Breve reseña de lo sucedido en la Unidad Penal Nº 1, de barrio San Martín, Cordoba, durante el tiempo en que fue convertido en campo de concentración del IIIer cuerpo de Ejército. En ese período fueron asesinados allí los siguientes compañeros: Eduardo Daniel Bártoli, Luis Ricardo Verón, Miguel Angel Mossé, Diana Beatriz Fidelman, José Ángel Pucheta, Miguel Ángel Barrera, Esther María Barberis, José Cristián Funes, Miguel Hugo Vaca Narvaja, José René Moukarsel, Ricardo Daniel Tramontini, Miguel Ángel Ceballos, Florencio Díaz, Jorge Oscar García, Osvaldo De Benedetti, José Alberto Svaguzza, Eduardo Alberto Hernández, Ricardo Alberto Yung, Carlos Alberto Sgandurra, Claudio Aníbal Zorrilla, Mirta Abdón de Maggi, Marta Rossetti de Arqueola, Raúl Augusto Bauducco, Higinio Arnaldo Toranzo, Gustavo Adolfo De Breuil, Liliana Rinaldi de Páez, Pablo Alberto Balustra, Oscar Hugo Hubert, Marta González de Baronetto.
1. El golpe
El 24 de marzo de 1976 nos despertaron las marchas militares, desde las radios. En la cárcel disponíamos aún de libertad para dormir el tiempo que quisiéramos, pero nadie se levantaba después de las 6:00. Nuestro Partido (Revolucionario de los Trabajadores) había fijado el inicio de actividades a las 5:30 en verano, a las seis en invierno. Los montoneros solían ser más flexibles; no demasiado.
"¡Golpe!: están leyendo el comunicado de los milicos, una y otra vez". La noticia recorrió las celdas, donde se desayunaba en equipos o se practicaba gimnasia. Eran celdas colectivas, habitadas por un promedio de entre 15 o 20 presos políticos.
Una enervante desazón recorrió fugazmente los ánimos; aún estaban frescos los recuerdos de las masacres de Pinochet. Y por nuestra realidad reciente, se esperaban acciones similares aquí. El tiempo demostraría que la masacre a efectuarse en la Argentina sería diez veces peor y aún más perversa que la sufrida por los chilenos.
No ocurrió nada, en lo inmediato. Sólo dos días después nos dirían que se habían suspendido las visitas. Tampoco se podían sacar cartas: estábamos incomunicados. Al tercer día por la tarde, vinieron los guardiacárceles con presos comunes y nos quitaron lo que calificaban como "excedente": libros, mercadería de reserva, radios, ollas y otros adminículos, dejándonos casi únicamente con lo puesto. También nos quitaron frazadas y almohadones: quedó solamente una colcha, una almohada y dos sábanas por persona.
Ante los airados reclamos, los oficiales del servicio penitenciario decían hacerlo "por orden superior". Sólo mirando furtivamente hacia los costados un guardiacárcel se atrevió a cuchichearle a un compañero: "¡Tengan cuidado: los milicos se han hecho cargo del penal... estamos rodeados de «verdes» por todos lados!."
Desde el mismo día del golpe habíamos estado analizando la situación en los equipos. En nuestro pabellón -denominado "El de los Pesados"- se había logrado una concentración de las direcciones durante el periodo anterior: solamente lo habitábamos militantes de alto rango, del PRT y montoneros, (lo cual permitiría luego a los asesinos cebarse con nosotros). Medio pabellón estaba ocupado por miembros del PRT, otra mitad "pertenecía" a la Organización Montoneros. Éramos en total unos 120 prisioneros, que ocupábamos la planta alta (pabellón 12). Abajo, en el pabellón 11, las condiciones eran algo más variadas, pero excepto algunos militantes de pequeñas organizaciones trotzkistas universitarias, o algunos dirigentes sindicales clasistas, también prevalecían los compañeros. Eran unos 150 compañeros.
