todavía alguien inadvertido del PRT apareció por las inmediaciones. Pero nuevamente la vista del policía en la puerta bastó para alertarlo y simplemente no se acercó.
    La casa donde residíamos y fungía a la vez como Redacción, estaba sobre una callecita arborescida, muy agradable, que bajaba ondulando hasta La Cañada, como una colina, con bastante empinación. Tanto si se venía desde arriba -Oeste-, o de abajo -Este-, los caminantes podían visualizarla, con mucha facilidad. 

    A Nelso y  mí nos trataron bastante bien, en la división Informaciones. Por esos tiempos, gobernaba aún la provincia Obregón Cano. Y no se torturaba. Sólo a Mattarollo, parecían empeñados en humillarlo. Especialmente el oficial que nos detuvo, de apellido Infante. Creo que lo hacían porque era porteño, y le molestaban los modales algo atildados del jurista. Además, fumaba en pipa... en un momento imprevisto, el tal Infante fue y le quitó bruscamente su implemento. Además de insultarlo con dureza. Mattarollo no estaba en condiciones de contestar, por cierto. Pero mantuvo una actitud imperturbable y una mirada, con cierto desprecio en su brillo, que al otro lo mantendría furioso durante un rato. Lo supimos porque volvía, una y otra vez, a hostilizarlo. Pero sólo de palabra.
    Afuera se estaba dando una intensa movilización para conseguir que nos suelten. El Movimiento Sindical Combativo había convocado a una conferencia de prensa, que salió el lunes, con fotografía, en La Voz del Interior. También los canales de televisión, la radio de la universidad -por entonces una de las más escuchadas de Córdoba-, el Sindicato de Periodistas; en fin, desde todo el frente de organizaciones populares, efectuaban actos y solicitadas, exigiendo que nos pusieran en libertad.
    No habían justificativos legales para nuestra detención. Todo el mundo sabía que éramos de izquierda, pero las publicaciones y nosotros estábamos perfectamente enmarcados, para nuestros actos públicos, dentro de la legislación vigente.
    Se estaba gestando el avance de los sectores políticos, militares, policiales y judiciales de ultraderecha. Que haría eclosión algunos meses más tarde, con "El Navarrazo". Nosotros aún no lo estábamos captando. El propósito de nuestra detención, posiblemente, era lanzar un mensaje a todos los "zurdos" de la gran ciudad: "No van a andar haciendo tanta alharaca, llenando los principales escenarios de Córdoba con comunistas de todo el mundo, impunemente". Entonces, la detención de tres tipos que habían actuado como destacados actores del Congreso Internacional de Periodismo, debía cumplir una función de advertencia. No les arredraba que se publicara en todos los medios; al contrario, eso buscaban. De nada sirvieron los Hábeas Corpus, presentados por una pléyade de abogados. Los jueces hacían oídos sordos... pasaban los días y nosotros seguíamos detenidos.
    Nuestra liberación -cuando se cumplía una semana- vino de una manera algo insólita. Mi padre era amigo de un senador justicialista  cordobés. Creo recordar que el senador llevaba, como apellido, Mosquera. Silenciosamente, mi padre viajó a la residencia de este senador, en Río Cuarto. Desde allí, el hombre habló directamente con Obregón Cano.
    Tan imprevista fue nuestra liberación, que cuando llegamos al sindicato de Perkins, el domingo por la mañana, un numeroso grupo de sindicalistas, abogados y dirigentes de izquierda se habían reunido para tratar nuestro caso, allí. Y se planeaba convocar a un gran acto y movilización para el lunes.
    Mi padre, que estaba enterado, fue con nosotros hasta el sindicato. En todo momento permaneció en un rincón, discreto. Se hicieron discursos y publicaciones celebrando nuestra salida. Nelso viajó a Oncativo. Mi padre regresó a Santiago. Con Mattarollo y su esposa -que había venido de Buenos Aires, fuimos a cenar aquella noche, tranquilamente.

