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Enamorado de Galeano

(Autonomía, sábado 9 de agosto de 2003) Hoy, mientras tomaba mate a las cinco y media de la mañana, proyecté escribir dos artículos. Uno se iba a llamar "Iraq resiste". Otro "El Fondo lo sabe todo" (referido a Kirchner). Pero al incorporarme para ir a la computadora, me llegó no sé de dónde una frase de Sarlanga. Esa del título.

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1. Entre las balas 

 

No he tenido hasta ahora la suerte de conocer a Galeano. 

Debo aclarar que soy religioso y por lo tanto creo en la suerte (o providencia). No dejé de serlo ni aún cuando militaba en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y los compañeros, afligidos pues se me hallaban algunos méritos pero resultaba inadmisible que un verdadero marxista-leninista conservara esa "zona oscura", asignaron a un militante antiguo la tarea de "darme lucha ideológica". Hasta demostrar que en el universo no existía otra cosa que la infinita, serena, combinación de innumerables manifestaciones de La Materia. 

El "Gallego" Hermida, excelente compañero, venía de los tupamaros. Se lo respetaba muchísimo, entre otras cosas, porque había sido uno de los autores del famoso túnel, desde la cárcel de Punta Carretas. Dos veces por semana tenía que reunirse conmigo, a solas, para leer "los clásicos" (Marx, Engels, Lenin) e ir desmoronando, uno a uno, los argumentos idealistas que aún me mantenían atado a "supersticiones". Era tarea que urgía, pues estaban matando muchos combatientes y se necesitaba gente nueva, decidida, joven, para cubrir los huecos en la conducción que iban quedando. 

 

2. Crisis 

 

En 1975, desde San Francisco de Córdoba, le escribí a Galeano por primera (y última) vez. En un sobre grande, enviaba un cuento, que redactara un par de años antes y había conservado en un cuaderno. Luego de varias revisiones lo había pasado a máquina. Con una breve nota de presentación, se lo remití, solicitando con primeriza humildad su consideración para ser publicado Crisis -la nunca igualada revista que editaba Galeano. No tenía la menor esperanza de que se publicara, en parte porque conocía la proverbial suficiencia porteña hacia todo lo salido del interior. También porque sentía -como todo el que hace algún arte- esa inquietante sensación de que "le faltaba algo", de no haber logrado hacerlo perfecto. Pero debía cumplir con el mandato que me impusiera dos años antes (y por lo cual escribiera el cuento): obligarme a trabajar cada día para llegar a ser, alguna vez, escritor. 

No había hecho nada prácticamente, según lo entendía entonces, para cumplir con tal propósito. Asignado a la revista Posición, desde mediados de 1973, componía largos artículos (en su mayor parte sintetizando o mixturando datos económicos, históricos o políticos, tomados de innumerables fuentes), diagramaba la revista, escribía alguna noticia cordobesa para el diario El Mundo, cubría las conferencias de prensa de los sindicatos combativos, por las noches corregía sintaxis y diagramaba las revistas de esos mismos sindicatos, manejaba una camioneta Fiat 1500 para llevar papel a Oncativo, donde teníamos la imprenta, entregaba vehículos con armas a algún compañero que no podía llegar hasta la ciudad, organizaba reuniones del FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo) en los barrios pobres, redactaba volantes; en fin, era un militante, a tiempo completo y para lo que guste mandar. Se imaginará que pocos momentos me quedaban para redactar ficciones. Mi cabeza estaba siempre llena con "la realidad". 

Como una semana después recibí un sobre blanco, tamaño A4, en cuyo reverso tenía escrito, a mano, "Remitente: Eduardo Galeano" (y la dirección). No lo quise creer. Lo miré un largo rato, antes de abrirlo con el mayor cuidado, cortando con una tijera apenas un milímetro del borde superior, para no dañar su contenido. Una sola hojita de papel, proporcionada con el sobre, también escrita a mano. En ella me decía -Galeano, pues miré la firma antes que nada- haber recibido mi cuento. Que estaba bien escrito, pero le había dejado un sabor, como de "historia real" (su protagonista eran un niño, su papá y su mamá maestros, en el vasto interior santiagueño). Le parecía que la historia daba para mayor extensión y terminaba proponiéndome convertirlo en artículo sociológico. En ese caso, podría ser publicado. Me senté por la emoción. ¡Me había escrito Galeano! ¡Él, en persona! ¡Era su letra (aunque no la conocía, llevaba su firma abajo, lo cual refrendaba su autenticidad)! Galeano, entonces, era el para mí inmenso, inalcanzable director de Crisis. El gigantesco autor de Las Venas Abiertas de América Latina. Un libro que había cambiado mi vida. 

