Mi abuela se llamaba Corina Coria. Tenía 60 años cuando sintió a su nietito Chimbi arrastrarse de un modo angustiante sobre sus pies, a la madrugada. Chimbi falleció, esa madrugada, a cientos de kilómetros de distancia.
El día anterior, por la tarde, habíamos estado acomodando algunas prendas en un cajón del ropero donde dormíamos con mi hermano Gustavo. Gustavo debía de tener unos 4 años, yo 7. Mi abuela estaba en el medio. Todos arrodillados ante el cajón, ordenábamos calzoncillos, camisetas, medias, que en ese entonces se hacían de hilo y eran casi todos blancos. Arriba del ropero había un ancho placard, donde habíamos arrumbado el sulkiciclo de mis primeros años y también escondido el cuadro con la foto de Evita. De repente cayó algo: los tres levantamos la cabeza, asustados, y vimos descender una gran forma blanca, como si fuese una sábana. Mi abuela dejó escapar una exclamación de susto, pero al llegar a nosotros la forma se desvaneció. Simplemente pasó por nosotros, nos atravesó, sin que la sintiéramos físicamente, en absoluto y desapareció a ras del suelo.
Como narrábamos al comienzo, aquella madrugada el cuerpito de Chimbi se arrastró durante horas sobre las piernas de mi abuela. "No me dejaba dormir", contó a la mañana siguiente Corina "parecía que le faltaba el aire". Una y otra vez se esforzaba por tomarse de sus piernas "como si se ahogara".
Lo que estaba ocurriendo, esa misma noche, era lo siguiente:
Mi tío Mariano, maestro de campo, estaba solo con su hijito Chimbi, de cuatro años, en una escuelita-rancho muy alejada, donde enseñaba. Desde la tarde su pequeño hijo había sufrido ataques como de asma, perdiendo el conocimiento incluso, por momentos. Esa noche, ya convencido de que no podría sacarlo de la crisis, y con el niño en estado febril, Mariano lo cargó en el sulki y se dirigió hacia la población más cercana, donde había una posta sanitaria. Durante horas viajó por entre medio del monte -una verdadera selva donde los caminos eran apenas estrechos túneles polvorientos entre retamas espinosas y árboles centenarios-. Con desesperación, pues sentía a su hijito sufriendo convulsiones, azuzó todo lo que pudo a los caballos. Pero esa carrera febril no sirvió de nada. A la madrugada, llegó a la posta sanitaria sólo para que la enfermera le confirmase lo que poco antes intuyera, sin animarse a pensarlo. Su hijito Chimbi había muerto.
Esta historia tremenda nos conmovió para siempre y modificó profundamente la existencia de mi tío Mariano. Dejo por eso un espacio en blanco, para pasar al tema, netamente racional, por el que empecé a escribir mi apunte hoy.
¿Qué fue lo que vimos con mi hermano Gustavo y mi abuela aquella tarde, desplomándose sobre nosotros y atravesándonos sin afectarnos? ¿Qué fue la presencia infantil invisible, pero físicamente perceptible, durante gran parte de esa noche, sobre las piernas de mi abuela?
De acuerdo con lo estudiado mucho más tarde, pude determinar que se trataba del alma de nuestro primito agonizante.
Debo aclarar algo: en la cultura popular santiagueña, era un conocimiento aceptado que el alma humana suele buscar a quienes ama o desea ver, antes de partir definitivamente. Especialmente si en tal momento está atravesando situaciones angustiosas. Como durante una enfermedad destructora, o después de un grave accidente. Nosotros absorbimos desde niños esta convicción, por lo cual mis posteriores estudios sólo aportarían definiciones más técnicas.
De acuerdo con ellas, el alma constituye una parte inasible de los humanos, que sin embargo cumple un papel esencial (sin ella sería imposible la vida).