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    Hacia fines de 1973 Posición se había convertido en la revista de izquierda más exitosa de Córdoba. Sus ediciones desaparecían rápidamente de los kioscos. Pero un día también descubrimos que algunos individuos de aspecto sospechoso, compraban todos los ejemplares en los principales kioscos del centro. La represión nos tenía claramente identificados y trataba de impedir que nuestras ediciones llegaran a la gente.
    En reunión del Consejo se había resuelto publicar un análisis sobre El Fascismo. Y sus implicancias -o no- en la ideología del peronismo gobernante. Nelso sugirió que lo redactase yo; en realidad, lo redacté, lo diagramé y lo entregué a una imprenta de offset, para su impresión. Sus conclusiones afirmaban que el peronismo no era "un tipo de fascismo". Aunque tuviera ciertas influencias políticas sobre sus concepciones. Esto por la trayectoria militar de Perón, quien había asistido, como delegado militar de Argentina, al período más brillante de estos movimientos derechistas en el continente europeo. 
    Como era un suplemento especial, se hizo en la ciudad de Córdoba. En forma de librito, con la foto de un desfile nazi en su tapa, iba acompañando una edición que presentaba la efigie del Ché Guevara -en la famosa fotografía de Korda- sobre su portada general. Se agotó. Habíamos tirado cinco mil ejemplares del librito, al igual que la revista. Por pedido de la Facultad de Trabajo Social, debimos imprimir cinco mil más, que fueron adquiridos por la Universidad de Córdoba. Una tercera edición, llevaría el trabajo hasta quince mil.
    Fue nuestro momento más alto. Después de eso, vino muy rápido el descenso. No porque la revista perdiera popularidad. Al contrario, se hacía cada vez más conocida. Sucedió que la represión comenzó a hacerse paulatinamente más dura sobre nuestros distribuidores. Y el PRT había empezado a diseñar, también, otros planes para nuestro equipo.

    A fines de de 1973 los trabajadores del transporte habían conseguido del gobierno un aumento salarial. Al mismo tiempo la Legislatura provincial aprueba el Estatuto del Empleado Público. Que les otorgaba una mayor jerarquía, y numerosos beneficios. Desde Buenos Aires acusan entonces al gobierno ("montonero") de Córdoba, por "romper el Pacto Social".
    En lo que luego se muestra como un movimiento concertado entre las patronales y la ultraderecha conducida por López Rega, inmediatamente comienza un ataque empresario. La FETAP (Federación de Empresarios del Transporte) se niega a aceptar el aumento salarial acordado. Y a partir del 19 de febrero, inicia un lock-out patronal. De los aproximadamente 1.000 colectivos que cubrían los recorridos de Córdoba, unos 400 dejan de andar.
    Dentro de este clima caótico, el jefe de policía, teniente coronel Navarro, es denunciado públicamente de mantener "reuniones clandestinas para conspirar contra la continuidad institucional de la provincia" (Diario Córdoba). En dichas reuniones, con la derecha peronista y las 62 organizaciones se preparaba el golpe del día 28.
    El 27 de febrero de 1974 el Gobierno comunica a Navarro el cese de su cargo como jefe de Policía. Pocas horas después las guarniciones policiales se amotinan en el Cabildo. Informa La Voz del Interior: "la gente no podía pasar hacia la Plaza San Martín. Todas las vías estaban cortadas. Policías con ropa de fajina y cascos de acero, lucían armas largas, impidiendo la circulación de peatones".
    Por la noche, comandos de infantería policial toman la Casa de Gobierno. Capturan allí a Obregón Cano, Atilio López y otros varios funcionarios peronistas de izquierda.
    Esa madrugada se llevarán a cabo ataques con bombas contra La Voz del Interior, la casa del gobernador y su ministro de gobierno, entre otros. Grupos parapoliciales coparán las principales radios de la ciudad para transmitir el apoyo a Navarro. En los dos días siguientes serán detenidas más de 80 personas y se efectuarán decenas de allanamientos ilegales. La sede del Partido Comunista es arrasada y numerosos jóvenes torturados, en un avance brutal de lo que sobrevendría, masivamente más tarde, con el golpe de Estado de 1976.
    El rol golpista de la FETAP es muy evidente: los colectivos, ausentes de las calles durante varios días, serán parte de las barricadas, montadas contra la población por los grupos parapoliciales.
    Se combinarán tres elementos para consolidar el golpe: en primer lugar, la acción de las bandas paramilitares y la policía; en segundo lugar, la actuación del gobierno nacional, impulsando abiertamente un proyecto de intervención de la provincia (de esta forma el peronismo de derecha legaliza el golpe del insurrecto Navarro). Finalmente, los empresarios y la burocracia de las 62 organizaciones, actuando en común, para impedir una respuesta orgánica del movimiento obrero. El lock-out patronal se generaliza y las 62 organizaciones convocan a un paro, por tiempo indeterminado: "en adhesión a la valiente y patriótica actitud tomada por el peronismo de Córdoba en apoyo a su Policía". De esta forma, entre el 28 de febrero y el 5 de marzo, la ciudad estuvo prácticamente paralizada. Con las calles ocupadas por tanquetas, camiones hidrantes y policías vestidos de combate, portando escopetas itaka y armas largas. Se nos presentaba la capital de Córdoba con una imagen parecida a lo que hoy puede ostentar una población de Gaza.