 

3. FRIP 

 

Leí Las Venas Abiertas de América Latina en 1971, mientras hacía la colimba. No pude dejar de leerlo ni un sólo día, desde que lo compré, en la vieja librería Dimensión, fundada por el Negro Francisco René Santucho, que por entonces atendía la Gilda (el Negro andaba ya clandestino). El Negro había influido mucho en mi pensamiento (de un modo indirecto, pues apenas lo recordaba desde la infancia, cuando junto a poetas y pintores solían reunirse a discutir con mi padre, que era peronista). Indirecta porque, luego de un periodo de deserción que empezó hacia los 14 años, cuando empezaron a gustarme las chicas y algunas me hicieron caso, pero además tocaba la guitarra eléctrica en un grupo y ambas pasiones ocupaban todo mi tiempo, regresé a la lectura y lo hice como un Hijo Pródigo. Entonces volví naturalmente a Dimensión, donde bastaba con decirle a la Gilda "llevo este libro" para que ella contestara "está bien" y lo anotara en mi cuenta (antes lo había hecho en la de mi papá). Allí conocí los folletos del FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) fundado por Francisco René Santucho. El FRIP promovía la equidistancia entre los intereses yanquis y los soviéticos, aún reconociendo sus diferencias. Reivindicaba al marxismo, pero el de Trotsky. El de la URSS era llamado "stalinismo". Por ese tiempo el FRIP hacia causa común con el peronismo (el de Ongaro, el de "los Argentinos"). Esta posición era perfecta para mí, que venía de una familia peronista, uno de cuyos textos capitales fuese el Martín Fierro, y se hablaba de los comunistas del PC como una especie de marcianos generalmente aliados con los enemigos: la Unión Democrática de Balbín y "Norteamérico" Ghioldi. 

 

4. Clara

 

Poco después conocí a Clara. Ella era como un septiembre, o como los lapachos. Desde su aparición a la distancia, en piernas melodiosas, los cabellos al aire, toda naturaleza cambiaba. Morena y fuerte, cualquier brillo se le subordinaba. Juntos leímos "La revolución permanente", "El medio pelo", "El dios de los lugares ocultos" -de Hal Bennet, 1972, que nos hizo estremecer. Allí, un soldado negro volviendo de Vietnam, se halló en la habitación casualmente solitaria con su hijito de pocos días. Lo asfixió con un almohadón. Quería evitarle la existencia que le había tocado a él. 

Leíamos además toda revista cultural o informativa que cayese a nuestro alcance (Primera Plana, Planeta, Transformaciones, Los Libros...). La gente nos decía que "éramos lindos", pero vestíamos con desaliño. Todo el dinero lo invertíamos en cine, revistas, discos, libros. Ella empezó a estudiar Ingeniería Forestal, por coherencia política, y también formamos el grupo SER, con el cual trajimos La Biblia de Vox Dei y organizamos el primer recital de Rock Nacional, en un barrio. Juntos leíamos, en reuniones de grupo, "Las Venas Abiertas". Y también "Alma encadenada", de Eldridge Cleaver. Y las "Cartas desde la cárcel" de Angela Davis, pues por entonces redoblabábamos nuestro amor a los negros: por el jazz, por el soul, por Jimi Hendrix, por su inclaudicable dignidad, por haber creado los Black Panthers. Proyectábamos avanzar unidos "hasta que la muerte nos separe". 

Desdichadamente esa circunstancia iba a llegar pronto: el 6 de enero de 1973. No tras una bala enemiga, sino por un aborto. Su familia se oponía tozudamente a nuestra relación, mi padre también. Fui lo suficientemente cobarde como para aceptar sus argumentos ("son unos irresponsables... ¿de qué van a vivir?... no tienen profesión, se van a morir de hambre y el chiquito también... le van a arruinar la vida, ¿se creen que es joda traer un niño al mundo"). Ellos murieron y yo también. Durante cuarenta días estuve encerrado, solamente dibujando de memoria con un lápiz el rostro de Clara en la pared. No me suicidé: pensé que debía enfrentar el inmenso pecado y redimirme ante Dios. Los compañeros sugirieron que mi vida podría ser altamente útil entregándola a la Revolución. Eso intenté hacer. Y también decidí ser escritor. 

