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Luz de agosto - Page 56

  • Anécdotas "culturales"

    Como muchos saben, entre los años 1976 y 1983, en Argentina gobernó la dictadura militar más sangrienta y perversa de toda su historia. A mi esposa y a mí nos tocó estar presos durante 7 años, y un año más con "libertad vigilada". A poco de restituidas las instituciones democráticas, en Santiago del Estero asumió como gobernador el peronista Carlos Arturo Juárez. El intendente de la municipalidad Capital -sorpresivamente- fue el opositor Bruno Volta. En La Banda, segunda ciudad más importante, un obstetra, también peronista, José Claudio Olivera.

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    1983


    No había sido fácil para nosotros sostener la economía familiar. Hasta el momento, gracias a 31 grandes murales pintados en Mailín -un santuario popular- habíamos podido comprar una pequeña casita en un barrio obrero. Gracias a la espaciada venta de alguno de mis cuadros, lográbamos flotar modestamente, aparte de haber ido adquiriendo los muebles básicos y heladera, ventilador, algo de vajilla... etcétera. Durante una visita a Pozo Hondo, donde mi hermano Gustavo era párroco, quise comprar en cuotas un radiograbador que me gustó mucho. El "Gringo" Pesce, comerciante local, me dijo "llévelo: se lo regalo"... Menciono estas cosas pues para nosotros, que veníamos de un infierno carcelario desértico, destructivo, cada circunstancia de la realidad constituía ahora un pequeño milagro.
    Había logrado crear un Taller de Dibujo y Pintura, en la biblioteca popular "Juan B. Alberdi", donde concurrían, pagando una módica mensualidad, 32 niños y 6 adultos. Esto gracias al presidente de la biblioteca, un socialista democrático, Mario B. Zalazar. José Luis Castiglione -ex compañero de secundaria en el Colegio San José-, me había otorgado, casi desde que saliera de la cárcel, una colaboración periódica en El Liberal, por lo cual se me remuneraba con otra suma modesta. También las monjas Doroteas aportaban un frugal salario por dictar un par de horas de Dibujo en su colegio "Sagrado Corazón". En ese entonces yo con casi 34 años y mi esposa con 30, habíamos procreado ya nuestra segunda hijita (lo cual había sido un acontecimiento tan maravilloso que las lágrimas acuden con su sola recordación hasta el día de hoy).
    Otras tareas por las que recibía pequeños ingresos eran un programa de radio en LV11, entonces bajo la dirección de Eduardo Maidana, un importante periodista demócrata cristiano. Y un "micro" informativo de cinco minutos, por la misma radio AM, en el popular programa "ómnibus" de Juan Manuel Carabajal, que ocupaba todas las mañanas de los días hábiles. Tenía igualmente una audición en Radio Nacional, pero esta era gratuita. Ansiábamos obtener ingresos con más regularidad.
    El Ministro de Educación y Cultura de Juárez era Edvino Paz, un antiguo y prestigioso militante peronista. Mi padre había sido restituido en su puesto de Director de Servicios Técnicos Educacionales por Juárez (el mismo que, cediendo a las presiones militares, lo destituyera antes del golpe). Como eran viejos amigos y compañeros de militancia con Edvino, le pedí hablarlo para obtener un puesto en el área de Cultura. Mi padre levantó el teléfono, se comunicó con él, y luego de cortar me indicó: "dice Edvino que vayas ahora mismo". Ya en su despacho, el Ministro de Educación y Cultura decide designarme asesor de la directora de Cultura de la Provincia. "Es una chica joven... sin experiencia... y además, maestra jardinera", me dice el profesor Paz.
    Contentísimo (por cierto, mi esposa también), me presento al día siguiente, bien temprano, ante la señora "Chichí" de Muratore. Me atiende amablemente, pero enseguida me doy cuenta de que algo no encajaba del todo. "Disculpemé, voy a consultar", me dice la joven y agraciada mujer. Hace un llamado telefónico. Con cara solemne, me comunica luego:
    "La señora Nina no sabe nada de esto... va a tener que ir usted a hablar con ella... Y hasta que ella lo autorice, lamentablemente yo no lo puedo aceptar".
    ¿Quién era "la señora Nina"? ¡No tenía ninguna función en el gobierno! ¡Pero pesaba más que el Ministro de Educación y Cultura!
    Regresé a casa amargado. Mi esposa volvió a amargarse, también. Porque sabía que yo no iba a humillarme ante esa mujer, la segunda esposa del gobernador Juárez, a quien todo el mundo consideraba una arpía. Fin de la primera anécdota, del lado "peronista".

