Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

fantasma

  • El Petiso Fantasma

    petiso,fantasma,santiago,esteroLa muerte es una puerta sin regreso para quienes sobrevivimos a alguien amado. Esto le sucedería a mi tío Mariano con el fallecimiento de Chimbi -su primogénito de cinco años- alrededor de 1957. Y a mí algo más tarde al morir, también, Mariano, en 1972. Nada es igual después. Tal vez fuera esa desgracia lo que impulsó el regreso definitivo -hacia 1958- de mi tío Mariano a la ciudad. Talentoso, refinado, prontamente ocuparía puestos de importancia en el área docente. Pero su rostro develaba ya, al costado de su fina boca, dos líneas profundas.
    Lo designaron director de una bonita Escuela, cuyas ruinas invito a mis lectores apresurarse a ver, pues en cualquier momento algún "avisado" mercader comprará ese espacio por monedas para convertirlo en "Shopping Center". Las ruinas del hermoso edificio -que posee incluso una amplia vivienda para sus cuidadores-, está frente a la placita Belgrano.
    De allí hasta nuestras casas -Tío Mariano vivía sobre la General Paz, nosotros en la 24 de Septiembre, ambas detrás del Hogar Escuela-, había unas pocas cuadras.
    Caminar por esos lugares era una delicia. Donde terminaba nuestro pequeño barrio de clase media, hacia el sur, había una cancha de fútbol ("Palmeira"); a su derecha, un montecito. Y más a la derecha aún, cerraba el circuito una frondosa finca, propiedad de un matrimonio italiano. No recuerdo su apellido -tal vez nunca lo supe, pues lo que importaba era nuestra amistad con sus hijos, dos mellizos rubiecitos, maravillosamente buenos: Franco y Giorgio. [1]
    Patéticas, las ruinas de un esquelético edificio monumental se dibujaban sobre el perfil del horizonte al finalizar la cancha -por lo demás escasamente utilizada. Se decía que allí había sido un monasterio, abandonado por causas misteriosas. Y que de noche, "las almas de las monjas espantaban".
    Luego una placita con juegos, y enseguida un barrio, también de clase media, pero ya extenso, no recoleto como el nuestro: el Barrio Belgrano. En aquel tenía una amiga a quien nunca más vi, pero recuerdo mucho por su bondad y talento. Se llamaba Ana María Cassé (tal vez se escriba Casseaux, incluso creo que ella algunas veces me lo aclaraba). Nos unía la música. Era mayor que yo -¿tendría entonces quince o dieciséis años?, y yo apenas ocho o nueve... De cabellos castaños, ondulados, vestía con decoro, prolijamente; era bella pero sin estridencias. Sobresalía su carácter: afable y calmo. Cuando iba a su casa en bicicleta -imprevistamente, sólo por algún impulso del momento-, me atendía en la vereda, junto a un florido jardín, en el verano. O según el día, me invitaba a pasar. Generosamente, me prestaba discos. Ella tocaba el piano. A veces, solía hacerlo para mí: temas de jazz, alguna cancioncilla popular... 
    Hacia el Oeste, estaba limitado el Barrio Belgrano por una Capilla y la mencionada escuela donde ejercía mi tío, rodeando a una preciosa placita.
    Procelosa, la Acequia Belgrano, constelada de gigantescos árboles, abría paso, con sólo cruzar alguno de sus puentecitos, a la franja señorial. A su derecha, siempre al Oeste, se levantaban imponentes edificios, rodeados por parques de ensueño. Entre ellas, justamente donde terminaba la herradura de la placita, estaba la Casa del Gobernador.

    Una noticia conmovió a toda la sociedad santiagueña: ¡por las noches, andaba apareciendo, sistemáticamente, un ser sobrenatural! Repentinamente, se acercaba a los pequeños grupos de colegialas, que regresaban de sus escuelas. Muy al estilo "Chito Vozza" (es decir, con erudición, elegancia y respeto), se dirigía a ellas, tras el sólo propósito de disfrutar con su compañía.
    A modo de advertencia, sin embargo, comenzó a aparecerse también ante algunas autoridades. Curas párrocos, conductores de "mateos", comisarios... se lo encontraban de repente, mirándolos de un modo sombrío, antes de esfumarse en la oscuridad.
    De distintas fuentes de información, todas confiables, llegaban nuevas noticias: ¡el Petiso había sido visto en Tala Pozo! ¡El Petiso, anoche, se les apareció a las chicas de la Escuela del Centenario! ¡El Petiso en el Profesorado de la Normal! ¡El petiso en La Sarmiento!...
    A las chicas que iban a la escuela de mi tío Mariano se les apareció cierta noche y al día siguiente nuestra familia sólo hablaba de eso. Si bien de Enseñanza Primaria, al ser Nocturna, iban allí muchachas que por una u otra causa no habían podido hacer sus estudios en edad normal, durante la infancia. Presentaban entonces edades que iban entre los 13 y hasta veinte años, con un promedio de dieciséis. ¡Este era precisamente el target del Petiso!
    Mi tío Mariano tenía una alumna a quien alojaba en su casa.* Bella muchacha blanca, de cabellos oscuros cayendo en graciosa melenita alrededor de su cara ovalada, a la mañana siguiente nos contó asustada lo ocurrido.
    "Salíamos con tres chicas compañeras de la escuela, como a las nueve y media", se estremecía, ante la asombrada rueda que componíamos mi abuela Corina, tía Teodora, mi hermanito Gustavo de seis años, yo de ocho, mi pequeña prima Carmen Graciela y detrás nuestras dos "muchachas", paradas.