 

5. Días de ardor y empeño 

 

En aquel lapso sucedían muchas cosas. Fusilaron a los Héroes de Trelew. Había regresado Perón, aunque por unos días. Y el 25 de Mayo: "Cámpora al gobierno". Y la Masacre de Ezeiza. Agustín Tosco vino a hablar en Santiago. Se formó el FAS. ¿En qué momento apareció Crisis? En abril de 1973, creo. Para mí fue una revelación. El equilibrio justo entre marxismo revolucionario y nacionalismo, que andaba buscando. Pero además ¡ese diseño! ¡Era algo extraordinario! Crisis representaba una innovación total, por su contenido y por su presentación. Era audaz: por primera vez veíamos una revista que titulaba en minúscula, usar los recuadros con punta redondeada otorgaba una plasticidad visual y movimientos hasta entonces desconocidos, el papel, rústico, un poco amarillento, era la textura justa para el tipo de publicación que era, a la vez fuerte y refinada: como el Hombre Nuevo de Guevara o el Verdadero Intelectual de Jauretche, de Marechal. Me fui a Córdoba. Empecé a trabajar intensamente, como ya narré, y a militar sin dormir siesta, desde las cinco de la mañana hasta el día siguiente a las dos o tres. Con el financiamiento del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo) hacíamos una revista: Posición. Tirábamos 5.000 ejemplares que se distribuían en Córdoba y todo el norte. Me asignaron la diagramación desde el número 3, que inauguré con una portada en azul contra blanco: la efigie del Che, y únicamente las letras, que afirmaban "Posición" como si fuera una pintada, un poco chorreante, en rojo. Por lo demás, en todo, imitaba a Crisis. Hasta en el papel (debido a lo cual descubrí la existencia del "diario-brasileño-extrapesado"). 

 

6. Gloria 

 

El 21 de septiembre de 1973, durante un acto donde al menos cinco mil cordobeses repudiaban el golpe de Pinochet, creí sentir en la nuca una presencia. Me di vuelta. Ojos como avellanas luminosas, estaban causándome aquel cosquilleo. Comprobé con asombro no racional la perfecta posibilidad de los rostros de Modigliani. La hermosa muchacha estaba flanqueda por otra un poco mayor, y del otro lado El Pato, un gringuito estudiante de medicina que conociera en el FAS. Me toqué la campera sobre el corazón y comprobé que no tenía cigarrillos. Entonces salvé los veinte pasos que me separaban de El Pato y le dije: "disculpá, todos los negocios están cerrados por la manifestación... ¿no podrás convidarme un faso?" Todos fumábamos Particulares Negros. Pero el asunto era ver de cerca a Gloria. Pues de ella se trataba. Aunque por entonces la llamaban "Myriam". "Susuki". O "la cuñada de Chanchón" (uno de los capos máximos del ERP, destinado a morir poco más tarde durante el copamiento de Villa María). 

El sábado siguiente la encontré en una peña; la saqué a bailar. Desde entonces bailaríamos juntos en todas las pistas de la vida. Así viniera salsa o tango. Nos casó un sacerdote que se ganaba el sueldo trabajando como obrero metalúrgico. Acompañados por "La Biblia" de Vox Dei, que tocaba por un conjunto de jóvenes montoneros. En la capilla del Perpetuo Socorro, de San Francisco, logramos pues "la unidad en la práctica de los grupos revolucionarios". 

Gloria es hoy la madre de mis hijas, aún está conmigo y creo que llegaremos juntos al final de nuestras existencias. Hemos compartido la militancia y la cárcel, la pobreza y la prosperidad, las luchas, muchas penas e innumerables alegrías. Ella me sacó de todas las muertes cada vez, estirando su noble mano siempre que la necesité. A lo largo de nuestra ya larga alianza, aprendí el significado de la palabra amor. 