    Del lado "radical": Luis Giribaldi, un médico con cuya familia guardaba una larga y profunda relación, me consiguió una entrevista con Bruno Volta, para mi programa de radio "Tiempo de Vivir". Fue a la siesta, en una vacía confitería céntrica. "Yo todavía no puedo creer que hayamos ganado... no me pregunte a quién voy a poner como funcionarios... ni siquiera habíamos pensado en la posibilidad de gobernar", contestó Volta a una pregunta para la radio. Cuando salíamos, hablé aparte con Luis, y le dije: "si hay un puesto para mí, en Cultura, el área en que me siento capacitado... pues te pido que consideres mi candidatura". "Bueno", contestó Giribaldi, "en quince días más o menos, vení a verme". Puntualmente fui, por cierto. Con Giribaldi, de un modo que consideré insólito, iba a suceder algo muy semejante a lo de Edvino Paz.
    "Presentate ante la directora de Cultura", me dijo. "Decile que yo te he designado su asesor". Giribaldi era entonces el flamante Secretario de Gobierno del Intendente. La directora, una profesora de inglés, me recibió asimismo con aparente cordialidad. Pero al segundo día, apenas llegué a trabajar, me llamó y dijo: "Señor Carreras, he estado hablando con mis correligionarios radicales, los concejales... y ellos están en desacuerdo con que se designe como asesor a alguien que no pertenece a nuestro partido... en todo caso, usted vaya a hablar con ellos, pero de ninguna manera puedo aceptarlo mientras usted no venga con su autorización".
    Por si haga falta, consigno que jamás fui a "hablar con los concejales".

    Veinte años más tarde, hacia el 2003 creo ¡volví a toparme con esta mujercita, ocupando nuevamente la dirección municipal de Cultura! Se llamaba -o se llama- Catalina Riera de Méndez. Yo había ido a la municipalidad, cuyo intendente era el actual gobernador, Zamora, por una idea. Viendo la plazoleta de tras de mi casa, perpetuamente descuidada y con sus plantas sobreviviendo a duras penas gracias a los siempre escasos esfuerzos de los vecinos, se me había ocurrido la necesidad de un monumento escultórico en su centro. Durante una intendencia anterior se había bautizado a la placita "Juan A. Figueroa" (periodista importantísimo y casi olvidado, fundador del diario El Liberal, de Santiago del Estero). Me parecía inaudito que tantos inútiles y zánganos de la administración pública tuvieran su busto en esta Capital y nuestro primer Periodista importante no.
    Como nos han acostumbrado a hacernos cargo, cuando proponemos un proyecto al Estado, de la mentalidad pedestre de los funcionarios, de sus necesidades políticas y de su conveniencia funcional, yo había esbozado tres argumentos:
    1) Iba a ser una obra más para inaugurar, de absoluto consenso entre la población.
    2) Permitiría a un escultor destacado, dotarnos de una obra de valor y obtener un trabajo, cosa no muy frecuente en esa área (pensaba proponer a "Tutti" Delgado).
    3) En última instancia, cumpliría la función práctica de erigirse como un obstáculo definitivo para las hordas de muchachones que usaban la plaza como cancha de fútbol, destruyendo fatalmente cualquier intento de parquización hasta el momento.
    Bien. No tenía idea de quién era directora de cultura municipal en ese momento. Creía que la propuesta era muy conveniente, bajo cualquier análisis con un mínimo de sentido común.
    ¡Me sorprendió mucho encontrarme con esta mujer allí, cuando me hicieron pasar a su despacho!... Ella, en cambio, no se inmutó y siguió masticando tranquilamente su medialuna, acompañando al café con leche humeante que ingería.
    ¡Atrás de ella colgaba uno de mis cuadros, al óleo! Percibiendo mis ojos muy abiertos, me dijo:
    "¿Se acuerda? Se lo compré cuando usted hacía poco había salido de la cárcel... ¡para ayudarlo!"
    ¡Dios mío! ¡Yo había creído de verdad en el valor artístico de mis pinturas!...
    Y la mujer, ya anciana, consideró necesario agregar, cual "nodriza" regañona:
    "Espero que usted haya abandonado, ya, esas ideas subversivas que tenía...!"
    ¿Por qué no me fui en ese mismo momento? Su simpleza era tan inimputable, sin embargo, que decidí ignorarla y exponer mi proyecto. Pero allí fue cuando me dio el golpe de gracia:
    "Bueno, Carreras", me dijo, sacudiendo sus manitas de uñas bien pintadas para quitar el polvillo de las medialunas "prepare el proyecto y presenteló... pero no le aseguro nada... en el proyecto ponga también costos de materiales y si conoce algún empresario que pueda apoyarlo con donaciones... ¡ah! y también va a tener que hacer una campaña entre los vecinos, para que entre todos se decidan a aportar fondos, para construirlo"...
    Me pareció increíble... le estaba dando en bandeja una idea no sólo conveniente para el municipio, sino necesaria, de alto valor cultural... ¡Y pretendía, prácticamente, que también me ocupara de su construcción, para ir ellos sólo en el momento de inaugurarlo!...
    Esta vez, sí, me ausenté conteniendo a duras penas mi ira. Y hasta hoy no he vuelto a ver -por suerte- a la mencionada señora.