Por último se había habilitado un pabellón especial -solicitado de común acuerdo por nosotros y ellos- donde antes del golpe habitaban quienes se llamaban a sí mismos "independientes", "perejiles" o "garrones". No lo eran tanto: abundaban entre ellos dirigentes sindicales, funcionarios públicos simpatizantes de las organizaciones guerrilleras, luego arrepentidos bajo la tortura, o compañeros que se habían "quebrado" (hasta límites tolerables: a aquellos que habían colaborado con la represión o se sospechaba culpables de muertes de otros compañeros directamente se los expulsaba de las cercanías, enviándolos a celdas aisladas, pues tampoco podían estar con los presos comunes). En el 9 -pabellón de los independientes- habitaban antes del golpe unos 30 compañeros. En total, entonces, constituíamos, hasta el 24 de marzo de 1976, unos trecientos presos políticos varones alojados en esa cárcel, de los cuales unos 160 éramos miembros del PRT o Montoneros.
En otra área del penal, distante unos 200 metros desde nosotros estábamos, estaban nuestras compañeras. Muchas de ellas eran esposas de los compañeros presos, incluso algunos de nosotros teníamos también allí a nuestros hijos pequeños. En el pabellón 14, junto a Gloria -mi esposa desde el invierno de 1974 hasta hoy-, estaba también Anahí, nuestra pequeña hijita de cinco meses. En total, entre montoneras, del PRT, y muy pocas independientes, nuestras compañeras eran unas 150.
2. Primeras ráfagas
Surgieron diferencias con la dirección de Montoneros. Ellos sostenían que debíamos manifestarnos "con firmeza" frente a la ocupación militar del penal, y lanzar ese mismo día una "cacerolada". Esto es, manifestarnos frente a las rejas de entrada al pabellón, golpeando cacerolas y haciendo el mayor ruido posible. Incluso se había hablado de quemar colchones. Finalmente se concedió que esto no era conveniente, pues no había ninguna garantía de recobrar los colchones una vez quemados.
Nuestro partido consideraba que esto era imprudente. Que no se debía subestimar a los militares: una manifestación podría darles una excusa para que se lanzasen sobre nosotros a asesinarnos. Los compañeros de Montoneros alegaban que hasta ahora siempre se habían obtenido resultados favorables con la manifestación. A esto respondían los directivos del PRT que la situación hoy era diferente: se habían eliminado las garantías constitucionales, estábamos prácticamente a disposición absoluta de ellos, y encima, incomunicados. Y no eran bebés de pecho: durante el periodo anterior, se había registrado un promedio de 40 a 80 muertes semanales en Córdoba, y esto bajo un gobierno constitucional. ¿Qué serían capaces de hacer los milicos con todo el poder a su disposición?...
Finalmente no se llegó a acuerdos; ellos se manifestarían y nosotros tampoco pediríamos cambio de pabellón ni mucho menos, pero nos mantendríamos silenciosos. A las tres de la tarde la organización Montoneros comenzó una ruidosa manifestación frente a las rejas de entrada, en el pabellón. Golpeaban todos los objetos metálicos de que disponían, gritaban "Aquí están, ellos son, los soldados de Perón", y desfilaban cantando a voz en cuello, con la música de una marcha militar:
"No, no, no respetamos las botas
Ni, ni, ni la vamo´a respetar
Por, por, porque tenemos los fierros
y el, y el, y el,
ejercitó popular"...
La manifestación terminó como a las cinco de la tarde, sin que se percibiera la menor presencia militar. Se veía, como siempre a los "empleados", con sus uniformes grises acerados. Algunos de sus oficiales se habían acercado para ordenar volver a las celdas. Los compañeros montoneros les habían dicho que se iban a continuar las manifestaciones, todos los días, hasta que devolvieran los elementos secuestrados y se restableciera la comunicación normal con los familiares. Un compañero de nuestra dirección, el "Turco" Moukarsel, se acercó también a dialogar con los oficiales, para decirles que el PRT apoyaba los reclamos de Montoneros.
A las seis de la tarde tomábamos el matecocido cuando entró un compañero pálido: "¡Los milicos!", dijo "¡Hay como un millón frente a la reja!... ¡Están todos armados con FAL!"... Se nos congeló la sangre. Por reflejo fui hasta la ventana: en el ancho patio, en cada esquina había un paracaidista tirado en el suelo, ante ametralladoras pesadas. Gritaron "¡Atenciooooón! ¡Todo el mundo contra la pared!"... y comenzó el infierno.