    Después del Navarrazo, bandas armadas de las Tres A recorrían las calles de Córdoba noche a noche. Llegábamos a contar 14 o 15 personas muertas, por día, solamente entre los que publicaban los diarios. Todos militantes populares, sindicalistas, abogados de izquierda, dirigentes vecinales. Aparecían con cuarenta o cincuenta tiros en su cuerpo. Era la "marca" demoníaca de las Tres A, en su vertiente cordobesa: el "Comando Libertadores de América".
    Con Nelso, aunque no dijéramos nada, nos preguntábamos interiormente, cada noche, si amaneceríamos vivos. Él fumaba tranquilamente su último cigarrillo. Yo escuchaba Radio Universidad y leía algún libro, o la revista Satiricón.
    Desde las cinco y media, hora en que habitualmente nos levantábamos, comenzaba nuevamente el trajín vertiginoso de la actividad editorial. Se preparaba ahora el Vº Congreso del FAS, convocado para el mes de junio de 1974 en Rosario.
    Gran parte de la folletería, volantes, algunos afiches, pasaban por nuestras manos. Como no dábamos abasto, se había reforzado nuestro equipo con cuatro o cinco jóvenes, varones y mujeres, que venían cotidianamente a trabajar junto a nosotros. El espacio resultaba, debido a ello, saturado e insuficiente.
    Se fumaba mucho; por momentos, estábamos envueltos en una nube. Por todas partes había pan, restos de fiambres, papeles con apuntes o bocetos, fotografías. Para "no perder tiempo" un compañero de San Francisco se llevaba matecocido, pan criollo y un documento del PRT... que leía mientras desayunaba y defecaba, simultáneamente.
    Todo esto iba a durar hasta fines de mayo. Fue entonces que se decidió dejar de publicar la revista. Y convertir a la editorial meramente en una imprenta. "Legal" -aunque eso era cada vez más temerario-, pero al servicio, principalmente, del PRT.
    A pesar de sus limitaciones motrices, Nelso comandó el traslado de las maquinarias a un nuevo local, aún en el barrio Observatorio, un poco más abajo, casi en el Güemes. Era un gran galpón con dependencias, ocupando toda la esquina y por uno de sus lados, casi hasta la mitad de la cuadra. Se compró una nueva máquina de offset y algunos otros elementos, como una computadora (por entonces eran equipos tan grandes como las heladeras), mesas de dibujo, bloques de Letraset, etcétera. Allí se hizo el último número de la Revista Santiago Educacional, homenajeando a Perón luego de su fallecimiento. Fue el último porque inmediatamente, el gobernador Carlos Juárez decretó suspenderla. Según le manifestó a mi padre, lo había hecho "por solicitud expresa del jefe de Regimiento de Santiago del Estero". Un coronel de apellido Castelli. ¿La causa? Haber elegido para editarla "las frases más subversivas de Perón" (según los asesores del coronel). ¡Dentro de un gobierno constitucional, los militares obligaban el acallamiento de publicaciones oficiales!

