Cualquier chango sabe aquí cómo es una borrachera. Yo me la agarré por primera vez a los 13. Por culpa, en parte, de María Elena. Y en otra parte -aunque más pequeña- de Leo Dan.
Es que Leo Dan había grabado, por esos tiempos, un temita que decía:
María Elena,
tu boquita es flor
y tus ojos...
¡Ay qué bellos son!
Como siempre fui un tipo de los que se toman en serio todo, al conocer una María Elena, muy tetuda, que tenía como unos veinte años ya pero increíblemente me daba bola, dije "tiene razón Leo Dan".
María Elena
esta es mi canción,
llegue pronto
a tu corazón...
Decía Leo Dan. Y después seguía:
Un día caminaremos
tomaditos de la mano
y juntitos gritaremos,
¡que viva el amoooor!
Una noche sin avisarle a nadie me puse mi traje gris de la escuela -el único que tenía- corbata azul con lunares grandes, blancos, lo cual por entonces era una osadía y me fui a un casamiento adonde no me habían invitado. Nadie me preguntó nada y entré como pancho por su casa y me senté en el hermoso patio del Hogar de Ancianos. Ya dije que en Santiago los funcionarios públicos se toman los edificios y útiles de la Administración Pública como si fueran propios, entonces seguramente se casaba la hija del director o algo así. Esto se me ocurre ahora, entonces no perdía tiempo en tales reflexiones. Lo cierto es que me senté allí, muy pancho, como decía, y discretamente acepté unos sanguchitos y también una empanada, que el mozo ofrecía. Cuál no sería mi sorpresa -como diría tía Coca- cuando de repente se me acerca una chica, tetuda, ¡y era María Elena!
Entonces mi regocijo tocó los altos vértices de los chopos que enmarcaban aquel patio cubierto de césped, con vereditas de piedra laja y una pista de baile junto a una pequeña pileta... y ya no pude parar de tomar.
Por si todo esto fuera poco, María Elena me sacó a bailar. Hice lo que pude, pues aún no era nada diestro pero nadie se dio cuenta y María Elena estaba divertida. Ella era un poquito más alta que yo, pero no importaba.
Así, pasó aquella noche maravillosa hasta que alguien dijo que eran ¡las 11 y media!... y pensé que si mi papá volvía y no me encontraba en casa se iba a enojar... así que en el acto salí.
Al tomar la vereda del Hogar de Ancianos que luego de un corte en ángulo recto conecta directamente con la del Hogar Escuela y esta termina justamente al comenzar el barrio donde yo vívía -apenas a unas cinco cuadras de allí-, me di cuenta de que todo se movía.
Suponiendo que caminaba con gran dignidad, atravesé entonces muy derechito y duro las anchísimas veredas hasta llegar a la esquina de la Sargento Cabral.
Por ese tiempo vivían los Curi, allí, dos hermanos en diferentes casas, separadas por las de Galizi y Zurita, también el petizo Arrieta y en la esquina de casa Porfirio y los Bazán.
Temiendo que mi abuela se diera cuenta de mi estado, decidí escalar una entrada que había al costado del jardín, con una puerta de rejas, cubierta por una enredadera, que siempre estaba, de noche, con candado.
En mala hora, me enganché con una punta emergente y escuché un rasguido de tela rota: ¡mi saco!
Luego entré por la ventana de mi pieza. Gustavo dormía. Con esfuerzo para no hacer ruido, quité toda la ropa de mi cuerpo y me acosté. Era invierno, así que me tapé hasta la cabeza.
¡Por unos minutos! O así me pareció: enseguida escuché la puerta principal que se abría y en el comedor la voz melodiosa de mi padre. Preguntó por nosotros. Mi abuela le dijo que estábamos durmiendo.
Entró. Puso su mano grande pero suavísima sobre mi frente.
-¡Este chico está transpirando! ¿No tendrá fiebre, mamá? -exclamó mi papá.
-No creo -dijo mi abuela, que se había dado cuenta de todo-, debe ser que ha tomado algo caliente antes de acostarse. Es que hace mucho frío.
Así fue mi primera borrachera.
¿Y María Elena?
Como una semana después la encontré cuando me dirigía a tomar el "chumillero" que por entonces pasaba por la Independencia. Era un atardecer neblinoso. Ella venía caminando por la Mitre, donde vivía, en la misma vereda que yo. No recuerdo qué hablamos. Sí que cuando nos despedimos me preguntó:
-¿No quieres darme un beso?
-¡Sí!-, contesté yo. Y le apliqué un sonoro beso en la mejilla. Ella se río a carcajadas.
Recién varios meses después se me ocurrió pensar si no quería realmente que la besara en la boca.
No pude averiguarlo, pues esa fue la última vez que la vi. Su familia era de Tucumán, creo, y decidieron volver a vivir allí.
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María Elena