Lo que nosotros llamamos alma, es llamada por algunas escuelas esotéricas como "Doble Etérico", o "Cuerpo Vital". Lo primero por constituir una réplica exacta de nuestra figura, en un plano más sutil que la materia humanamente perceptible. La denominación de Cuerpo Vital, asignada por los rosacruces, es debido a que este "doble" contiene la energía etérica, necesaria para mantener en acción a las células físicas de nuestro cuerpo. Una comparación rústica es posible afirmando que para el cuerpo de una computadora, pues, el alma estaría constituida por la electricidad. El alma humana -muchísimo más compleja y sutil-, constituye entonces un sistema etérico, vital, con numerosas funciones en el organismo: una de ellas, proveerle de energía para mantener su vida, obteniéndola entre otras fuentes de la naturaleza exterior, la luna y el sol.
La segunda función del alma es registrar toda la información que vamos acumulando durante nuestra actividad cotidiana. De tal manera almacena una historia completa de nuestra existencia, hasta en sus más mínimos detalles.
Una tercera función podría ser la de vehículo eficaz para la "Resurrección de los Muertos" propugnada por el catolicismo. En caso de realizarse el renacimiento etérico de la Humanidad, como aparentemente se sugiere en algunos textos de San Pablo y otros teólogos (los Testigos de Jehová sustentan creencias semejantes), difícilmente este Paraíso Natural podría adquirir un carácter material. Pues la materia física es básicamente limitada, por ello mismo fuente de dolor y en definitiva mortal. Así que la "Resurrección de los Cuerpos", no sería otra cosa, entonces, que la "Resurrección de las Almas" (entendiendo al alma como Cuerpo Vital, es decir, uno de nuestros cuerpos, superior desde una perspectiva trascendente al cuerpo físico).
Según los estudiosos de varios períodos históricos, la función de almacenar los recuerdos, asignada al alma, tiene un sentido preciso. Esta es dotar al Espíritu (verdadero Ser de los humanos) de la experiencia necesaria para ir alcanzando, sucesivamente, los niveles siguientes de su evolución hacia un estadio superior. Este propósito tiene su culminación al finalizar una existencia física: el alma, en el proceso de ascensión del Espíritu hacia planos superiores, le iría transmitiendo, como en una proyección cinematográfica, toda la existencia humana de ese individuo, para poder aprovecharla en próximas etapas de su evolución.
Las figuras de personas que se presentan inesperadamente aunque estén separadas por miles de kilómetros (más sorprendentes hace siglos, cuando los transportes eran sumamente lentos), apariciones fantasmales poco antes de morir, o presencias nocturnas fugaces de seres amados -u odiados-, responderían, según estas consideraciones, a facultades del alma.
Por último una enfermedad morbosa -e inquietante para los humanos-, suele afectar al alma impidiéndole cumplir sus funciones esenciales. Esta es la de caer víctima de pasiones externas, que la compelen a permanecer aferrada a los planos físicos de la materia, a veces durante siglos o milenios.
Según los esoteristas, dichas enfermedades provienen principalmente de vicios corporales, como el alcoholismo, la erotomanía, drogadicción, o desviaciones del carácter, como la criminalidad, adicción a las riquezas, vesanía moral u obsesiones semejantes.
Otras compulsiones pueden provenir de afectos muy intensos, convicciones erróneas o proyectos sin terminar. Ellas suelen ser frecuentes en personas que mueren "antes de tiempo", por causa de accidentes o dolencias repentinas. Pero estas últimas -una de cuyas variantes fue magníficamente presentada por la película estadounidense Ghost-, tienen por lo general duración breve. Una vez comprendida por parte del alma la situación real, suele continuar con su proceso natural, esto es volar alejándose del mundo físico y colaborando con el Espíritu en el proceso de evolución.
Las otras almas, en cambio, pertenecientes a seres afectos a las drogas o a los placeres exacerbantes, acciones que además ocasionan daños permanentes en otros componentes vitales del organismo humano, padecen consecuencias más extremas.
Ellas suelen quedar, como decíamos, durante siglos o milenios vagando sobre la Tierra, y son las que la cultura popular denomina, sabiamente, "almas en pena". Suelen ser peligrosas, inclusive, para los humanos, debido a su necesidad de poseer cuerpos para cumplir con sus propósitos, imposibles de llevar a cabo sin una herramienta física.
Muchas de las acciones perversas de los humanos tienen explicación en esta circunstancia: un "alma en pena" ha poseído la razón de individuos débiles.
Por hoy no fatigaré más con estas reflexiones. Espero, por cierto, que puedan ser útiles para alguien.
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El alma