    Un día gris de fines de mayo Nelso convocó a una reunión general. Todos los miembros de Posición, Patria Nueva y algunos del consejo ampliado, estuvimos alrededor de la gran mesa rectangular de nuestra Redacción, como a las 10 de la mañana. Con voz ronca, nuestro Secretario de Redacción dijo que "se había decidido no editar más nuestras publicaciones legales".
    El "cerco represivo se ha vuelto tremendamente peligroso", afirmó Nelso. "En este contexto", continuó "la infraestructura burguesa colabora con la represión. La empresa que nos distribuía las revistas, comunica que no lo hará más. Según han dicho, les hicieron ya dos atentados, por distribuir propaganda marxista»... ustedes saben que han mandado a comprar todas las revistas de los kioscos del centro, para quitarlas del mercado". Y no teníamos alternativas: sólo una empresa estaba autorizada legalmente a distribuir todas las publicaciones, nacionales o locales, en Córdoba.
    Estaba muy triste. Por momentos parecía que Nelso iba a llorar. Con la colilla del cigarrillo que acababa de fumar, prendía otro.
    "A los compañeros que distribuyen las revistas en los barrios obreros, varias veces los han golpeado, quitándoles los paquetes".
    Debido a esta circunstancia, el Comité Central del PRT había decidido no continuar con sus publicaciones legales. Esta decisión se llevó a la Mesa Directiva del FAS, que estuvo de acuerdo con la postura del principal partido que lo sustentaba.
    Posición no saldría más. Lo que había sido la "niña mimada" de nuestros esfuerzos, para Nelso y para mí, así como para varios otros compañeros, a partir de hoy, dejaba de existir.
    Me sentí tan triste como si hubiera muerto mi mejor amigo. Nadie hablaba. Después de algunas consideraciones generales de Nelso, y algunos momentos un tanto embarazosos, terminamos levantándonos, uno a uno. Y comenzamos a despedirnos. Algunos de los que estábamos allí no nos veríamos ya, nunca más.
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    De vez en cuando me visitaba Francisco René Santucho. Él integraba el Comité Central del PRT. Estaba a cargo de las ediciones de libros. Quería iniciar una colección de textos con formato de bolsillo, de circulación legal. Había que idear un nombre para la editorial. Le sugerí Nuestra América -que parodiaba, un tanto, a la exitosa serie editorial de Crisis, Esta América. Le pareció bien. Y me encargó un trabajo. La historia del cabo Paz. Yo no sabía nada sobre eso, pero él me proveería los fondos para que viajase, las veces que fuera necesario, a Santiago, para obtener datos. Así lo hice y el libro estuvo listo para su edición hacia junio de 1974. Fue el último trabajo que hice para la ex editorial Posición (convertida ya en una mera imprenta "comercial"). Nelso no había podido impedir que los compañeros del partido fueran relegándome en la medida que no me necesitaban. Aunque más que ello gravitaba mi carácter: "ingobernable".  Se atribuía esto a mi "origen pequeño burgués". Debido a tal estigma, se me mandaba urgentemente a "proletarizarme". Se me otorgaba un plazo, para conseguir un puesto (productivo, no administrativo) preferentemente en alguna fábrica.
    Nelso me comunicó esta decisión del partido, con lágrimas en los ojos, poco antes del V Congreso del FAS. Que fue un gigantesco encuentro de revolucionarios, en la ciudad más industrial de Santa Fe. También por última vez. Todo fervor primaveral parecía estar en trance de fenecer. Aunque esto no se advertía con unanimidad. E increíblemente, quienes menos parecían advertir esto eran las cúpulas de los partidos revolucionarios. Que tenían la mayor responsablidad estratégica en esta lucha. A partir de entonces se comenzaron a vivir las peores tragedias.