    Última anécdota. Volvamos al año 1983. En la ciudad de La Banda, durante los ultimos meses de dictadura, se había creado un Museo de Bellas Artes. Al igual que en la anterior dictadura de Onganía, ante su fracaso los militares apelaron a políticos democristianos para la transición. Y estos a su vez a otros sectores, para hacer "digerible" su gobierno. Así, en la Dirección de Cultura había recalado Aída Isaac de Castiñeira, socióloga, mujer de notable inteligencia y seguidora con su esposo, un también notable poeta, de Abelardo Ramos (FIP). A su vez, cuando hubo necesidad de un director para el Museo, Aída recurrió al licenciado Ángel "Lito" Garay, un artista proveniente de la Franja Morada (UCR).
    Mas para su desdicha ganó la intendencia el Justicialismo. Entonces ocurrió algo que me sorprendería siempre, por su generosidad: Lito Garay fue a hablar especialmente con el nuevo director de Cultura, para pedirle que por favor no designaran allí a personas ineptas. Es que era vox pópuli en La Banda que un ambicioso puntero de la Juventud Peronista Juarista, Amadeo Silván, solicitaba ese puesto para él. ¿Su experiencia en las artes? Ninguna. Era electricista. Pero presentaba a su favor las fichas de afiliaciones que había conseguido, con su solo esfuerzo.
    El profesor Orestes Pereyra, respetado intelectual y antiguo justicialista, escuchó a Lito. Cuando el licenciado en Artes Plásticas terminó de informarle, preguntó:
    -¿Usted conoce a alguien para sugerir?
    Entonces Lito, que ya tenía la respuesta preparada, exclamó:
    "Julio Carreras. Él es una persona idónea, y además pertenece a una antigua familia peronista".
    Más o menos de esta manera parece que ocurrieron las cosas. Yo me enteré a causa de que una mañana, al ir a la oficina de mi padre en busca de novedades, me recibió diciéndome:
    "Llamó el profesor Oreste Pereyra, director de Cultura de La Banda... dice que quiere ofrecerte un puesto allá..."
    Contesté: "¿Me prestas el auto, papá? ¡Quiero ir inmediatamente a La Banda!".
    Y así, de esta forma tan poco convencional, fue como obtuve mi primer puesto de jerarquía, con un salario digno y en un área que tanto amaba, apenas dos meses después de haber terminado mi Libertad Vigilada.