    "Queríamos comprar caramelos en el almacén, y cuando íbamos cruzando la placita, de repente... un hombre apareció en medio de nosotros"...
    Ninguna de las cuatro lo había escuchado llegar (pese a que por entonces y especialmente de noche, nuestra ciudad era muy silenciosa, escasos motores turbaban su calma y apenas los cascos de uno que otro "mateo" resonaba alejándose por momentos).
    "Se metió en el medio de nosotros", se estremecía Catalina, la joven protegida de mis tíos, la cual rondaría entonces los dieciocho años. "¡A mí y Dorita, nos ha tomado del brazo!"

    HnosSimon.jpgLas chicas se asustaron tanto que perdieron el habla. Después de saludarlas, el Petiso siguió con ellas, diciéndoles galanterías, hasta el final de la plaza. Mas desapareció, apenas las jóvenes hubieron pisado la vereda del Almacén.

    Entonces gobernaba Santiago del Estero don Eduardo Miguel. Hombre campechano, elegante y alto, de cuidado bigote cano, gustaba trasladarse hasta la sede gubernamental -frente a la plaza San Martín- en "mateo". Declinaba de vez en cuando el auto oficial, para que la gente lo pudiera ver y saludarlos. En esos finales de los 50 no se reunían multitudes tensas al mezclarse las celebridades con el público: se las contemplaba con naturalidad. Don Eduardo Miguel solía atravesar por la mano derecha de la Acequia Belgrano, saludando con la mano cada tanto a los transeúntes, en un "coche de plaza", las más o menos veinte cuadras que separaban su residencia del edificio gubernamental.**
    "Don Eduardo", le gritaba repentinamente algún ciudadano, al verlo venir: "¿cuándo lo van a agarrar al Petiso?"
    "¡Para qué quieres que lo agarremos, m´hijo! ¡Si las trata a las chicas mejor que sus maridos!", bromeaba el gobernador.
    Tanta popularidad alcanzó el Petiso, tanto se hablaba de él en casas, reuniones, bailes y confiterías, que los Hermanos Simón, por entonces el conjunto musical más popular de Santiago, decidieron dedicarle una chacarera:

    "Tanto ruido hace la gente,
    por el petiso fantasma;
    si se topa con mi suegra
    se le va a acabar la fama"
    ...decía en su primera estrofa. Y después:

    "Dicen que a un conductor
    se le sentó en el pescante;
    falta que al gobernador,
    a él también me lo espante.

    "Un guapo salió a buscarlo
    por las termas de Río Hondo;
    al otro día lo hallaron
    disparando por Huaico Hondo.

    "¡Ahijuna con el petiso,
    que no respeta las canas!
    Si es que no lo meten preso,
    seguirá haciendo macanas.

    Y si, por casualidad,
    la mujer tiene mellizos:
    uno se parece al padre
    y el otro igual al petiso...

    Viuditas y solteronas
    ya no cierran las ventanas:
    deseando están la visita
    de algún "petiso fantasma".

    Dicen que es peludo y chueco,
    narigudo y cabezón,
    pero que nadie le oculte
    a los hermanos Simón.

    ¡Ahijuna con el petiso,
    que no respeta las canas!
    Si es que no le meten preso,
    seguirá haciendo macanas...

     

    parque-32.jpg


    Durante varios meses la figura fea pero impecablemente vestida y seductora del fantasmal petiso coloreó las anécdotas de toda una población que por entonces constituía, en realidad, sólo una "gran familia". Ninguna tragedia ni situación desagradable vino a empañar esta singular incursión temporaria de aquel personaje, a quien el consenso de indoctos y sabios otorgaba, unánimemente, la condición de "sobrenatural".
    Si ningún aviso, también, tal como había iniciado su vigencia, el Petiso desapareció. Para no volver. Y hasta hoy, pocas veces -quizá ninguna por escrito- se lo recordó.

    * Era frecuente que Mariano Carreras Coria trajese niños o niñas de lugares remotos y sin escuelas, para que completasen sus estudios en la ciudad. Lo hacía desinteresadamente, sólo para cumplir hasta los extremos, dentro de sus posibilidades, la vocación docente.
    ** Comúnmente llamado "Mateo" era un carruaje con techo de gruesa tela impermeabilizada sobre estructuras de metal, tirado por un caballo o dos. Desde el pescante, lo conducía un chofer, quien vestía de traje y sombrero. Los mateos alquilados para entierros, obligaban a sus conductores llevar fraques negros y sombreros de copa. Brindaron servicios de "taxi" en Santiago y eran guardados por las noches en una "remise" (garage). De donde proviene la costumbre de llamar "remises" a ciertos automóviles de alquiler.
    *** La foto de santiagueños en el Parque Aguirre, que se ve al final de esta nota, fue tomada en 1932, por el Sr. Gigli, y pertenece al archivo de la Municipalidad de la Capital de Santiago del Estero.

     

    [1] Nota del viernes 19 de marzo de 2021. Acabo de acordarme el apellido de estos italianitos: Luterotti.