    La muerte de Perón marcó tal vez ese momento dramático de catastrófico declive, en aquel auge revolucionario de masas. Recuerdo que escuché la noticia en la radio del colectivo, viniendo de la casa donde ahora vivía, en Alta Córdoba. E hice las cuatro o cinco cuadras desde la parada hasta la imprenta entre la llovizna helada, sin poder parar de llorar.
    No recuerdo con exactitud cuánto tiempo más seguí trabajando en la imprenta. Pero no fue mucho.
    Meticulosamente armé el librito encargado por Santucho, "El fusilamiento del cabo Paz", hoja por hoja. Sarita, la nueva tipeadora, lo había hecho en largas cintas celulósicas, de computación. Tomándolo de mis manuscritos que le entregase, en un cuaderno. Sabía que una vez que llegara a la última hoja, después que pusiera "Este libro se terminó de imprimir en el mes de julio de 1974 en los talleres de Editorial Nuestra América"... me tendría que ir. Para siempre.

    Nelso fumaba cada vez más. El señor Díaz y su hijo, habían tenido que trasladarse a la ciudad, para manejar esta nueva imprenta. Todo estaba en desorden, el espacio era distinto y las ediciones también. Ahora tendrían que hacer mayormente afiches, volantes, cartillas semiclandestinas. El trabajo era mucho, las máquinas nuevas, los técnicos no sabían manejarlas muy bien, aún. Todo esto preocupaba a Nelso, y se le notaba. Tenía ojeras muy azules alrededor de sus ojos. Ya no vivíamos juntos. Nuestras conversaciones, por ello, se habían limitado prácticamente a cuestiones técnicas.
    Cuando le entregué el libro terminado, me preguntó:
    -¿Vas a venir a mirar cuando lo impriman?...
    -No creo que sea necesario... -contesté.
    Él se dio cuenta de que me resultaba incómodo regresar, luego de mis desencuentros con las cúpulas del PRT. Hizo un gesto como de resignación, abriendo las manos hacia los costados.
    Lo abracé. Me abrazó.
    Fue la última vez que estuvimos juntos.


    (1) La mayor parte de estos compañeros iban a caer más tarde, presos, muertos o desaparecidos.


    * Las sanciones del PRT eran, por lo general, más morales que físicas. Aunque constituían, en algunos casos, reducción de atribuciones o beneficios. Por ejemplo, si el compañero que había cometido una falta usaba un vehículo del partido, se le prohibía su uso por un determinado tiempo. O si se le pagaba algún salario por su trabajo, se le quitaba un porcentaje. Otras veces, a medida que se agravaban las faltas, solía castigarse con reducciones en su categoría. Por ejemplo, de militante a simpatizante, de simpatizante a contacto. Únicamente situaciones muy graves -delaciones, traición, entrega de material comprometedor para el Partido-, podían castigarse con la detención en una cárcel del Pueblo o hasta fusilamiento. Creo que hubo muy pocos casos de tamaña gravedad. Por mi parte no conozco ninguno, fuera del más célebre, el del "Oso", infiltrado que entregaría Monte Chingolo. Lo de Nelso distaba sideralmente de tales extremos. Creo que lo "castigaron" quitándole, por dos fechas consecutivas, su derecho a viajar a Oncativo, adonde iba a pasar los fines de semana con sus padres y familia.


    Las fotos que acompañan esta edición fueron provistas por familiares directos de Nelso Del Vecchio.