 

7. Zona Este 

 

En noviembre de 1974 todos los diarios publicaron en la primera plana una lista de treinta guerrilleros, buscados por copar el cuartel de Villa María. Mi nombre estaba, así que debí pasar a la clandestinidad. Como mi esposa era de San Francisco (en el límite con Santa Fe), decidimos trasladarnos hacia allí. Gloria estaba embarazada de nuestra primera hija, Anahí, por lo cual debía procurarme un trabajo. Ella, además, estudiaba medicina; así que debíamos obtener fondos. Como ya no podía usar mi nombre, un compañero me ofreció trabajo en su cuadrilla de albañiles. Jamás había tomado una cuchara en las manos salvo para comer, ni tenía idea de cómo se preparaba la mezcla o el hormigón, pero pronto aprendí. Me fue tan bien que cuando se terminó el contrato (dos galpones para una fábrica de plásticos), fui a ofrecerme en la empresa de construcción más grande de San Francisco y conseguí el puesto. Enseguida me afilié a la UOCRA, así que mi hija nació con Obra Social. 

Hacia la primavera de 1975 conseguí otro trabajo... ¡como encargado de personal en una fábrica metalúrgica!... Nuestra situación económica mejoró notablemente, había nacido nuestra primera hijita. Durante esa situación relativamente feliz fue que decidí escribirle a Galeano. En aquella respuesta que ya describí, me indicó pues que transformara esta narración en artículo. Y a ello me puse, un día domingo. 

Solía levantarme muy temprano para escribir; aún así, me costaba. Por cierta impericia natural, pero también por agotamiento. Nuestra militancia de entonces resultaba sobrehumana: ahora lo veo. Después de trabajar -de 7 a 12 y de 2 a 6 de la tarde- debía participar casi todos los días en reuniones, que duraban a veces hasta las dos o tres de la mañana. Otras veces debía viajar, a localidades cercanas, como Porteña o Brinckmann, pues era el responsable general del partido en esa Zona. O participar en acciones, por más pequeñas que fuesen, siempre peligrosas. Pese a ello terminé el artículo. Y lo mandé. Pero poco después me detuvieron (el 12 de enero de 1976). Y pasé en la cárcel hasta el 16 de octubre de 1982. A mi esposa Gloria la detuvieron esa misma noche, y salió un año antes. Nunca supe si el artículo había llegado a manos de Galeano. O si lo habían publicado. O si no le había gustado, desechándolo, en cuyo caso tal vez me habría contestado, con su gentileza inaudita, algo así como: "...lo siento mucho, amigo Carreras, siga escribiendo, por ahora su texto no..." No sé. 

 

8. De las catacumbas 

 

En la cárcel hablábamos de Galeano. Algunos lo denostaban. Por diferentes razones. Desde la izquierda, ciertos compañeros lo homologaban a Benedetti, Mercedes Sosa, u otros "intelectuales de izquierda" diciendo: "serían incapaces de tomar las armas" -lo cual para muchos era semejante a decir minusválidos. Otros, desde la derecha, decían más tarde, cuando ya se vio claramente la derrota del proyecto revolucionario: "Galeano es uno de los responsables de que hayamos elegido la lucha armada". Por supuesto en la cárcel no nos permitían ingresar la revista Crisis (que por otra parte, había dejado de salir, y su productor, Vogelius, incluso había estado preso en La Plata). 

Milagrosamente, al salir, recuperé muchos números de Crisis: se habían salvado del saqueo, los habían conservado mi cuñado y mi suegra. Algún tiempo después conocí a un poeta de Buenos Aires, algo misántropo, que tenía la colección completa... ¡desde el primero hasta el último número! Durante unos días que pase en su casa, en 1984, se las envidié. No sé que fin habrán tenido. Pues este hombre -que ya entonces contaba cerca de sesenta años- murió, hacia 1989. Vivía solo, y nunca supe que tuviese otra familia que un par de gatos. 

El mundo había cambiado (eso es lo que se nos pretendía hacer creer). Ya no existía la izquierda. Ahora, hasta los más "progresistas" abrevaban fuentes postmodernas. Junto a Marx, había desaparecido Galeano. 1990 iba a ser la apoteosis del Pensamiento Único, con la unificación de Alemania, la espectacular demostración norteamericana en El Golfo y el menemismo en Argentina. Pero Galeano parecía dispuesto a no dejarse vencer tan fácilmente. Hacia 1995 supe que había venido a Termas de Río Hondo, una localidad 70 kilómetros al oeste de Santiago. Me fue imposible ir a verlo, pero una de mis hermanas contaba que había concitado a una multitud. Hacia 1997, con internet, empecé a recuperarlo. ¡Era uno de los pocos autores que aparecía fácilmente en todos los buscadores! Aquí y allá encontré artículos suyos, narraciones cortas, comentarios. Su estilo se había pulido, se había concentrado, pero era el mismo, genial, Galeano... Hasta su extraordinario resurgimiento de los últimos años, ya entre dos milenios, que lo ha colocado de nuevo en boca de casi todos, tanto o más como en aquellos años de sus primeros triunfos. 

 

9. Quipu 

 

En aquellos años intermedios hice una revista: Quipu de cultura. Por supuesto, intenté imitar a Crisis. Aunque era tabloide, diagramé sus páginas adaptando lo mejor posible el estilo genial de la querida revista a este nuevo intento. Tuvo un moderado éxito, en el interior. Entre Córdoba, Santiago, Chaco, Entre Ríos y Santa Fe vendíamos unos 500 ejemplares. Por causa de ello me invitaron a Córdoba, a una Reunión de Editores de Revistas Culturales. Allí, durante la celebración de cierre, iba a tener una intensa emoción. En cierto momento invitaron a Sarlanga... ¡el creador del diseño gráfico de Crisis!... Vivía ahora en Córdoba, trabajaba para el gobierno en una revista, Papeles. No era otra cosa que una versión manierista de Crisis. El diseño de Papeles dejaba con el aliento cortado... ¡hermosa! Hasta habían concebido la excelente idea de imprimir, en cada tapa, una magnífica reproducción de pinturas cordobesas. Y en la contratapa, el dibujo a todo color de humoristas (con Hortensia, Córdoba había dado a la Argentina ya grandes maestros). Para preservar la edición, se había dispuesto una sobretapa de plástico grueso, transparente. Era, en fin, un verdadero objeto de arte. Pero, ¡ay!, flojeaba el contenido. Allí estaba Sarlanga, es cierto... pero faltaba Galeano. 

Fue precisamente esa noche, en que se rendía un homenaje a Sarlanga, que él comenzó su discurso de agradecimiento con estas palabras: "Si un hombre puede enamorarse de otro hombre... entonces, yo estaba enamorado de Eduardo Galeano". Narró a continuación las experiencias inolvidables durante su trabajo en la redacción de Crisis, donde se veía aparecer de improviso a Gabriel García Márquez, a Jorge Amado, a Paco Urondo... o se levantaba el tubo para escuchar del otro lado la voz de Pablo Neruda, que llamaba para saber la fecha de cierre del próximo número... pero, "el verdadero genio de todo este calidoscopio genial era Galeano -indicó Sarlanga-: él estaba en todo, en los textos, en los títulos de tapa, en la diagramación"... 

 

10. Galeano 

 

Me quedó en la mente esa frase de Sarlanga: "enamorado de Galeano". Creo, que de algún modo, yo también he estado, una gran parte de mi vida, enamorado de Galeano. Enamorado de su coraje, su lucidez para dotarnos -a los Americanos del Sur- de un instrumento ideológico tan potente como su pensamiento y su labor intelectual. Que a la vez nos permite amarnos más los unos a los otros, mirarnos de frente, amar a nuestra tierra, nuestra pertenencia y cuya pertenencia somos, pese a la perversa trama establecida desde la Edad Media para inducirnos a la negación infinita. 

Hace algunos meses he leído de nuevo "Las venas abiertas de América Latina". Otra vez la compré en lo de la Gilda (quien ya no espera a su esposo, Francisco René Santucho: fue secuestrado en 1975, por bandas parapoliciales de Tucumán). Ella con gran dignidad conservó Dimensión, entre zozobras pero revitalizada, no casualmente, para estos nuevos tiempos. El libro es para mis hijas. Pero no pude resistir la tentación: y otra vez sus páginas me absorbieron durante diez o quince días hasta que llegué al final. 

Otra vez me he conmovido hasta la médula con este conciso, extraordinario documento histórico, con el lúcido alegato ideológico de sus capítulos. Y otra vez me dije, al terminar... "¡Qué extraordinario tipo, este Galeano! ¡Cómo me gustaría conocerlo!" 

Aún tengo ciertas esperanzas. No soy tan viejo (53 años) y aún estoy convencido de que.... ¡el futuro es nuestro!

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